Aquellos bandoleros
El viejo Reino de Murcia, durante el siglo XIX, era un territorio muy peligroso sobre todo para transitar por aquellos caminos donde míticos bandoleros sembraban el terror entre la gente especialmente los que tenían que ir de una localidad a otra. Los asaltos a las diligencias de viajeros, los robos en los caseríos, el pago de “impuestos revolucionarios” a los campesinos, las reyertas en ventas y posadas o los continuos enfrentamientos con la recién fundada Guardia Civil qué, precisamente, fue creada por el Duque de Ahumada para, entre otras cosas, luchar contra estas gentes que tenían atemorizados a los ciudadanos en campos y caminos.
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En aquellos días se hicieron tristemente célebres por sus hazañas: Juan Rajas, del que nos ocuparemos más adelante. Juan Manuel Noguera, natural de Pliego. Agustín el Hilario de Torreagüera, Agustín Peñas Buso y Diego Muñoz “el Carreta” qué actuaban por todo el campo de Cartagena sin saber su procedencia. El Rojo de Totana, natural de aquella localidad. Juan Pelegrín “El Mozo de Algezares”, Pedro Abellán “el Peliciego” de Jumilla o el Periago y la banda de “El Vivillo”. Mención aparte merece Jaime Alfonso “El Barbudo” que si bien era natural de la vecina Crevillente sin embargo todos sus actos violentos los cometía en Murcia. Concretamente en toda la zona qué linda con la provincia de Alicante. Localidades como Fortuna, Abanilla, Macisvenda o Santomera soportaron los continuos asaltos, incluso asesinatos, de “El Barbudo” qué pasó a la historia no solo por sus desmanes sino por haber sido el último ajusticiado en la Plaza de Santo Domingo de Murcia donde se levantó el cadalso. El bandolero, una vez muerto, fue descuartizado y las partes de su cuerpo colgadas en diferentes lugares de la ciudad para qué sirviera de escarmiento a la población. Sin duda alguna, Jaime Alfonso “El Barbudo” es el bandolero más conocido de la negra historia del viejo Reino de Murcia.
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Por regla general estos hombres morían muy jóvenes y ninguno de ellos pasó de los treinta años cuando le llegó su final en casi todos los casos de forma violenta. En Cartagena, por ejemplo, varios bandoleros fueron apaleados por los ciudadanos y mostrados moribundos en la puerta del cuartel de la Guardia Civil o incluso en los cuarteles o el propio Arsenal para que todo el mundo viese el estado en el que estaban o como había quedado el cadáver tras haber sido apaleado por los ciudadanos. Con estas acciones, también, en los pueblos avisaban de esta forma a otros bandoleros para que se anduvieran con cuidado y no entraran en esa población porque no sé lo iban a perdonar.
Las zonas del Valle de Ricote, Valle Perdido, Algezares, Sierra del Carche, Miravete o Carrascoy eran los escenarios elegidos por estos hombres para esconderse y vivir. Estamos ante una orografía rica y muy accidentada donde, en muchos casos, la Guardia Civil o las tropas enviadas para combatirlos tenían muchas dificultades en los accesos donde los bandoleros, por el contrario, llevaban todas las ventajas al ser perfectos conocedores de aquellos intrincados parajes.
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Hablemos ahora de Juan Rajas y la muerte violenta que también tuvo como la inmensa mayoría de aquellos delincuentes. Este suceso ocurrió en Cieza.
Durante gran parte del siglo XVIII dos bandoleros, Juan Rajas y Martin Piñero, eran muy temidos por la violencia que empleaban en sus acciones. Ambos, siempre juntos, tenían su campo de acción en los accesos a Jumilla, Cieza, la zona de la Garapacha y la sierra del Carche. Pero tras años de búsqueda por parte de la justicia y los soldados del Rey, en 1777 se les acabaron sus aventuras pues fueron apresados en el transcurso de una reyerta que se originó cerca de Cieza después de haber robado a un viajero francés.
Los hechos se narran así en documentos de la época:
“Durmió un francés con unos carreteros que estaban al pie del Puerto de la Losilla y, cuando le pareció, serían las dos de la madrugada se levantó para marchar a Jumilla y cuando llegó a donde se aparta el camino de Cieza le alcanzaron dos individuos a caballo. Uno era Juan Rajas y el otro Martin Piñero. Preguntaron al francés a donde iba y les respondió este que a Jumilla. Ellos le dijeron: “Allá vamos todos y te acompañamos”.
Se fueron juntos y, a la media legua, echaron un cigarro, el dicho Piñero y el francés les dio vino y estando en esto sacó el Piñero una carabina la puso en el pecho del francés y le conminó a que soltase todo cuanto llevaba. Le quitaron una escopeta, un reloj con cadena que había traído a Murcia a reparar, unas alforjas, un poco de estaño y una bota de vino, unos alpargates que llevaba puestos, una manta y otras fruslerías con catorce pesos en dineros y, tras cometer el robo, los bandoleros, como el francés les dijo que se iba a Jumilla, se fueron ellos para Cieza por cuya ciudad pasaron entre las seis y las siete de la mañana, pero el francés tiró para Cieza detrás de ellos, donde llegó y contó todo cuanto le había pasado de modo que, al cuarto de hora, se sabía por todo el pueblo, y entonces entró un hombre en casa del Alcalde Mayor de Cieza y le dijo que por las señas que había dado el francés, había visto descansando bajo un olmo cercano a dos hombres durmiendo.
Determinó entonces la justicia salir a prenderlos sabedores de que se trataban del Rajas y Piñero y fueron doce hombres buenos de la población con los justicias. Se dirigieron al lugar indicado por el hombre; antes de llegar encontraron a un muchacho al que detuvieron para preguntarle a donde iba, respondiéndoles que a por un poco de agua para llevarla a dos hombres que había debajo del olmo, que les señaló, quienes lo enviaban por agua a cambio de un cuarto de moneda pero que no los conocía. Fueron a donde estaban y los encontraron confiados durmiendo. Quitaronles las armas que tenían en las cabeceras junto a las monturas de sus cabalgaduras sin que estos lo sintieran de tan profundo dormían. Entonces fue uno y le tocó con el pie. Se levantaron con mucha furia y al ver que les habían quitado las armas, sacó cada uno su rejón, iniciándose la lucha. Piñero estuvo batallando con tres y después de un largo tiempo derribó a uno de los justicias el cual viendo que Piñero lo iba a matar disparó un tiro que dio al bandolero en todo el pecho cayendo muerto. Entonces Juan Rajas se entregó y lo trajeron a Cieza en donde permaneció hasta que el Alguacil Mayor de Murcia, que era Don José Castillo, caballero de Santiago, fue a por él y lo trajeron a esta cárcel real de Murcia donde quedó prisionero hasta que la justicia lo castigó a morir en la horca unos días después. Con la muerte de Juan Rajas y Martin Piñero se acabó el peligro y la zozobra de aquellos campos por las continuas fechorías de los dos peligrosos bandoleros”.
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