La belleza es un instante de la eternidad
El infinito (en cuanto espacio sin final) y la eternidad (en cuanto tiempo sin principio ni fin) son magnitudes incomprensibles para la razón humana, por la propia limitación de nuestras capacidades cerebrales. Pese a lo cual, son palabras y nociones que nos atraen desde los orígenes de nuestra especie, como si en algún otro momento hubiéramos nadado en ellas y con dureza hubiésemos sido arrojados de su experiencia. Es por ello que intentamos, sin cesar aunque sea un instante, experimentar la plenitud imaginada de la eternidad o penetrar en un espacio que nos parezca próximo al infinito.
En esa búsqueda, entiendo la belleza como el verdadero instante en el que nos sentimos más cerca de la eternidad; e, incluso, me atrevo a decir que sólo contemplar y sentir la belleza es, aunque sea en ese preciso instante reflejo o espejismo, la propia eternidad.
La contemplación estética de la belleza supone participar de la eternidad de las obras de arte (de cualquier soporte o plasticidad); pero frente a dicha belleza externa, está la no menos intensa belleza interna, la del afecto compartido que estalla en inusitada potencia, momentánea y sostenida, con aparente permanencia.
De igual modo, alcanzar un cierto arte de vivir que no es más que haber aprendido a 'ser humano', nos sitúa en lo mejor que es capaz nuestra especie, la humanidad; y con ello permanecer suspendidos en el tiempo: en el ayer (quienes nos precedieron), en el hoy (con quienes compartimos) y en el imprevisible mañana (quienes continuaran, más allá de nuestra limitada existencia, aprendiendo a ser humanos).
La única manera de salir de esta crisis social es que los seres humanos… ¡vuelvan a ser humanos! Vuelvan a encontrarse a sí mismos, vuelvan a conocerse a sí mismos, vuelvan a formarse espiritualmente”. Friedrich Nietzsche (Schopenhauer como educador, 1874)
Es por ello que contemplar un cuadro, una escultura, un poema, una novela, un ensayo, una película, una obra de teatro u otro producto del talento humano, nos envuelve con la belleza estética y, por tanto, subjetiva. Mientras que el amor, el cariño, el apoyo, la piedad, la misericordia o la generosidad humana que 'sembramos' a lo largo de nuestras vidas y aquellas que encontramos en los campos ya sembrados y cuidados por otros, nos sitúan dentro del río histórico del bien colectivo y, por tanto, eterno, al menos mientras el ser humano permanezca.
Aprendemos de nuestros padres, hermanos, abuelos y educadores a diferenciar el bien y el mal, sobre la materia genética y biológica que nos constituye y, con ello, nos vamos moldeando y aprendemos a 'ser humanos'. No tanto con las lecciones que escuchamos sino con los actos que contemplamos, aquello que nos atrevemos a hacer y las consecuencias de nuestros actos en la familia y espacios sociales en los cuales entramos.
Aciertos y errores, felicidad y desengaños nos van haciendo hasta el hoy de nuestras vidas; y constituyen los actos de los que seremos esclavos, más allá del presente hasta el futuro en el cual nos proyectaremos.
No hay excusa para desertar de ser humanos y no buscar la belleza en su total extensión y con ello alcanzar a 'vivir el instante de la eternidad'; y menos aún abandonar a quienes nos suceden, en el aprendizaje de las herramientas imprescindibles para encontrar y practicar la belleza externa e interna ('somos los antepasados de nuestros descendientes').
Así quedamos, siempre e irremediablemente, obligados a 'ser humanos' y con ello, a mejorar nuestro entorno (material y espiritual), más allá del optimismo incoherente o el pesimismo irracional.
Pienso que hay eternidad en la belleza; y esto, por supuesto, es lo que Keats tenía en mente cuando escribió: "A thing of beauty is a joy forever" (una cosa bella es una alegría para siempre)
Jorge Luis Borges, en la conferencia pronunciada en la Universidad de Harvard. Curso 1967-1968.
En definitiva:
Busqué el conocimiento,
salí al encuentro de la verdad,
actúe con rigor
y hallé,
en la belleza
instantes de eternidad
e infinito amor.