Lunes, 27 de Octubre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNEl hospital comarcal de Caravaca y el karma
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Pepe Ferrer

El hospital comarcal de Caravaca y el karma

 

Debía correr el otoño de 1977 o el invierno siguiente. Nos medían para la mili a los de mi quinta en el salón de plenos del ayuntamiento de Caravaca. Algunos estábamos en la universidad y unos pocos en el ajo: habíamos convocado una manifestación a las doce del mediodía en la Plaza del Arco, justo debajo de donde estábamos. A uno de nosotros, más joven, lo habían llamado para tomarle esa misma mañana de domingo, declaración en el cuartel de la Guardia Civil. Le dijeron que lo sabían todo y de todos nosotros. Lo dejaron irse sin fichar ni otro tipo de acción, con buen trato, incluso paternal en cierto modo, como ocurría a veces en los pueblos, donde todos nos conocemos. Lógicamente nos avisó y nos dijo que ni se nos ocurriese quedarnos en la plaza, que estaba llena de guardias con Cetme e incluso avisados los antidisturbios de Murcia, por lo que pudiera pasar.

 

Nos dijo que ni se nos ocurriese quedarnos en la plaza, que estaba llena de guardias civiles con cetme

 

Llevábamos meses haciendo nuestros estudios y cálculos paralelos a la campaña de concienciación que tuvo una respuesta unánime en todo el pueblo, sin excepción ideológica ni de otro tipo. Una comarca, porque sabíamos que tenía que ser eso el futuro hospital, comarcal, para dar servicio a los sesenta y seis mil habitantes, según nuestros propios cálculos, de los cinco pueblos del Noroeste murciano, con una carretera que se cobraba un montón de vidas todos los años, en accidentes de tráfico y en los traslados a Murcia de enfermos en precarias ambulancias.

 

Con el tiempo todos los que lo necesitamos tuvimos puntualmente nuestros certificados de buena conducta, que expedía la Guardia Civil, sin mayor problema, para pedir prórroga de estudios y terminar nuestras carreras. El primer ayuntamiento democrático asumió la reivindicación en las estancias competentes, por unanimidad, y a los nueve años, tres meses después de su inauguración, nació mi hija en el Hospital Comarcal del Noroeste. Podría parecer un cuento de Navidad, ya que nació el Día de los Inocentes, en plena Pascua, pero es que es, además, cierto. Aquél día mi orgullo era, comprensiblemente, doble.

 

El primer ayuntamiento democrático asumió la reivindicación en las estancias competentes

 

Hace una semana que me han dado el alta del hospital en el que he estado ingresado mes y medio, cuarenta y cinco días y medio, uno tras otro. He tenido tiempo para reflexionar en las noches de insomnio sobre toda esta historia que ahora parece irreal, y en lo que he visto allí, en el primer hospital comarcal que se creó en la Región, el más pequeño y quizás el más precario en equipamiento y recursos materiales. No obstante, mueve a un millar de personas, es la empresa más grande de la comarca, un motor económico muy importante, amén de los servicios sanitarios que da en esta pequeña Babel comarcal e incluso más allá, aunque sea limitado a ciertas zonas de Castilla-La Mancha y Andalucía. Una institución, por lo demás, muy arraigada en toda la zona, moviendo trabajadores de todo su ámbito de cobertura.

 

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Un hospital siempre necesitado de una definitiva ampliación y de una dotación de facultativos en condiciones, algo de lo que siempre ha adolecido…como ocurre en toda la sanidad a nivel estatal. Un hospital en el que yo solo he visto a un equipo lleno de joven ambición, profesionalidad y generosidad. Sé que éste, como todo en este país, tiene su leyenda negra, pero yo no lo he visto. Yo he visto a gente que se desvive sin horario por atender al paciente, sea del estamento que sea. Y correr cuando es necesario, en una planta, posiblemente, la más complicada, la segunda, la de medicina interna, que aun tiene las cicatrices de haber sido la planta Covid durante la pandemia: Puertas para mantener la estanqueidad, sistema de ventilación aislante y cámaras en las habitaciones para mantener la comunicación con los enfermos aislados. Un hospital que sufrió irrecuperables pérdidas humanas, también entre sus facultativos. Un hospital donde llaman compañeras las enfermeras a las auxiliares. Un lugar donde, por las noches, he mantenido no pocas conversaciones y reflexiones con muchas de éllas. Ésas que, en su mayoría ni habían nacido cuando nos medían para la mili, aquel lejano y gris, muy gris, domingo, donde algo muy grande se fraguaba.

 

Yo solo he visto a un equipo lleno de joven ambición, profesionalidad y generosidad

 

Como recordaba Mario Onaindía en su primer libro de memorias 'El Precio de la Libertad', ¿cómo decirle a la cajera del Eroski que te está atendiendo, que élla está allí por aquél incipiente economato que crearon los curas vascos con los trabajadores de Mondragón? ¿Cómo contarle a esa enfermera que podría ser tu hija, que ella está allí por un sueño, realizado, de un grupo de aventurados, y algo descerebrados, jóvenes que se vio secundado por todo un pueblo y luego rubricado por los políticos del primer ayuntamiento democrático?

 

Estas cosas te hacen todavía mantener la esperanza y la búsqueda de la belleza, de la que hablaba Aute, y creer que, se llame karma o Navidad, existen cuentos, que hasta resultan que se hacen reales.

 

Nota del autor: Dedicado a África

 

Nota del editor: En tu honor, Pepe: larga vida. Y gracias a esos profesionales que ha estado contigo tanto tiempo y nos han devuelto a un profesional como tú.

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