Martes, 09 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNUn paseo en fiestas
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Patricia López Haas

Un paseo en fiestas

 

Con el poder que me otorga ser peatón, voy a escribir unas palabras a propósito de la realización de tan noble acción en la ciudad de Murcia, cuyas plazas y paseos están destinados a la celebración de eventos con la consiguiente pérdida de sombra natural y de tranquilidad. Espero que se entienda el tono un tanto exagerado del texto propio de una Miss Dramas.

 

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Al llegar hace unas semanas, después de dos meses fuera, me encuentro con una ciudad que vive con intensidad las fiestas, es decir la Feria de Murcia, en la que las masas entran en ebullición a la caída del sol. Como algo excepcional, una noche me acerqué hasta la Terraza del Río, situada en el Museo Hidráulico y dedicada a conciertos y música de DJ todas las noches a partir de las nueve, para disgusto de los vecinos que los soportaron estoicamente. Yo acudí a escuchar en buena compañía un poco de música Soul a cargo de Los Marañones, que tienen una banda llamada Bloody Black Soul con la que versionan sus canciones favoritas. Lo cierto, es que fue agradable estar sobre el río, con las mejores vistas, tomando una cerveza, aunque fuera en vaso de plástico. Las fiestas parece que van unidas al plástico. El aforo, al estar limitado, hacía que te pudieras mover libremente por el lugar decorado con lucecitas para la ocasión.

 

Otro día, la víspera de que se acabara la Feria, me acerqué de nuevo al entorno del río que es donde se concentra la pomada festivalera. Esta vez fui con mi madre que quería echar un vistazo al lugar. Cometimos el error de caminar por la Gran Vía. Yo que estaba acostumbrada al olor a pino y césped de mis vacaciones, de repente me encuentro en una calle saturada de autobuses, coches y polución. Y gente. Mucha gente. Algunos viandantes lucían vistosos y coloridos trajes llenos de dorados. En ese momento pensé en el plan de “inmovilidad” y la congestión tan horrible que sufre esta arteria central de la ciudad. No hay quien respire.  

 

Pero sigamos con este segundo paseo hasta el río en fiestas. Una vez allí, nos encaminamos hacia el Paseo del Malecón, reconozco que el entorno está bonito y cuidado. Las florecillas alegran la vista en la Glorieta, así como sus fuentes y arbolado. Arbolado del que da sombra. Ya en el Segura, una veintena de barcas reman cerca de la solitaria sardina que se asoma alegre para delicia del visitante, ¿una sardina en un río? Bueno…no sé. Pasamos por la noria, bonita y bien montada, y llegamos hasta un paseo, no el del Malecón, sino uno que discurre paralelo a este, lleno de pequeños arbustos, insisto en lo de pequeños, y de asientos. Creo recordar que había un arco o algo parecido. Era de noche y hacía fresco, se notaba que estábamos ya a las puertas de la ciudad camino de la huerta, ahora bien, no me quiero imaginar esa vereda a las doce del mediodía. No hay sombra. Los patos nadaban en familia ajenos a los Huertos del Malecón, a los desfiles y a las barcas. Ser pato ahí es una suerte. Mi madre y yo los observamos con atención, van siempre juntos, uno detrás del otro. Me gusta ver su perfecta línea de flotación y los graciosos giros que dan. Insisto en que el entorno está cuidado, aunque creo que unos buenos árboles habrían sido más apropiados dadas las altas temperaturas de Murcia durante gran parte del año. Pensaba que mi madre quería ver los Huertos del Malecón, pero no.

 

A nuestro regreso, nos adentramos en la Plaza del Cardenal Belluga. Cientos de sillas y un escenario estaban preparados para seguir la fiesta. Ahora entiendo que quitaran la fuente. Porque había una ¿no? No la recuerdo con claridad, sé que era sencilla. Con lo que relajan y refrescan, pero qué más da, si ya no está. Allí no cabía ni un alfiler. Y una fuente, menos, claro. La fachada de la Catedral es sobrecogedora, el Palacio Episcopal no se queda atrás y el edificio Moneo me gusta. No molesta en mi opinión. Ahora bien, falta vegetación, es calurosa y, hasta cierto punto, inhóspita, pero ya se sabe que es un lugar de encuentro religioso y festivo. Sigo con mi paseo. Entre el vértigo de la noria, en la que no pensaba subir, los dorados de los disfraces y la claustrofobia que me produjeron los cientos de personas que se movían por la Plaza del Cardenal Belluga y alrededores, salimos de allí rápido. Llegamos hasta una chocolatería próxima a la Universidad. Qué descanso. A la salida nos encontramos con un desfile huertano en la calle de Correos con la vicealcaldesa a la cabeza. Ya en Santo Domingo me di cuenta que la ciudad no está pensada para los peatones. Está pensada para las fiestas. En Santo Domingo tiras un huevo en las horas centrales del día y se fríe con su puntilla y todo. ¿Había árboles allí? Creo que sí, la cuestión es que recuerdo la plaza más fresquita y verde. Será que de niña tenía una gran imaginación y veía árboles donde ahora hay hormigón y una plaza muy cuqui y de diseño. Pero sudar no es elegante. En qué pensarán los alcaldes, ¡pues en las fiestas! Se me había olvidado.

 

Y ese bulevar en el que yo crecí, el de Alfonso X, ya no existe. Las terrazas dispuestas bajo un sol de justicia no tienen, a mi juicio, encanto. Faltan árboles. Césped. Humedad. Donde antes había coches, ahora hay pavimento y bicis y patinetes y poca sombra. Y algún coche.

 

A pesar de estas consideraciones, que son personales y cuestionables, pienso que la ciudad ha mejorado mucho en los últimos tiempos, aunque las plazas se hayan convertido en improvisados auditorios y lugares por los que desfilar y hacer ruido. Y lo que es peor, la mayor parte de ellas son intransitables desde abril hasta noviembre por el calor.  Insisto: ser peatón es tarea difícil por mucho que se empeñen. He dicho.

 

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