Bruce Springsteen & The E. Street Band: 'Born to Run', la redención de los perdedores
Mediaba la década de los años 70 del siglo pasado. El rock and roll clásico empezaba a caer en el olvido. Elvis Presley ya no hacía rock, los clásicos aún no estaban revalorizados, los Beatles llevaban un lustro separados, clásicos como los Kinks, los Who y los Rolling Stones buscaban un nuevo sonido, y funcionaban los suficiente para mantenerse, pero no para 'tirar del carro'. Lejos quedaba el verano del amor, y muchas de sus principales estrellas se habían dejado la vida por el camino.
En lo musical, y a la espera de la llegada del punk, la nueva ola y la explosión del glam rock o de la fiebre discotequera del Sábado Noche, reinaban los grandes virtuosos del rock sinfónico y progresivo. Grandes bandas, sin duda, pero el panorama necesitaba algo de aire fresco. El rock clásico necesitaba un nuevo sonido, que lo pusiera al día sin perder frescura, ni arrasar con todo como más tarde haría el movimiento punk, del que hablaremos aquí en más de una ocasión.
La revista Rolling Stone había hablado de un “salvador del rock and roll”, una esperanza, un rockero que había sido descubierto por el cazatalentos John Hammond, como una especie de nuevo Bob Dylan.
Pero, antes de salvar al rock ando roll, Bruce Springsteen tenía que salvar su propia carrera musical. Llegado este momento, y con 25 años de edad, ya había editado con CBS otros dos excelentes discos, que habían recibido buenas críticas, pero que no acababan de despegar en ventas, y sin colmar las expectativas comerciales, había recibido el ultimátum de la compañía: Saldrá un último tren, o llegas a la estación a tiempo, o no volverá a pasar otro.
Se encerró entonces a trabajar en un nuevo sonido, en sesiones interminables que se prolongaban durante meses. En concreto, seis meses solamente para grabar la canción que iba a dar título al disco.
Buscaba, como el mismo contaba en su autobiografía, (significativamente titulada también 'Born to Run' y publicada en diciembre de 2016 por Random House) "construir un disco que sonara como si fuera el último disco sobre la tierra. El último disco que oirías. El último que necesitaras escuchar..."
Para ello, de entrada, decidió cambiar de manager, e incorporar precisamente a aquel periodista de la revista Rolling Stone que lo había saludado como el redentor del rock, Jon Landau, en una decisión que le costaría, en un futuro, no pocos dolores de cabeza legales, pero que, en definitiva, fue un gran acierto.
El nuevo manager se lleva a Bruce Springsteen y a su banda a los estudios Record Plant de Nueva York, donde permanecerían hasta 14 meses dando vueltas a ese sonido definitivo.
Como declaró años después a People Magazine, la idea que estaba presente era que “si la música era buena, conseguiría sobrevivir. Pero si me salía mal, sería el fin de todo”.
Tal vez por eso, empezó a sufrir el abandono de varios de los miembros de la banda. En este sentido, y como se suele decir 'lo que pasa, conviene', porque esos abandonos permitieron aligerar la sección de metales y dar mayor protagonismo al saxofón, así como dejar en parte el sonido de influencias jazz para dar entrada a Max Weimberg en la batería, un batería de rock, y a un pianista que lleva el sonido de la E. Street Band a otra dimensión, Roy Bittan.
Bruce Springsteen & The E. Street Band, en definitiva, se jugaban continuar en el negocio o dedicarse a otra cosa. Así que dieron lo mejor de sí mismos en agotadoras sesiones de grabación. Se trataba de hacer una obra maestra y que, encima, se vendiera más que bien. Ofrecer lo mejor y, además, tener suerte.
Para bien de Bruce, de su banda, del rock y de la música popular de los siglos XX y XXI, la cosa salió bien, el álbum se colocó en el 'top ten' estadounidense y el rockero, la sensación del momento, empezó a trascender lo puramente musical, apareciendo en portadas de publicaciones generalistas, como Time o Newsweek.
El resto es historia. El rockero de Freehold, New Jersey, ha recibido veinte premios Grammy, un Oscar y un Premio Tony, y es miembro honorario del Kennedy Center. y recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos del presidente Barak Obama, en el año 2016.
El proceso no fue nada sencillo: el artista conocido por los miembros de su banda (y en adelante, por el mundo) como 'El jefe', cambió su forma de componer (compuso todas las canciones sentado al piano), la forma de escribir las letras, y trabajó los arreglos hasta el agotamiento, integrando todo tipo de influencias, el jazz, el soul, el rock and roll más clásico y, en su sonido, el wall of wound de Phil Spector, y ese sonido lleno de épica que sería ya marca de la casa.
Se cuenta, como anécdota (que puede ser verdadera o leyenda), que el propio Spector se encontró, poco después de la salida del disco con Bruce Springsteen y le dijo: “Si querías que te produjese tu disco, sólo tenías que decírmelo".
En cuanto a las letras, los personajes son más universales, urbanos, individuos que parecen no tener nada que perder pero que luchan por, como dice el Evangelio, no perder hasta lo que tienen. Historias épicas pero cotidianas, sinceras, cercanas. Escapar, huir, correr, puede que hacia ninguna parte, pero nunca quedarse quieto a ver cómo se pierde la vida y la juventud, nunca resignarse a la derrota, aunque no se sepa muy bien qué es exactamente ganar.
Huir, escapar por la carretera del trueno, en ese maravilloso inicio del disco, lleno de imágenes muy bellas, románticas, que nos remite a muchas películas clásicas, como aquel chico de la moto que soñaba con escapar para ver el mar. Toda una declaración de principios, la canción de canciones, 'Thunder Road'. Al otro lado, esta, de entrada, la décima avenida ('Tenth Avenue Freeze-Out') y en ella, la influencia soul, los metales, los amigos, aquellos que encuentran alivio en la noche ('Night'), la siguiente canción, que parece llegar de manera natural, como si fuera imposible imaginar que le pueda seguir otra.
La amistad también resultará importante cuando lleguen los momentos duros, y haya que sobrevivir en los callejones (backtreets), porque aquí no hay salida, no hay lugar al que escapar, y la épica, la tarea de los héroes, es sobrevivir a estos momentos. Una canción cuya sola introducción vale el precio que has pagado por el disco.
Una vez te ha cogido por las solapas, llega la cara B del vinilo, que no te suelta, sino que te zarandea y te despierta, pero también te hace soñar a lo grande, y lo hace con la canción que da título al disco, la que nunca falta en los conciertos, 'Born To Run', te anima a correr, corre si sabes lo que te conviene, sigue adelante, porque vagabundos como nosotros, dice, hemos nacido para correr. Una canción que es puro sonido Spector pero con un par de marchas más, y que nos hace comprender por qué ya nunca volvió a ser igual nada, ni en la vida de Bruce Springsteen y su banda, ni en la historia moderna de la música popular. La canción pasa por encima como un huracán, ya habrá tiempo para bajar, para hablar del amor, del amor romántico, pero también del amor físico, con 'She´s the one', la canción siguiente.
Echan el cierre dos canciones sobre la vida en los bajos fondos, en la ciudad, en la noche, como una puesta al día de 'West Side Story', sobre perdedores que se niegan a serlo, en 'Meeting across the river', y sobre personajes de bandas callejeras, como “el rata” de la espectacular y hermosísima epopeya “jungleland”, con un solo de saxofón absolutamente mágico, que, según cuentan, ha salvado más de una vida. En ese solo permanece para siempre el alma del saxofonista Clarence Clemmons, llena de pasión y de esperanza, para abrochar en oro está maravillosa obra maestra, 40 minutos para salvar al Rock, que llegaban a las tiendas el 25 de agosto de 1975.