En la ausencia
Destilaba soledad sobre sus pensamientos dejando un rastro de lágrimas en la penumbra caótica de su mente. A círculos concéntricos, inconscientemente respiraba la noche. En un vaivén lentamente, se imponía el silencio.
Unos ojos que se abren y no encuentran su oscuridad, que se deslizan desconcertados,
¡pesados!
Recorren su entorno
¡perdidos!
Ya el agua se ha vuelto tranquila, como un manto extenso cubre todo, y el barro se hace polvo de arena, renuncia a su efervescente desorden, se disuelve, se desvanece, pero el murmullo interior…
¡que no cesa!
Sufrimiento sin querer aceptarlo, somos cautivos de una intensa agitación, un torrente de pensamientos irritantes.
Con un violento temblor y sin poder articular palabra, buscamos algo para salvar la vida. Huyendo de nosotros mismos nos contemplamos flotando, vagando sin rumbo, perdidos.
Y cuando amanece hay una brecha pálida sobre el horizonte de colores recortados, todavía sombríos. Entre tinieblas rendidas por la oscura noche, somos rodeados por la fuerza de un destino disuelto y sin protección.
El agua ya no nos moja, son gotas que nos atraviesan como un sonido en otro espacio sin sentido, húmedo, invisible, sin voluntad. Vamos extraviados sin destino, sin luz ni camino que nos guíe, sumergidos en nuestros propios pensamientos y envueltos en recuerdos.
El desdén se apoderaba de esos que, con su mirada displicente, nos evitaban en el tránsito de un instante, sin un deseo, sin un recuerdo.
En otro espacio ya no puedes volver a caminar por este mundo, se siente la ausencia en este lado y, tras la conciencia de haber perdido, viene el silencio.
Los otros se vuelven grises, han muerto y en ese pensamiento cruzan la frontera. Aquí vagan los familiares en una amarga fragancia, como flotando, resistiéndose a dejar que el dolor se apodere de ellos.
Hay llantos como gotas de lluvia, arrebatadas de rabia, que surcan el vacío. Es un viento sin libertad que se respira a derrota, sin olor se vuelve pálido.
Ya el abandono es estéril, sólo la memoria recorre nuestra mente inocente, contemplando con ráfagas de crueldad una mirada hostil, que abrumados ya no percibimos.