
En 2023, las emisiones mundiales de dióxido de carbono procedentes de combustibles fósiles volvieron a aumentar, hasta superar los 37.000 millones de toneladas de CO2. No obstante, en varias regiones del mundo estas emisiones disminuyeron, según datos del Global Carbon Budget. Es el caso de la Unión Europea y los Estados Unidos, lo que demuestra que es posible revertir la tendencia. Además, una investigación publicada en la revista PNAS concluye que este descenso de las emisiones no está reñido con el crecimiento económico, sino al contrario: el 30 % de las regiones del mundo logran crecer económicamente mientras reducen sus niveles de gases nocivos.
Reducir la dependencia de los combustibles fósiles requiere soluciones que combinen distintas disciplinas. No solamente hay que fomentar las ciencias naturales, la ingeniería o la arquitectura, sino que también son necesarias las aportaciones de la educación, las ciencias sociales o las ciencias jurídicas. Esta visión interdisciplinaria resulta fundamental para afrontar la complejidad del cambio climático de forma efectiva y ayudar a cambiar actividades o espacios de nuestro día a día.
"El reconocimiento de la complejidad del cambio climático obliga a los investigadores a recurrir a conocimientos interdisciplinarios que combinan las ciencias naturales con las ciencias sociales y las humanidades", plantean los autores de un artículo publicado en la revista Climatic Change.
De la ciudad al mundo saludable
En 2024 se producía una sentencia histórica: el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminaba que el cambio climático viola el derecho al respeto de la vida privada y familiar. El caso fue presentado por una asociación de mujeres mayores suizas, preocupadas por el impacto del calentamiento global en su salud. La asociación alegó que el gobierno suizo no estaba tomando medidas suficientes frente a este fenómeno, como recoge Euronews.
"Solemos atribuir a los mayores un cierto conservadurismo, pero hace tiempo que esto se está discutiendo", puntualiza Tomás Sánchez Criado, investigador Ramón y Cajal del grupo Care and Preparedness in the Network Society (CareNet), adscrito a la unidad de investigación sobre cultura, creatividad, justicia social, pensamiento crítico y humanidades, de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
"Actualmente, las personas de mayor edad son también las de la generación de 1968 y las luchas por la emancipación corporal. Mucha de esta gente sigue luchando para abrir la posibilidad de un futuro en un momento infausto y complejo, en el que podemos sentir una cierta parálisis", añade el investigador, quien participa en el proyecto Ciudades que envejecen: los futuros del urbanismo de la edad avanzada en el litoral español (CIUDEN), financiado por una beca Leonardo de la Fundación BBVA.
¿Cuáles son las claves para que una ciudad tenga una buena salud? Sánchez Criado recuerda que en España la accesibilidad urbana está ampliamente desarrollada y en transformación, pero queda mucho por hacer. "Pensemos en nuestras calles de cemento, hormigón o granito, en esos pavimentos sellados hechos para que las personas ciegas o en silla de ruedas puedan caminar de forma segura. Esos mismos pavimentos son ahora el fundamento de muchos problemas, como el efecto isla de calor, que vulnerabiliza y expone a esos mismos cuerpos a los que se pretendía restituir el derecho a la ciudad", sostiene. Su proyecto actual comprende talleres conjuntos con activistas mayores, urbanistas, técnicos municipales y legisladores sobre cómo construir ciudades para envejecer bien dentro de los límites del planeta.
Esta transformación del entorno no es solo una cuestión urbanística, sino que forma parte de un cambio global más profundo. Para Cristina O'Callaghan Gordo, profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud, "el hecho de traspasar los límites cambia el entorno en el que vivimos: pasamos de un planeta estable al que nos hemos adaptado a unas condiciones que desconocemos".
"La crisis climática se ha definido como una crisis humanitaria y como una emergencia en salud", insiste la profesora de la UOC, quien también es investigadora líder del Barcelona Interdisciplinary Research Group on Planetary Health (BITAL), adscrito a la unidad de investigación sobre salud, salud digital y bienestar. O'Callaghan Gordo, que es experta en salud planetaria, señala que el bienestar de las personas también depende de la sostenibilidad del planeta.
Patios escolares y alimentación más sostenibles
Para tratar de contener el aumento de las temperaturas, cada vez es más común que los espacios urbanos renaturalicen determinadas zonas. Es el caso de Barcelona, Gandía, Valladolid o Vitoria. Siguiendo esta filosofía, nació el proyecto europeo COOLSCHOOLS, coordinado por la UOC. Este proyecto estudia los beneficios de implementar soluciones basadas en la naturaleza en los patios escolares desde muy diferentes ámbitos del conocimiento, como la ecología, la salud, la educación, la gobernanza o la equidad.
El proyecto engloba las ciudades de Barcelona, Bruselas, París y Rotterdam. "El programa municipal de Barcelona, Transformamos los patios, ha intervenido en setenta patios de escuelas públicas de la ciudad, muchos de los cuales están abiertos a la ciudadanía los fines de semana", explica Isabel Ruiz Mallén, líder del proyecto e investigadora del Laboratorio de Transformación Urbana y Cambio Global (TURBA Lab), perteneciente a la unidad de investigación sobre cultura, creatividad, justicia social, pensamiento crítico y humanidades de la UOC.
"Los resultados analizados hasta hoy indican que los patios renaturalizados mejoran el confort térmico; albergan, en algunos casos, más biodiversidad que los parques cercanos; facilitan el contacto de los niños y niñas con la naturaleza, con independencia de su condición socioeconómica; reducen las desigualdades de género en el juego, y favorecen el aprendizaje del alumnado cuando se utilizan como un aula más", destaca Ruiz Mallén, quien también es profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
Estas iniciativas de respeto hacia la naturaleza y el entorno deben trasladarse también al interior de los hogares. El impacto ambiental de la alimentación, por ejemplo, es un aspecto que preocupa a la población española, tal y como recoge el Estudio sobre el impacto ecológico de los hábitos alimentarios. Sin embargo, existen barreras que dificultan el cambio.
"Entre estas barreras, se encuentran el precio de los alimentos saludables y sostenibles, la disponibilidad de tiempo y el esfuerzo requerido para cambiar los hábitos actuales. Además, la información que los consumidores consideran contradictoria y confusa sobre el impacto ambiental de los alimentos y la falta de conocimientos sobre este tema también tienen un papel importante", señala Anna Bach Faig, coordinadora del grupo de investigación Nutrición, Alimentación, Salud y Sostenibilidad (NUTRALiSS), adscrito a la unidad de investigación sobre salud, salud digital y bienestar, y directora del máster universitario de Alimentación Saludable y Sostenible de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.
En el contexto mediterráneo, una alimentación que trate de reducir la huella de carbono, como recuerda Bach Faig, puede basarse en el patrón de la dieta mediterránea, caracterizada por un alto consumo de productos vegetales (verdura, fruta, cereales integrales, legumbres y frutos secos), pescado y un consumo moderado o bajo de carne, lo cual es beneficioso tanto para la salud como para la sostenibilidad ambiental.
"Hay razones para ser optimistas. La combinación de una mayor conciencia pública, de la evidencia científica sólida y de las políticas de apoyo puede impulsar una transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles y saludables", mantiene Bach. Precisamente, el grupo de investigación de esta investigadora de la UOC estudia la dieta de los europeos para hacerla más sostenible, con el proyecto PLAN'EAT, y ha publicado los resultados de sus estudios en una revista científica de Nature. Previamente, la investigadora también lideró un proyecto con la Organización Mundial de la Salud en este ámbito.
La transición está en marcha no solo en la alimentación, sino también en la energía, el urbanismo o el transporte -ámbitos en los que todas las disciplinas científicas tienen mucho que aportar-, o en la mejora de la salud planetaria. "El reto actual es seguir mejorando la salud desde el punto de vista global, sin sobrepasar los límites planetarios. No podemos hacerlo como hasta ahora, porque la salud humana depende de la salud de los sistemas naturales", concluye O'Callaghan Gordo.