Caos en la procesión de la Virgen de la Fuensanta
Seguro que aquellos murcianos del siglo XVIII no hablarían de otra cosa durante mucho tiempo. Sin duda sería una noticia destacada e imagino que en todos los salones, tertulias, palacios y casas humildes no se hablaría de otra cosa durante mucho tiempo. Clérigos, nobles y ciudadanos de a pie estarían durante muchas semanas hablando de todo aquello. Aquel día de san Sebastián del año mil setecientos ochenta, era el jueves 20 de enero, no se olvidaría tan fácilmente. Ese veinte de enero quedó grabado para siempre en la retina de centenares de personas que acompañaban la procesión de la Virgen de la Fuensanta. Un cortejo que se organizó desde la Diócesis y el Cabildo de la Catedral para dar gracias a la Virgen por su intercesión y que, sin embargo, acabó con gravísimos altercados. Un suceso del que sé habló en Murcia muchos años después y qué no sé olvidó tan fácilmente.
![[Img #5221]](https://elnuevodigitalmurcia.es/upload/images/06_2024/2365_fuen-1-ok.jpg)
Todo comenzó diez días antes cuando se trajo en rogativa a la Virgen de la Fuensanta hasta la Catedral ya que, una vez más en la historia, hacía meses que no llovía en Murcia. Aquella especial rogativa, y tras la novena celebrada en el primer templo de la Diócesis, dio sus frutos y estuvo lloviendo de manera copiosa durante varios días. En reconocimiento a la sagrada imagen, el Cabildo Catedral, organizó una solemne procesión para que el pueblo de Murcia le agradeciera su intercesión para traer la lluvia. Claro que no sabían lo que iba a pasar durante el desarrollo de esta. Seguro que de haberlo sabido no hubieran abierto las puertas de la Catedral. Recogemos de manera textual el acta que hicieron los justicias para poner el suceso en conocimiento del Concejo.
“Que, llevando un buey, cansado de viejo y harto de tirar, en una carreta por las puertas del Mercado, los muchachos empezaron a dar gritos y silbidos asustando al animal que se aventó. Dieron las gentes detrás de él yendo a parar a la Plaza del Palacio, se encontró con la procesión y al mismo tiempo entraba la comunidad de Santo Domingo, lo que se alborotó y causó tanto espanto en todas las gentes para huir, unas corrían para la iglesia, subiéndose a rejas y altares. Viendo correr a los que llegaban, los que estaban dentro de la Iglesia, por otras puertas se salían a la calle, sin saber nadie lo que hacía. Todos daban gritos perturbados. Se metieron otros en el Coro y la Capilla Mayor, cerrando las puertas de ellas. Unas gentes entendían que era algún motín, otras que se estaba cayendo la Iglesia, los que así pensaron en el derribo del templo se fundaron por haberse puesto a caballo en un carro que tienen para levantar las piedras de los carneros muchas personas, con el tumulto que venía de la calle, dieron con el carro. Ahí fue la gritería y el pasmo de todos, pues de este alboroto se insultaron muchos e infinitud de ellos se sangraron. Esto es por lo que toca al interior de la Iglesia.
En la calle y plaza del Palacio (hoy Plaza de Belluga) siguió el buey, quien no vio a toda la clerecía y a parte de las comunidades corriendo en desbandada por todas las calles cercanas. Los sacristanes con la manga de la parroquia, los legos con las cruces a cuestas y hábitos remangados para poder correr mejor como lo hicieron los de Santo Domingo, los dominicos, corriendo hasta llegar a su convento y encerrarse en él. Los señores canónigos, unos se subían a las rejas de las ventanas, otros se metían en las entradas de las casas y así todos desampararon y abandonaron la dicha procesión de honor a la Virgen.
Los señores regidores, que llevaban el palco, lo arrimaron a la pared lo abandonaron y echaron a correr. Su Ilustrísima, acompañado de su familia, aquellos más animosos de ellos agarraron al Señor Obispo y huyendo a la carrera le metieron en una casa que abrió sus puertas para cobijarlo. Los que llevaban la imagen de la Virgen, con el mucho fervor y ánimo que les infundió la dicha Señora, se mantuvieron arrimados a una pared en la Frenería. Esperando que cesaran las embestidas del animal y cobijándose bajo el trono donde iba la sagrada imagen. Dicho buey, después de tanto susto y espanto, se salió al Arenal y se marchó por la Puerta del Sol sin hacer daño a nadie”.
Como les comentaba al principio de haberlo sabido, sin duda, el Cabildo de la Catedral no hubiera organizado la procesión de acción de gracias a la Virgen de la Fuensanta. El orden no se pudo restablecer en ningún caso. El cortejo se había desintegrado por completo y cuando ya dieron noticia de que el buey había salido por la Puerta del Sol en dirección hacia la huerta, los que portaban la imagen de la Virgen, regresaron al interior de la Catedral con ella sobre sus hombros pasando todo tipo de penalidades y apuros pues los centenares de personas que corrían en todas direcciones apenas si dejaban avanzar el paso con la imagen.
Hubo numerosos heridos cuyos nombres, incluso, quedan registrados en las actas concejiles y algunos incluso de “consideración”. El tumulto, el miedo, las carreras y la multitud desorientada fueron las causantes de casi todos aquellos altercados. A la imagen de la Virgen de la Fuensanta nada le ocurrió pues en ningún momento fue abandonada por sus portadores.
La tranquilidad tardó tiempo en volver a las calles de la ciudad pues incluso, aquella noche, sé duplicaron los turnos de guardia y vigilancia pues muchos vecinos sin saber lo qué había ocurrido prefirieron pasar aquellas horas refugiados en cualquier sitio negándose a abandonarlo.
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