Bob Marley, rebelde sin odio
Nacido como Robert Nesta Marley en 1945, en el pequeño pueblo de Nine Mile, Jamaica, fue hijo de una joven afrodescendiente y de un militar blanco británico. Esa mezcla racial lo marcó desde el inicio: era blanco para los negros y negro para los blancos. De ese cruce nació su personalidad, su rebeldía y su espiritualidad, marcadas por la pobreza, la marginación y las creencias de los rastafaris: una fe que mezcla cristianismo, misticismo africano y resistencia al colonialismo.
Las canciones de Marley llevan en su alma la resistencia de un pueblo que, a pesar de los años de esclavitud, nunca dejó de soñar con la libertad. En Jamaica, una comunidad principalmente rural, las raíces africanas se mantuvieron vivas, alimentadas por la conexión profunda con la tierra, en contraste con la industrialización que transformaba otras partes del mundo.
Su formación se vio enriquecida por los sonidos que llegaban desde las emisoras de radio norteamericanas, especialmente de Nueva Orleans, que difundían artistas que, como Ray Charles, Fats Domino y Curtis Mayfield, le enseñaron el poder de la música negra. Esos ritmos, esos sonidos, alimentaron el alma de Marley, y él, a su vez, los fusionó con el reggae, creando un estilo único e inconfundible.
En principio, se dio a conocer a través de la magia de los sound systems, esos carromatos musicales que recorrían las calles de Jamaica llevando los ritmos del ska, el calypso, el rocksteady y el reggae a cada rincón. Los DJs que los manejaban no solo ponían música, sino que conectaban con el público, lanzando improvisaciones y rimas que encendían el alma de aquellos que escuchaban. Fue ahí donde su música empezó a llegar a oídos y corazones, antes de que su nombre trascendiera las fronteras de Jamaica.
Comenzó con The Wailers -Peter Tosh y Bunny Wailer- pero pronto se fueron notando las distintas sensibilidades, y el trío se terminó separando en 1974. Marley siguió como líder de Bob Marley and The Wailers, rodeado de nuevos músicos como Aston y Carlton Barrett y del trío vocal I Threes, donde cantaba su esposa, Rita. Entonces el mundo empezó a escuchar, y el mensaje de Jamaica empezó a latir en las grandes ciudades del norte de américa y de Europa.
La prensa inglesa lo proclamó como la primera superestrella del Tercer Mundo. Este hombre con trenzas, sandalias y letras en las que mezclaba el inglés y el patuá, logró llevar un mensaje de justicia y redención a todos los rincones del planeta. Y lo hizo con una música y unos ritmos que, para Europa, eran absolutamente novedosos.
Nunca abandonó su barrio, uno de los más conflictivos en Kingston, Jamaica. En él permanecía aparcado su coche, que no cerraba. Nadie lo tocaba, pese a que era difícil ver un vehículo tan llamativo en esa calle. El propio Marley declaró: “Tengo un BMW, pero solo porque representa a Bob Marley & The Wailers, no porque necesite un coche caro”. Siempre llevó un coche de esta marca, hasta que, obligado por las necesidades de espacio optó por una furgoneta.
En sus canciones había denuncia (Get Up, Stand Up), consuelo (No Woman, No Cry), espiritualidad (Jah Live), y profecía (Exodus). Pero también había una ternura desarmante. En Redemption Song, casi su testamento, canta con la voz desnuda: “Emancipate yourselves from mental slavery / None but ourselves can free our minds.” No se trataba solo de cadenas físicas, sino de las invisibles: el miedo, el prejuicio, la resignación.
Sus conciertos eran mucho más que espectáculos musicales. Con el ritmo hipnótico del reggae, el humo sagrado de la ganja, el enorme carisma de Bob Marley y el fervor de miles de voces unidas, cada recital se vivía como un ritual rastafari. Marley no solo cantaba: predicaba, conectaba, liberaba.
Su canción más poderosa, War, basada en el discurso de Haile Selassie ante la ONU, retumbaba con palabras como martillazos: “Hasta que el color de la piel de un hombre no tenga más importancia que el color de sus ojos, habrá guerra".
Que lo cantara un pacifista como Marley no era contradicción, porque como él mismo creía: la paz no es la ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia.
En 1976, Jamaica vivía una escalada de violencia política. Marley organizó el concierto Smile Jamaica para tratar de unir a su pueblo. Días antes, hombres armados irrumpieron en su casa y dispararon contra él, su esposa y su equipo. Sobrevivió milagrosamente y apareció en el escenario, herido y vendado. “La gente que está tratando de hacer de este mundo un lugar peor no toma días libres. ¿Por qué habría de tomarlos yo?”, dijo.
Pero su gesto más recordado llegó dos años después, en 1978, durante el histórico One Love Peace Concert. Con el país al borde de la guerra civil, Marley logró algo impensable: subir al escenario a los líderes rivales, Michael Manley y Edward Seaga, y tomar sus manos en medio del show, alzándolas frente al pueblo. La imagen dio la vuelta al mundo.
Bob Marley no se detuvo. Cantó en la independencia de Zimbabue, habló en Naciones Unidas, fundó organizaciones solidarias. Su influencia es enorme en los músicos de la nueva ola -The Police, The Clash, Elvis Costello, Blondie- que adoptó sus ritmos y su forma de decir verdades incómodas bailando.
Murió a los 36 años, tras rechazar (en razón de sus creencias) una amputación por causa de un cáncer en el pie. Fue enterrado con su guitarra, una Biblia, una rama de marihuana y un anillo de Haile Selassie.
Su voz sigue hablando donde hay pobreza, racismo o desesperanza.
Linkedin: Rafael García-Purriños