Lunes, 08 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNUna gran acera
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María Belén Albaladejo

Una gran acera

 

Andando vamos. Es una buena forma de descubrir la ciudad, de fortalecer la musculatura, de saludar y charlar con conocidos humanos y caninos.

 

Llevada por mi nueva afición andariega vi con muy buenos ojos esas obras para el ensanchamiento de las aceras en esta nuestra ciudad.

 

Les hice un seguimiento ilusionado por barrios. En silencio, con regocijo, anhelando el día de retirada de vallas, paneles, obreros y señales que mostraran ante mí aceras de tres metros de ancho para el buen y fluido caminar.

 

Llego el día, salí con Totó, un perro con el que desde hace cuatro años camino feliz y, ante el caos que observé, me dije: “Bueno, tendremos que aprender a movernos en esto tan ancho, es cuestión de días”.

 

Pasaron esos días y me dije: “¡Venga! quizá necesitemos más tiempo para aprender las técnicas de adelantamiento peatonal”.

 

[Img #7813]

 

El tiempo siguió su curso y… ¡puf! Pasé a preguntarme: ¿Por qué sale la gente de los comercios arrastrándome?, ¿Por qué los arboles recién plantados los han colocado de esa forma que, o me trago el árbol o me trago al que sale tan contento  de su portal o de una tienda con su compra?

 

Algo se me escapa que no atino a descubrir la forma de andar por esas macro aceras y sus múltiples escollos. He llegado a pensar que me faltan 'horas de vuelo' en vídeojuegos, esos en los que el escapismo y el regate es el movimiento más común. Otros días pienso que vivimos una constante fiesta, me veo frente a una filá de alguna  cábila o mesnada que no puedo rebasar. Juro que de fondo oigo el pasodoble 'Paquito el chocolatero'. ¡Totó y yo frente a las hordas sin saber qué hacer!

 

Hay muchos metros, ancha es Castilla dice la historia, y se ve que eso da para generar posiciones de “llenado de ancho” y el que venga por detrás o de frente que se las apañe o practique el giro de cintura, el frenado en seco o la elevación del churro, mediamanga, mangotero.

 

Tengo la sensación de andar con un altavoz. “Perdón, ¿me dejan pasar?” “Perdón, ¿se hacen a un lado?” “Perdón, ¿terminan la reunión en el centro de la acera?”

 

Todos sabemos que 'se va' por la derecha y 'se viene' por la izquierda, pero de saberlo a hacerlo andando, en esas fantásticas aceras tan anchas, es complicado. Te da un subidón de alguna hormona que te lanza de un lado a otro, que te frena a mirar el móvil, que te retranquea sin mirar al resto, que te cita con diez conocidos generando una frontera para el resto que ni con pasaporte cruzan.

 

De tanto ir por las anchas aceras driblando, bailando, frenando, he terminado con una resonancia de mis caderas que ya veremos el resultado. Lo mío nunca fue imitar a Elvis y así me veo.

 

Lo único que he aprendido es ir en modo despiste, pendiente de Totó y con la cabeza hacia abajo porque sé que, si nos cruzamos con alguien conocido y  mostramos  nuestra natural simpatía (aquellos que me conocen habrán intuido la ironía sobre mi carácter), colapsamos la acera y nadie podría seguir su camino sin recurrir, como mínimo, al zigzagueo.

 

Digo yo que, en breve, con algo de interés, esfuerzo y voluntad, todos aprenderemos a escorarnos hacia un lado cuando nos encontremos con amigos, cuando deseemos ver un escaparate, cuando necesitemos cambiar la dirección de nuestro caminar, cuando salgamos de nuestro portal disparados.

 

Por el bien de nuestra ciudad procuremos disfrutar del fantástico ancho de nuestras aceras. No vaya a ser que reviertan las obras, empiecen a horadar  socavones, vallas y desvíos absurdos para el estrechamiento y tengamos que ir todos otra vez en fila 'de a uno'.

 

No nos cuesta nada ser respetuosos con el de enfrente o el de atrás. Se trata de reconocer que, muchas veces,  somos el de enfrente o el de atrás.

 

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