Encuentros navideños

Como todos los años por estas fechas miras la agenda y la tienes plagada de comidas y cenas navideñas. Yo no sé si es cosa mía o si de verdad cada año institucionalizamos nuevos encuentros por Navidad; que si la comida del gimnasio, la cena con un grupo de amigos, la cena con otro grupo de amigos, la comida de los compañeros del pádel, la comida de empresa, la comida de compañeros de colegio o universidad… En cierto modo, parece que si con un grupo con el que te relacionas no fijas un encuentro en Navidad no existe amistad.

Desde esa perspectiva lo cierto es que, a priori, da un poco de pereza, pero una vez en el evento lo disfrutas mucho. Al menos eso me pasa a mí.

En lo poco que llevamos de periodo prenavideño ya llevo tres comidas y lo cierto es que a cual mejor. Las he disfrutado con intensidad, porque en una de ellas solo nos reunimos esta vez al año y en las otras nunca encontramos un momento distinto al de la Navidad para juntarnos todos.

De la misma forma, sé que voy a disfrutar mucho las comidas que me quedan, también las que voy a celebrar con personas a las que veo todos los días, como mis compañeros de trabajo, porque, para variar, da gusto reunirme con ellos fuera de un ambiente laboral cargado de responsabilidades y preocupaciones.

Cuando pienso en todas estas celebraciones, pese a la desgana inicial, lo cierto es que me alegro de tenerlas. El motivo de la alegría que siento es, sin lugar a dudas, que voy a estar con muy “buena gente”.

El estar rodeado de buenas personas es esencial para ser feliz y estar en paz contigo mismo. El camino es muy largo y si hacerlo solo, ya es duro, peor es hacerlo con personas que te restan y amargan el viaje. Pero, como todo en la vida hay que tener suerte en la elección… o quizá no. Algunas veces, el mérito es nuestro porque mantenemos a nuestro lado personas que, a lo largo de nuestra vida, se han cruzado en el camino, y no hemos querido dejarlas atrás. Otras veces, es cierto, la suerte juega a tu favor y en ambientes que no puedes elegir caes con un grupo de personas, (de trabajo, deportivo o social) con las que congenias y compartes momentos muy “a gusto”.

Creo que la Navidad me agrada porque es un tiempo en el que sé que voy a ver en un corto periodo a las personas más importantes y que más quiero. Esta época del año es la del reencuentro con amigos y familiares y si no existiera habría que inventarla.

El ser humano necesita la afectividad en su vida, sin ella se convierte en lo que no es: un ser antisocial, con lo que ello conlleva de tristeza, rabia y amargura interior.

Por eso no aconsejo tratar de hacer lo que intentan los protagonistas de John Grisham en su novela 'Una Navidad Diferente', es decir, no celebrarla, sino todo lo contrario, disfrutarla al máximo con los que están y también en el nombre de los que no están porque el periodo que se avecina es un buen momento para recargar las mochilas hasta arriba del cariño y afecto que necesitamos como personas.

El gran reto consistiría en tener una Navidad a lo largo de todo el año, pero entonces dejaría de ser un momento especial y como todo exceso, cansaría. Así que es mejor dejarse llevar por la sociedad a la que pertenecemos e imbuirnos del espíritu navideño y disfrutarlo al máximo.   

Yo ya he empezado, y me imagino que todos los que lean este artículo también. ¡Ya habrá tiempo de dietas más tarde!

Ahora toca disfrutar con los míos: familia, amigos y compañeros porque sea por la razón que sea, lo cierto es que todas esas personas con las que voy a celebrar la Navidad me hacen sentir bien. Sin duda, el motivo de mi alegría proviene del secreto atribuido a Lewis Carroll en el cuento de 'Alicia en el País de las Maravillas': “El secreto, querida Alicia, es rodearse de personas que te hagan sonreír el corazón. Es entonces y sólo entonces que estarás en el País de las Maravillas”.