Sábado, 25 de Octubre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNLos libros de mi padre
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Juan Luis Pedreño

Los libros de mi padre

 

Recientemente, el Colegio de Ingenieros de Telecomunicación, nos regaló un evento tecnológico, dedicado a la Inteligencia Artificial. Cómo no. Alicante se convirtió por dos días en el epicentro de las aplicaciones prácticas y casos de uso de esta tecnología en sectores como la salud digital, sostenibilidad, energía o smart cities. Pero hoy me quiero centrar en uno de estos sectores en los que andamos un poco adivinando cómo va a cambiar con la IA. Me refiero a la educación.

 

Esta disciplina milenaria que nació en la antigua Grecia, nada tiene que ver con el resto de sectores que he mencionado. Pero la realidad es que, ahora mismo, mientras escribo estas líneas, se están desarrollando herramientas de IA y otras se están probando en las empresas y, como no, por nosotros mismos, ahora que casi todas las aplicaciones a las que regalamos nuestros datos personales, son gratis.

 

A todo esto, la IA generativa, ya ha sido adoptada los estudiantes para desarrollar su formación. Como una salvación a no querer esforzarse ni aprender. Yo entiendo que los libros con los que estudiaban matemáticas la generación de nuestros padres, no eran la alegría de la huerta. Hoy en día sería impensable. Era otra época. No había otra opción. No existían dispositivos electrónicos, ni contenidos multimedia, ni mucho menos ChatGpt. Los docentes están un poco sin saber cómo abordar el asunto y aquí es donde voy.

 

Una cosa está clara. La IA generativa ya está en el ecosistema educativo. Los estudiantes lo utilizan como si no hubiera un mañana. Los padres lo utilizan más que los hijos para poder enseñarles, cuando quieren ayudarles en edades tempranas. Y los profesores que, en su mayoría, lo usan para sus tareas docentes, no les apasiona que sus estudiantes lo utilicen con el fin último de no tener que aprender. Y es que los tiempos han cambiado. Antes, un profesor enseñaba y el estudiante tenía que aprender, sí o sí. Ahora, el estudiante decide. Y el ser humano no se caracteriza, precisamente, por tener el esfuerzo como objetivo.

 

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Entonces alguien preguntó cómo calificar a un estudiante que ha hecho un trabajo con ChatGpt. La respuesta salió de la mente privilegiada de mi estimado Felipe. ¿Qué objetivo se plateó el docente con ese trabajo?. Si era que el estudiante aprendiera, suspenso. Si era ver su capacidad para generar un resultado acorde a lo que necesitaba el profesor, pues aprobado. Así de simple. De hecho, unas horas más tardes, alguien me comentaba que, en un centro de programación de software, pedían a los estudiantes que creasen un algoritmo para un determinado problema, y después, como parte de la nota, que lo generasen también con ChatGpt e hiciesen un análisis comparativo del código y las distintas soluciones.

 

En definitiva, ahora que sabemos que la IA generativa la tienen todos los humanos, toca replantearse objetivos y cambiar las metodologías docentes y, lo más importante, empoderar a los estudiantes para hacerlos más seguros, aprendiendo a usar bien esta nueva herramienta. Yo, seguiré conservando esos libros antiguos de pasta dura, letra pequeña impresa en papel de fumar, sin gráficos ni dibujos, pero con la sabiduría de antes. Qué rápido cambia el mundo.

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