Las montañas mágicas
Empiezo estas ‘Letras encadenadas’ con el recuerdo de Suiza y sus magníficas montañas, que un día vieron nacer a mi madre. Y todo esto me lleva hasta una novela de calidad incuestionable, La montaña mágica de Thomas Mann, su trama se desarrolla en Davos, Suiza. La descripción del entorno y del día a día de los enfermos de un sanatorio para tuberculosos te atrapa. No en vano, es la obra cumbre del premio nobel de literatura alemán.
La prescripción médica habitual hasta el descubrimiento de la estreptomicina, en 1945, era alejar a los enfermos de las ciudades y llevarlos a zonas más frescas y menos húmedas. La tuberculosis, la época y las montañas me sirven de hilo conductor para unir dos zonas bien diferentes en lengua, cultura y tradición, pero igualmente europeas: Murcia y Davos.
Pero sigamos con Thomas Mann. Su novela se sitúa en las montañas suizas alrededor de 1907. Los Alpes eran ya un destino predilecto para la alta sociedad internacional. Algunos iban a esquiar y otros, como los protagonistas de La montaña mágica, buscaban la cura de una enfermedad para la que todavía no había remedio: la tuberculosis. El aire puro y seco de las montañas facilitaba en algunos casos, que no en todos, la recuperación de los pacientes afectados.
El libro es intenso, las conversaciones sobre filosofía, religión y política se mezclan con la rutina diaria de los enfermos, que pasan parte del día tumbados al sol con el termómetro puesto. Llama poderosamente la atención la sofisticación de la vida de los pueblos suizos en 1900. La excelencia de las comidas y de los vinos, la práctica de los deportes de invierno y la erudición de los protagonistas hacen que el libro alcance la excelencia expositiva y analítica. Ahora bien, también debo decir que la vida y sus ciclos angustian un poco, por ejemplo, cuando llega el tan deseado solsticio de verano, los días se acortan. El de invierno. Y se alargan. Y se repiten los carnavales. Y las Navidades. Y los enfermos siguen allí tomándose la temperatura. La rutina te absorbe. Tuve que dejarlo por una inoportuna bronquitis. No estaba para leer sobre expectoraciones y demás pruebas médicas relacionadas con los pulmones. Menuda soy yo…
Los pueblos de los Alpes, como bien es sabido, son de calendario, guardan una arquitectura equilibrada donde nada está fuera de su sitio, por eso atraen desde hace cientos de años a sibaritas deseosos de disfrutar de los deportes de invierno. Pero Suiza es mucho más que nieve, el deshielo trae consigo una primavera espectacular plagada de flores y campos de un verde insultante. Tanta belleza embriaga. Si bien es cierto que la naturaleza ha sido agradecida con Suiza, no lo son menos sus ciudadanos. La urbanidad de los suizos es proverbial y hacen gala de ella a diario. La limpieza, el orden y el silencio de los pueblos y ciudades son un atractivo más para los que la eligen como lugar para descansar.
Pero no todo es Suiza. España es un país montañoso con muchas zonas llenas de encanto. En Murcia, en el maravilloso Parque Natural de El Valle, el que fuera alcalde de Murcia, Julio Pagán, construyó a principios del siglo XX una casa para su hijo aquejado de tuberculosis. Es una edificación neomudéjar situada junto al santuario de la Fuensanta, que los herederos vendieron a los canónigos, de ahí que sea conocida como casa de los canónigos.
La cantidad de manantiales de esta zona hizo que fuera sagrada para íberos, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos. Allí hay leyendas, como la de la cueva de la Cómica donde se produjo un milagro, una fuente santa, dos santuarios, el de La Luz y el de la Fuensanta, y dos caminos no muy conocidos: el del Rosario y el del Vía Crucis con sus 14 estaciones. Estamos así, ante una montaña sagrada poseedora de magia, restos arqueológicos, historia y belleza. Y de vida. Es el pulmón de Murcia gracias a su espectacular pinada. Desde el santuario tenemos las mejores vistas de la ciudad de Murcia, un vergel donde la actividad agrícola ha sido clave desde tiempos inmemoriales. Con permiso de Thomas Mann, la Sierra de Carrascoy es nuestra especial ‘montaña mágica’.
Esto que he contado de los sanatorios en las montañas está muy bien, y si hay nieve y puedes esquiar, ¡pues mucho mejor!, pero los hipocondríacos, entre los que me encuentro, no querríamos vivir ni como una patricia romana ni como una princesa del Renacimiento, ni siquiera como una burguesa de principios del siglo XX, la razón: los avances médicos y la ciencia. La historia prefiero leerla en casa, cerca de un hospital, con pastillas a mano y con todo lo que la tecnología me proporciona. Con ser Patricia en el siglo XXI me conformo.