Abba y Eurovisión: Nada puede atrapar un corazón como una melodía
Salvo honrosas excepciones, Eurovisión ha sido siempre sinónimo de horterada. Trajes imposibles, coreografías manidas, estribillos huecos y un espectáculo kitsch que rara vez deja huella más allá del momento.
Pero en 1974, ABBA rompió esos moldes al ganar el festival con Waterloo, una canción que no solo arrasó en ventas, sino que, años más tarde, fue elegida como la mejor canción en la historia del certamen. Aquella actuación en Brighton no fue solo un triunfo puntual: fue el inicio de una historia musical que marcaría a generaciones enteras.
ABBA nació en la Suecia de principios de los setenta, cuando se cruzaron los caminos de cuatro artistas: Agnetha Fältskog y Anni-Frid Lyngstad (Frida), eran cantantes que actuaban en solitario, y Benny Andersson y Björn Ulvaeus, procedían de grupos de cierta popularidad en su país.
La química entre ellos -musical y personal- fue inmediata. El nombre del grupo, ABBA, surgió de forma simple: las iniciales de sus nombres. Lo que no fue tan simple fue lo que lograron después. Tampoco, pese a las apariencias, es simple su música ni sus producciones.
Una curiosa anécdota marca sus comienzos: en unas vacaciones en Chipre en 1970, actuaron de forma improvisada para soldados de la ONU. Todavía no eran oficialmente una banda, pero ya entonces algo especial flotaba en el aire. Años más tarde, esa chispa iba a generar un enorme estallido de creatividad y de éxito.
El tándem formado por Benny y Björn era el corazón del grupo. Componían, producían y arreglaban cada tema con un nivel de detalle pocas veces visto en el pop comercial desde Phil Spector o Brian Wilson.
En el estudio Polar de Estocolmo construyeron un sonido único: elegante, reconocible, emocional. Agnetha y Frida, con sus voces empastadas hasta la perfección, aportaban la energía, la dulzura y la melancolía justa en cada canción.
Su estilo, etiquetado muchas veces como europop, elevó el género a su máxima expresión. En sus manos, el pop bailable se volvió sofisticado, lleno de capas vocales, arreglos orquestales y armonías brillantes.
Y mientras, sus canciones conquistaban las listas de todo el mundo, con cifras de vértigo. Más de 400 millones de discos vendidos, una cifra comparable solo a gigantes como The Beatles o Elvis. Uno de los momentos que mejor refleja su popularidad tuvo lugar en 1977, cuando anunciaron dos conciertos en el Royal Albert Hall de Londres. Se recibieron más de 3,5 millones de peticiones de entradas, suficientes para llenar el recinto 580 veces.
Pero ABBA no era solo un fenómeno comercial. En 1979, donaron todos los derechos de la balada de aires andinos 'Chiquitita' a UNICEF, coincidiendo con el Año Internacional del Niño. Desde entonces, la canción ha generado (y sigue generando) millones para proyectos de infancia en todo el mundo. La canción (que tiene, como otras del grupo, una vesión en español) les valió, además, una enorme popularidad en Sudamérica.
Las parejas no resistieron a las giras y la tensión del éxito y, tras sus rupturas y la edición de The Visitors (1981), su disco más introspectivo, el grupo desapareció sin aspavientos. No hubo giras de despedida, anuncios de ruptura, ni escándalos. Solo un silencio respetuoso y elocuente. Abba, simplemente, dejo de grabar, actuar y editar discos.
En 1999, el estreno del musical Mamma Mia! nos trajo de vuelta su música, propiciando los recopilatorios 'Abba Gold'. Su adaptación cinematográfica en 2008, con Meryl Streep y un reparto estelar, convirtió sus canciones en himnos para nuevas generaciones, como lo habían sido para las anteriores. La película recaudó más de 600 millones de dólares y consolidó el estatus intergeneracional del grupo.
Incluso artistas como Madonna reconocieron su legado. En 2005, utilizó un sampler de 'Gimme! Gimme! Gimme! (A Man After Midnight)' para su éxito 'Hung Up'. Fue la primera vez que ABBA autorizaba oficialmente el uso de una de sus canciones.
En 2021, ABBA volvió. Editando Voyage, su primer disco en casi cuatro décadas. Y con él llegó ABBA Voyage, un espectáculo en Londres donde hologramas de los cuatro miembros (tal y como eran entonces) interpretaron sus clásicos con una banda en directo. La tecnología al servicio de la emoción y la nostalgia.
En Estocolmo, su ciudad de origen, está situado el ABBA Museum. No es un museo tradicional: allí puedes cantar con ellos, vestirte como ellos, conocer su historia y su legado musical y estético.
Hay algo especial en ABBA. Pocos como ellos llaman a la nostalgia. Escuchar una canción suya es como abrir un álbum de fotos antiguo, como volver a un lugar y a un tiempo, en la infancia, en el que uno fue feliz, y las tardes parecía que iban a durar una eternidad.
Porque ABBA no solo puso música a una época. Le puso emoción, color y melodía.
Linkedin: Rafael Garía-Purriños