La noche de los horrores
Todo ocurrió entre el 25 y el 26 de abril de 1810. Se cumplen por tanto 214 años de la que se ha considerado, por los historiadores, como la noche más trágica para Murcia durante la llamada 'Guerra de la Independencia'. 'La noche de los horrores'.
Protagonista de aquellas dos jornadas, marcadas a sangre y fuego en nuestra historia, fue un militar corso que gozó del aprecio personal de Bonaparte. Horace-François-Bastien Sebastiani, conde de la Porta y del Imperio.
El general Horace Sebastiani, qué había sido nombrado Mariscal de Campo por Napoleón, entró en Murcia, procedente de Andalucía, el 23 de abril y, pese a sus promesas de respetar la vida y los bienes de los ciudadanos, sometió a la ciudad a “toda clase de exacciones y atropello. El mayor de ellos fue en la Catedral, que despojó de cuantos fondos poseía con alardes de irreverencia y sacrilegio hartos escandalosos, y por cuantos establecimientos civiles y religiosos contenían dineros y alhajas” según consta en las actas capitulares.
Cuatro días después de su llegada, y tras saquear Murcia, Sebastiani, volvió a Andalucía tras los graves sucesos que estaban sucediendo en Granada y Málaga, pues el militar francés había llevado a cabo la invasión en aquellas tierras.
Antes de su repliegue, Sebastiani envió un mensaje al Ayuntamiento de la capital, en el que afirmaba que había llegado para combatir al Ejército, pero que había sido imposible hallarlo, porque “el miedo ha puesto alas a sus pies y buscando su salud en la fuga os ha abandonado, después de haber devorado vuestras riquezas y gran parte de vuestra juventud”. Exigía fidelidad al rey José I, y que los ciudadanos quedasen “quietos en sus hogares, porque somos vuestros amigos. Si tomáis las armas, os atraeréis sin remedio todas las desgracias de la guerra”.
La página más sangrienta de esta historia de invasión, a sangre y fuego, ocurrió el miércoles 25 de abril de 1810. Murcia había sido abandonada ante el asedio de los franceses y apenas quedaban unos quinientos vecinos en ella. Casi todos los habitantes, al conocer las noticias del avance de los franceses desde Baza y Guadix, huyeron precipitadamente de la ciudad para dirigirse muchos de ellos hacia Cartagena donde se refugiaron al estar, la ciudad portuaria, fuertemente defendida por las tropas españolas allí acuarteladas. Por cierto, que Cartagena fue la única ciudad del antiguo Reino de Murcia qué no sufrió saqueo alguno de las tropas francesas. Su defensa fue ejemplar.
Al frente de la ciudad de Murcia, cuando entraron las tropas de Sebastiani, se encontraba Joaquín Elgueta como regidor decano y regente de la jurisdicción ordinaria. Temprano, aquel día, se presentó una comisión del ejército francés pidiendo dinero, comida y ropa para las tropas invasoras. El entonces regidor tuvo que acompañar forzosamente a los militares extranjeros que incluso habían amenazado con un saqueo general en Murcia si no se les daba la ayuda pedida.
Se consiguió del empobrecido comercio murciano unos treinta y cinco mil reales que, los franceses, aceptaron con menosprecio pues lo consideraron una miseria y decidieron saquear la ciudad en lo que fue una amarga noche de asaltos, violaciones, saqueos, robos y desmanes. Se la califica históricamente como noche de los horrores.
Una vez arrasados comercios, iglesias, conventos y casas particulares el ejército invasor abandonó la ciudad de Murcia y acampó en las afueras camino de Andalucía ante las noticias qué había recibido el Mariscal Sebastiani para ponerse de nuevo en marcha hacia Granada y Málaga.
Algunos ciudadanos de Murcia, entonces, acusaron al Regidor Elgueta de afrancesado y de haber contribuido al saqueo de la ciudad y de haberse plegado ante los invasores sin ofrecer resistencia. Un grupo de exaltados se presentó en el Ayuntamiento y, aquel Regidor, pensó que explicándose y hablando con ellos podría aclararlo todo, especialmente las presiones a las que estuvo sometido por parte de las tropas de Napoleón.
Pero aquel grupo de murcianos exaltados no estaban para explicaciones y se precipitaron sobre él, que salió incluso desprotegido de guardias para dialogar con los manifestantes, y en el mismo edificio del Ayuntamiento le asesinaron. Su cadáver fue arrastrado por todo el Arenal como un triunfo sobre el invasor francés y estuvo expuesto durante todo aquel día colgando de un poste en la Glorieta.
Cuando llegó la noche, aquellos exaltados vecinos, continuaron buscando “afrancesados” entre la población y según los informes que se recogieron con posterioridad a estos sucesos, se asesinaron al menos a ocho comerciantes de los que se habían visto obligados, a su pesar, a contribuir con su dinero al ejército invasor. Fueron, sin lugar a duda, las jornadas del 25 y 26 de abril de 1810 de las más trágicas que se recuerdan dentro de los episodios de la Guerra de la Independencia en el viejo reino de Murcia.
Cuando en 1812 los ejércitos de Napoleón empezaban a abandonar España y nuestro país recobraba poco a poco la calma perdida durante la larga contienda frente al invasor, la ciudad de Murcia, comenzaba también a salir de un periodo de estrecheces pues si bien hay que tener en cuenta que nunca fuimos “frente de combate” si fuimos ciudad de retaguardia a la que tanto los ejércitos de España como los de los aliados ingleses o incluso los franceses recurrían para el pago de impuestos y embargos para abastecer a las tropas. Fueron años de penurias económicas, desabastecimiento, saqueos e incluso epidemias y enfermedades que costaron más de veinte mil víctimas solo en la ciudad y la huerta.
Pero eso es otra historia…