Las verdaderas emociones
Cada oportunidad que tengo para escribir el artículo sobre inteligencia artificial, para esta sección, suelo repasar lo más novedoso o lo más significativo del tema en cuestión, antes de elaborar el relato. Pero es inevitable que, en el balance de estos días, aparezca en mi cabeza, una y otra vez, el desastre humano, social y material, provocado por la enorme DANA que ha tenido lugar en Valencia, y en zonas de Albacete y Alicante. Y es que, cada vez que oímos que puede haber una DANA por nuestra zona, es para echarse a temblar. A mí me resulta una palabra fatídica que, la mayoría de las veces suele ser más un susto que otra cosa pero que, en otras, como la de estos días, un auténtico drama. Desde aquí mi mensaje de ánimo a aquellas personas que lo han perdido todo y, especialmente, a quienes han perdido a familiares. Ojalá se recupere todo cuanto antes, aunque, en algunos casos, desgraciadamente será imposible.
Y en todo este proceso de reconstrucción, los voluntarios ayudando en una tierra que no es la suya. Un ejemplo liderado por los más jóvenes. Una alegría y un ejemplo de solidaridad para el presente y futuro de nuestro país. Es, entonces, cuando viene la gran paradoja.
Porque viendo las imágenes en TV y en las redes sociales, resulta que, en plena era de la transformación digital del país, de la irrupción de la inteligencia artificial como una herramienta que ha venido a hacer progresar el mundo, las únicas herramientas que demandaban los municipios arrasados por la riada eran palas, rastrillos, botas de agua, bolsas, guantes, cuerdas y cosas así. Y es que, para los convencidos de que la inteligencia artificial puede sustituir las actividades y comportamientos de las personas, ahí tienen el contraejemplo. Aquí, los ChatGpt, Copilot, Gemini y todas estas aplicaciones, se han quedado en casa esperando tiempos mejores para ayudar.
De hecho, los jóvenes, que son los más adictos al uso de las nuevas tecnologías y todas estas aplicaciones de IA generativa, no han usado ni los móviles. Porque el lodo y el barro no son compatibles con las pantallas táctiles. Y, sobre todo, porque tocaba hacer tareas que nunca podrá hacer la IA. Tocaba juntar un grupo de amigos, alquilar un vehículo, llenarlo de herramientas de las de toda la vida, comida, agua y a madrugar para llegar pronto a ponerse manos a la obra. Nunca mejor dicho. El trabajo que nunca desaparecerá, por mucha inteligencia artificial que inventemos. Un trabajar codo con codo, incorporando todas las emociones que sólo puede percibir y sentir un humano. Nada de bits, ni de prompts. Emociones que te hacen llorar y reír. Que te dejan el recuerdo por mucho tiempo, pero también la satisfacción de haber podido ayudar. Una pequeña aportación a la causa, pero que explica, perfectamente, el por qué el mundo está movido por humanos y no por máquinas. Bienvenidos al mundo de las emociones.