Robert Johnson: El alma y el talento en un cruce de caminos
Robert Johnson vivió y murió rodeado siempre de un aura de misterio.
Durante años, su leyenda se ha transmitido a lo largo del delta del Mississippi y, con cada narrador, se ha alimentado con el folklore y la tradición sureña, con cuentos de cruce de caminos y pactos con el diablo.
Su historia no puede ser más inquietante: un joven bluesman de Mississippi, que promete, pero que tampoco destaca demasiado y que, de repente, se desvanece en las nieblas del delta, desaparece un tiempo y regresa convertido en un guitarrista prodigioso.
Nadie podía entender cómo había mejorado tanto en tan poco tiempo. ¿La explicación? La más aterradora posible: vendió su alma al diablo a cambio de la técnica para tocar la guitarra y el talento para el blues. Se dice que el pacto se selló en el cruce de la autopista 61 y la 49, en Clarksdale, una intersección que, sea real o no, ha pasado a la historia del blues.
La mitología alrededor de Johnson se alimentó, además, con las letras de sus canciones. Cross Road Blues habla de un hombre desesperado en un cruce de caminos, implorando ayuda, mientras Hellhound on My Trail evoca la sensación de estar constantemente acechado por algo que no puede ver. Habla de los "perros del diablo", aquellos que, según la creencia popular, perseguían a los que habían hecho tratos con fuerzas oscuras. Sonaba a confesión.
Otras canciones, además, profundizaban en su leyenda, como Me and the Devil Blues y Preachin' Blues, teñidas del fatalismo y el misterio que envuelven su vida.
Lo cierto es que su talento no vino de la nada. Aprendió de los mejores. En sus inicios, intentó tocar con figuras como Son House y Willie Brown, pero no impresionó a nadie. Fue entonces cuando desapareció y se dice que fue tomado como discípulo por Ike Zinnerman, un guitarrista legendario que, según cuentan, practicaba por las noches en los cementerios.
Cuando volvió, su técnica era otra. Dominaba el fingerpicking como nadie, deslizaba el slide con precisión quirúrgica y conseguía que su guitarra sonara como si fueran dos músicos tocando a la vez, como lo describió Keith Richards.
Las únicas canciones que dejó Robert Johnson son otro capítulo fascinante de su historia. No se registraron en grandes salas de grabación, sino en habitaciones de hoteles convertidas en estudios improvisados. La primera sesión se llevó a cabo en el Hotel Gunter de San Antonio, Texas, en noviembre de 1936. Don Law, el productor, lo recibió y organizó la sesión. Johnson, en lugar de tocar en el centro de la habitación, se colocó en un rincón, de espaldas a todos, buscando la mejor acústica o, tal vez, es que no le gustaba ser observado tan de cerca mientras tocaba, por miedo a que copiasen su técnica.
En esa sesión grabó temas que son auténtica historia del blues, como Terraplane Blues y Cross Road Blues. La segunda sesión fue en Dallas, Texas, en 1937, en un pequeño estudio de la compañía Brunswick. Ahí registró Hellhound on My Trail y Love in Vain, entre otras.
Nunca llegó a ser famoso en vida. Tocaba en juke joints y bares de carretera del sur de Estados Unidos, especialmente en Greenwood y Clarksdale, Mississippi. Su vida era errante y precaria. Se movía entre el humo, el alcohol y las mujeres, siempre en la carretera, de garito en garito.
Apenas hay fotos de él, solo tres imágenes conocidas que han servido para alimentar aún más su aura de misterio.
Murió en 1938, a los 27 años, Inaugurando el llamado 'club de los 27'. La versión más conocida es que fue envenenado por un marido celoso. Otras teorías dicen que simplemente enfermó sin que nadie hiciera nada por él (algo que, por desgracia, ocurría muy a menudo con personas de su raza y condición económica y social).
Cayó en el olvido hasta que, décadas después, John Hammond redescubrió sus grabaciones y publicó el álbum King of the Delta Blues Singers (1961). Hammond es, además, un cazatalentos legendario. Descubrió y promovió a artistas fundamentales en la historia de la música como Billie Holiday, Bob Dylan, Aretha Franklin, Leonard Cohen, Bruce Springsteen y Stevie Ray Vaughan. Su instinto para detectar talento era asombroso, y su legado en la sombra es tan grande como el de muchos de los artistas a los que apadrinó. Además, su hijo, John Hammond Jr. Se convirtió en un notable guitarrista de blues.
La historia de Robert Johnson llegó al cine con Crossroads (1986), una película protagonizada por Ralph Macchio (sí, el de Karate Kid), en la que un joven guitarrista viaja en busca del secreto de un viejo bluesman y su supuesto pacto con el diablo. La banda sonora corrió a cargo de Ry Cooder, quien capturó a la perfección el espíritu del blues del Delta. En la película, el guitarrista infernal, que representa al diablo en el duelo final, es interpretado por Steve Vai.
Su legado, como si de uno de sus sabuesos del infierno se tratara, no dejará de perseguirnos. Su música sigue viva, y guitarristas como Eric Clapton, Jimmy Page, Jimi Hendrix o Keith Richards se han reconocido en deuda con él.
Y el cruce de caminos, real o metafórico se ha convertido en el símbolo definitivo del blues.