La bicicleta
Hace ya semanas que dejamos atrás las Navidades, la Nochevieja y el Año Nuevo. Otra vez a empezar. Con muchos deseos y propósitos, pero con nuestro quehacer diario, que poco o nada habrá cambiado respecto al año anterior. Excepción, claro está, para los que fueron agraciados con algún pellizco del gordo de Navidad o del sorteo del Niño. Pero, estadísticamente esto no es lo habitual. En resumen, que como decía nuestro gran Julio, la vida sigue igual.
Sin embargo, yo sigo con la cabezonería de los antiguos fenicios, en que este año nos va a traer cosas distintas, toda vez que la inteligebcia artificial ha entrado en nuestras vidas, abrazándonos y regalándonos la dopamina de la felicidad. Una tecnología que alcanzó 100 millones de usuarios en dos meses, con su ChatGpt producto estrella de este cambio de paradigma, Esta circunstancia, que nunca había sucedido, merece una reflexión. Parada y fonda que decían los antiguos. Ni el automóvil ni internet ni el smartphone ni Instagram lo consiguieron. Nada hasta el día de hoy ha podido competir con la magia de una herramienta que todo lo sabe y donde encontramos todo lo que queremos, un poco al estilo el Corte Inglés. Como antaño.
El caso es que, llegado el mes de enero, siempre me viene al recuerdo la Motoretta GAC que fue el superregalo que sus majestades los reyes de oriente me trajeron cuando era pequeño y de cuyas pedaladas disfruté hasta no hace mucho. Era el Ferrari de las bicicletas. Sin enchufe y sin baterías. Lo más electrónico que llevaba era la dinamo que encendía las luces, gracias al rozamiento de las ruedas. Durante los siguientes años, tampoco proliferaron los juguetes con electrónica, lo que generó muchos años de felicidad, de magia y de creatividad para poder jugar y divertirse.
Sin querer anclarme en ese pasado feliz, hoy tenemos el escenario totalmente opuesto. Un regalo que no se conecte a internet o no se enchufe, cuesta más encontrarlo que un polo de hielo en la carta de helados de Frigo o de Kalise. Pero ya hemos dado un paso más, lo que me lleva a reafirmarme en mi teoría de que el gran cambio viene este 2025. Porque ahora compramos o nos regalan inteligencia artificial, con la misma facilidad que antes un juguete. Y es entonces, cuando nos encontramos con básculas inteligentes con análisis de parámetros corporales; asistentes de voz para el hogar; dispositivos inteligentes de luz de terapia para la piel; cepillo dental con IA; muñeca científica; robot de cocina inteligente o relojes con IA.
Y esto es sólo el principio. Porque, mucho me temo que todo esto de la tecnología inteligente, unido a las posibilidades que ofrecen los sistemas de realidad virtual o aumentada, puede hacernos pensar que visitar otros lugares sin necesidad de darle a los pedales, sentado en un sofá con unas gafas conectadas a este gran mundo de los datos, puede ser una mejor opción. Entonces, será mucho más complicado ver en el salón de casa, cada 6 de Enero, al amanecer, una bicicleta. Con dinamo, por supuesto. Generando electricidad con el sudor de nuestra frente. Nada de enchufes. Igual me equivoco, pero estamos en el año de la revolución de la IA. Yo, por si acaso, seguiré arreglando el manillar, el sillín y las ruedas. Como hacía mi padre.