Martes, 28 de Octubre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNEl caso de las ancianas delincuentes
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Patricia López Haas

El caso de las ancianas delincuentes


En los últimos tiempos la prensa se está haciendo eco del curioso y triste caso de las ancianas delincuentes en Japón, que optan por cometer delitos menores como el hurto para escapar de la pobreza y del abandono. Realidad triste y surrealista la de un país tan supuestamente avanzado que maravilla a todo el que lo visita por su limpieza y exquisita urbanidad. Tradición y vanguardia caminan de la mano en Japón, no hay más que ver el estricto y antiquísimo protocolo de la familia imperial, una familia que permanece aislada y oculta, lo que la convierte en inexistente e invisible para el japonés de hoy, al igual que los ancianos. Parecía que allí se cuidaba de los mayores, o al menos eso pensaba yo, es uno de esos mitos que se desmontan al leer que las ancianas delinquen por cuestión de soledad, falta de atención hospitalaria y medios económicos.

 

La exclusión empuja a las mujeres mayores a cometer delitos menores para encontrar estabilidad, atención médica y compañía dentro de las cárceles. Es un problema estructural de una sociedad envejecida. En la prisión de mujeres de Tochigi, al norte de Tokio, una de cada cinco internas tiene más de 65 años. Según la OCDE un 20% de los japoneses de más de 65 años vive en la pobreza. La pensión mensual no es suficiente para cubrir alimentos, medicamentos y vivienda. Y el sistema no logra garantizar un nivel de vida digno para los mayores. El hurto es el delito más común entre los ancianos encarcelados en Japón, más del 80% de las ancianas que están en prisión fueron condenadas por este delito.

 

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Según el testimonio de reclusos y personal de prisiones japonesas, la cárcel se presenta como un refugio inesperado y preferible a la libertad para los ancianos que no tienen otra opción, porque allí no hace frío, no pasan hambre, tienen tratamiento médico gratuito y están acompañados. El personal de la prisión se ve abocado a desempeñar tareas que van más allá de la seguridad como cambiar pañales, bañar y alimentar a los internos mayores. Parecen hogares de ancianos en los que ya hay andadores y comidas especiales para los que no pueden masticar. Muchos exconvictos no tienen familia o han sido rechazados debido a sus antecedentes.

 

El hecho de que exista un ministerio de Soledad y Aislamiento en Japón es indicativo del problema. Se han implementado algunas medidas como programas de reintegración social, apoyo comunitario y beneficios de vivienda, aunque el alcance de estas iniciativas parece insuficiente para cubrir la demanda de una población que envejece rápidamente, con una pirámide poblacional invertida y un sistema del bienestar insuficiente.

 

El problema es que la sociedad del llamado mundo desarrollado camina hacia la soledad. Los entornos urbanos son más proclives a ello que los rurales donde la gente se conoce y apoya en casos de necesidad. Espero que no tengamos que ver a los abuelos llevándose el pan del supermercado para estar calentitos y acompañados en la cárcel. Cuando se pierde la salud y desaparecen los seres queridos parece que la libertad deja de ser un bien precioso para convertirse en una condena. La condena de la longevidad en entornos solitarios y con escasez de medios económicos lleva a situaciones extremas como la de Japón. En España, el sistema público de salud, con todos sus problemas y carencias, es bueno y garantiza la atención, aunque esté muy tensionado. Por otro lado, el carácter expansivo y solidario de los españoles es algo más que destacable en comparación con la hermética sociedad nipona, y nos hace pensar que aquí esto no va a suceder. Alguien me dijo que las residencias de ancianos son el futuro, pienso que en ciertos casos son una buena solución, que están bien, pero, en términos generales, como perspectiva de hogar venidero me parece deprimente.  

 

Finalmente, y volviendo al tema del artículo, me gustaría dejar como reflexión que, tras la maravillosa floración del cerezo, los 'baños de bosque' y la exquisita educación nipona aparecen las carencias de una sociedad que necesita interactuar más y exteriorizar con naturalidad los sentimientos para poder afrontar con eficacia una realidad que va en aumento, la de la soledad en una sociedad muy longeva, somos humanos e imperfectos y no máquinas, aunque estemos en plena era de la IA.

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