Distop-IA, CBDC y el fin de la Humanidad. El rebaño
“La felicidad consiste en un acto del intelecto, primordial y sustancialmente, antes que en un acto de voluntad”. Aldous Huxley, escritor y filósofo británico.
Hacia una nueva distopía: vigilancia, poder y deshumanización
Vivimos un momento crítico donde lo que George Orwell o Aldus Huxley describieron como ficción, demuestra que la realidad suele superar siempre a la ficción. La creciente digitalización, en todos los ámbitos, así como la escasez de privacidad, que vamos asumiendo como «necesaria» promete “mayor seguridad y facilidad”. Mira este vídeo y luego sigue leyendo: https://www.youtube.com/watch?v=Wg0z9Df9ZbM&t=14s
Esta auténtica distopía, esconde mecanismos de control total. Como vengo denunciando, las CBDC (monedas digitales de banco central) son “una pesadilla orwelliana de vigilancia, de espionaje y de extorsión social”. Desde gobiernos hasta grandes tecnológicas, todos compiten por manejar datos al límite, generando un escenario de control omnipresente. Este manifiesto examina esos hilos invisibles del poder: El dinero digital como gran hermano, las señales literarias de advertencia (1984, Rebelión en la granja, Un mundo feliz), y cómo las leyes eugenésicas: aborto, eutanasia, renta básica universal, menos horas de trabajo para que seas «más feliz». El Ministerio de Trabajo se quiere erigir en Ministerio de la Felicidad.
CBDC y la vigilancia total
Las Central Bank Digital Currencies representan un giro de tuerca: el dinero directamente en la esfera digital del Estado. Para políticos como Ron DeSantis (Florida), un CBDC federal es “vigilancia y control” por excelencia. Su oficina advierte: con este «dólar digital centralizado» cada transacción sería visible para el gobierno, anulando el anonimato financiero. En sus palabras: “No habría privacidad, y si no hay privacidad, no hay derechos”.
- Rastreo absoluto: Con un CBDC, cada compra quedaría registrada por el Estado. El MITI de Mises calcula que si se combina esto con un sistema de puntos sociales, “todas sus decisiones de compra podrían influir en su puntuación” (¿donar a la ONG equivocada? Adiós viajes en tren). Igual que en China, donde el “puntaje ciudadano” condiciona compras, empleos y viajes (esto debo decir que no está contrastado), una CBDC daría a gobiernos la capacidad de autorizar o bloquear pagos a voluntad. Cerrar un medio de comunicación o silenciar a un influencer, solo será cuestión de pulsar la tecla adecuada y «desconectar su billetera».
- Sistema de crédito social: El Instituto Mises describe un gobierno que observa «si compró juguetes sexuales para su cónyuge» y baja su puntaje, o bloquea la compra de billetes si apoyó a ONG “indeseables”. Esto suena extraordinario, pero ya ocurre en China: “El Gobierno tiende a recoger tantos datos sobre sus ciudadanos como pueda… Si te juntas con la gente equivocada, tu puntaje ciudadano… se resiente”. Con la CBDC, ese nivel de vigilancia económica alcanzaría un poder casi total: se ha llamado al resultado “Gran Hermano en criptoesteroides”.
- El fin del efectivo y la economía informal: Una CBDC podría eliminar el uso de dinero físico, como advierte Mises. Eso significa el fin de la economía alternativa (negro o informal) que hoy sustenta a un 60% de trabajadores en el mundo. Sin efectivo, cada compra queda a la vista, y los hogares vulnerables pierden todo resquicio de autonomía económica.
La moneda digital controlada por el Estado puede parecer progreso, pero expertos y políticos coinciden en que abre la puerta a un estado policial financiero. Como dice Ron DeSantis: “La agenda [del CBDC] es vigilancia y control… nuestro dinero dice ‘In God We Trust’; la moneda digital lo cambia a ‘In Government We Trust’”. Estas advertencias no son fantasía, el devenir de la UE sobre censura y control de ciudadanos, nos auguran un futuro distópico.
Reflejos literarios de la realidad
Las distopías clásicas ofrecieron avisos clarísimos. En 1984, Orwell pintó un régimen donde el Gran Hermano monitoriza cada gesto: “Al entrar Winston en su apartamento, encuentra carteles que proclaman ‘¡EL GRAN HERMANO TE VIGILA!’” y telepantallas bidireccionales que espiaban a los ciudadanos día y noche. Hoy, la tecnología ha dado poder a gobiernos y corporaciones para monitorear y manipular masivamente, desde nuestro móvil. El poder creciente de la Big Tech… ha generado comparaciones directas con la distopía orwelliana. Google, Facebook, Meta, Microsoft o Amazon recopilan datos personales y colaboran con Estados en censura y vigilancia, creando un escenario que Orwell imaginó: “los teléfonos las expresiones faciales o decir algo mientras duermes podría justificar tu arresto”.
En Rebelión en la granja, Orwell relató cómo un ideal de igualdad puede corromperse hasta volverse su opuesto. Los animales proclaman que “Todos los animales son iguales”, pero al final de la fábula solo queda una frase perversa: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. Las revoluciones pueden acabar instaurando una nueva dictadura: los líderes (los cerdos) concentran poder absoluto mientras la propaganda reescribe la realidad a conveniencia. Es un claro paralelo con cualquier régimen que, en nombre de bien colectivo, anule la libertad individual y distorsione la verdad. Hoy le llaman desinformación.
Aldous Huxley, por su parte, imaginó en Un mundo feliz una distopía más “feliz” en apariencia. Es un mundo donde la población se produce en serie y se programa desde la cuna. “En el Estado Mundial la gente es feliz: ama su trabajo, compra cosas, tiene libertad sexual, entretenimiento y drogas para escapar de la realidad”. Cada persona nace clasificada (Alfa, Beta, … Épsilon) y recibe condicionamiento mental (hipnopedia) para aceptar su rol. Tras el trabajo, todos consumen soma, una droga perfecta: “cura diez sentimientos melancólicos… Uno puede tomarse unas vacaciones de la realidad siempre que se le antoje”. Aquí no hay disgustos ni oposición, porque el Estado ha resuelto “fabricar” su estabilidad: “El mundo es estable. La gente es feliz… Nuestros hombres están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben obrar”. En otras palabras, la sumisión no se impone con tortura sino con anestesia colectiva.
El hilo conductor es la deshumanización: individuos reducidos a engranajes, con miedo, privados de libertad real, con miedo, que delatan al disidente, que gritan al que no piensa así, que se indigna. Pero no piensa, ni analiza, porque ya no puede.
Hoy, aunque no vivamos exactamente en Oceanía o en el Estado Mundial de Ford, vemos sus ecos. Telepantallas y cámaras (1984), propaganda constante (Animal Farm, 1984) y gestión genético-social (Un mundo feliz) se vislumbran en nuestro presente: desde vigilancia masiva hasta manipulación mediática pasando por “farmacias de plástico” y consumo de opiáceos modernos. Últimamente hemos visto actitudes que incluso quieren vestir la pederastia de derechos de nuestros niños a «follar con quien quieran». La ventana de Overton es del tamaño del Himalaya.
Las lecciones literarias de los años 30 y 40 del siglo pasado, nos invitan a cuestionar cualquier sistema que “impone su ideología gracias al desarrollo científico y tecnológico, y la deshumanización es patente”.
Leyes eugenésicas reduccionistas: del aborto a la eutanasia (sobramos)
El concepto de eugenesia —la idea de “mejorar” la especie humana— ha dejado sus cicatrices históricas y debates actuales. Técnicas modernas que antes horrorizaban hoy se toman por hechas. Incluso prácticas como el aborto por malformaciones o la eutanasia han sido vinculadas con el pensamiento eugenésico. La propia Wikipedia define el “aborto eugenésico” como el que ocurre cuando se prevé que el feto nacerá con un defecto o enfermedades. Y afirma que medidas como el aborto preventivo por malformaciones congénitas o la eutanasia han sido relacionadas con la eugenesia.
Es relevante ver cómo se plasmó esto en leyes del mundo real. En España, por ejemplo, la LO 9/1985 (Cod. Penal) despenalizó el aborto hasta la semana 22 si se presume que el feto nacerá con “graves taras físicas o psíquicas”. Esto significa que un comité médico puede decidir si hay riesgo fetal —y permitir la interrupción— simplemente basado en esas predicciones. El informe Minsa denuncia que en 2005-2008 esta llamada interrupción por “riesgo fetal” se aplicó a más de 3.000 casos anuales. No pasa nada porque la que tiene derechos es la madre, ¿o no?. Más tarde, la Ley Orgánica 2/2010 consagró el aborto libre hasta la semana 14, ampliando aún más los supuestos, lo que de facto supuso usar el aboto como método anticonceptivo. Recientemente, España aprobó la Ley Orgánica 3/2021 de regulación de la eutanasia (siguiendo a Holanda, Bélgica, Canadá, Colombia, Nueva Zelanda, etc. en autorizar la “muerte asistida”). Aunque estas leyes «democráticas» incluyen protocolos, algunos críticos ven un hilo común: normas que reducen al ser humano a criterios médicos o sociales.
Recordemos que estas ideas no son meramente teóricas. El régimen nazi aplicó la lógica eugenésica sin límites: en el programa Aktion T4 (década de 1930) se asesinó o esterilizó a unas 275.000 personas discapacitadas o enfermas mentales. Esa experiencia histórica muestra cómo bajo eufemismos de “mejora” pueden cometerse atrocidades. Por eso es legítimo preguntarse si las actuales leyes pueden, “sin mala intención”, terminar despojando de humanidad a quienes no encajan en sus “normas de normalidad”. Como advierte la propia investigación en bioética, incluso la eutanasia y los “bebés de diseño” suelen mencionarse en el análisis de la eugenesia moderna.
La combinación de tecnología y legislación define un rumbo preocupante: individualidad sacrificada en pos de un orden abstracto social o comunitario. Cuando un sistema económico registra cada centavo de un ciudadano, o cuando la ley decide quién merece nacer o morir, la persona se convierte en un caso estadístico. Nos acercamos a la imagen de “el hombre carcasa vacía que grita o se indigna por cualquier estupidez sin capacidad de análisis o de raciocinio” un token, un ser humano despojado de sustancia, definido solo por su obediencia o disidencia trivial.
Transhumanismo y el futuro sin alma
Hoy se gestan nuevos proyectos transhumanistas que apuntan a eliminar lo que queda de lo humano. La élite tecnocrática proclama el advenimiento de la Inteligencia Artificial omnipresente y de la “Cuarta Revolución Industrial” basada en nanotecnología, biotecnología y realidad virtual.
Algunos académicos, como el filósofo Francis Fukuyama, han señalado la amenaza: el proyecto transhumanista podría modificar la vida hasta hacer que la especie pierda «algo de su esencia o naturaleza fundamental». En otras palabras, hombres-máquina cuyos pensamientos y sentimientos estén diseñados al antojo de una inteligencia superior. Este panorama dista mucho de la libertad humana: plantea un mundo en el que nuestras decisiones, emociones y hasta recuerdos serían el producto de algoritmos.
¿qué significa ser humano en un futuro así, y qué futuro queremos realmente?. ¿Qué nos define como humanos?
En la cumbre de estas tendencias está la obsesión por la digitalización total. Se intenta imponer la moneda digital (CBDC) que permitiría a los gobiernos monitorear cada transacción, eliminar el dinero físico y marcar a la población con códigos únicos. Surgen planes urbanos “inteligentes” (ciudades de 15 minutos) donde todo queda trazado y regulado.
Para los conspiracionistas, esto preludia una era de vigilancia panóptica: cuerpos tokenizados, habitantes clasificados y castigados por cumplir o desobedecer las reglas. En la práctica ya vemos trazas de ello: las redes sociales funcionan como “Pequeños Hermanos” que nos espían y educan con refuerzos (me gusta, puntuaciones sociales) para premiar la obediencia. Se nos promete una sociedad cómoda, pero a cambio estamos dispuestos a sacrificar valores como la privacidad, la familia tradicional y la autonomía personal. Convertimos servicios pagados en Derechos que no son tal, muchos se encasillan en una rutina programada y dejan morir la llama de su humanidad, actuando mecánicamente contra el que diga algo diferente al mensaje «oficial».
Conclusiones o ¿qué he tomado en el desayuno?
A pesar de este sombrío panorama, existe un camino de salida que pocos hemos elegido recorrer. La “Matrix” del sistema puede romperse si invertimos en valores que no dependan del dinero de los políticos ni del adoctrinamiento oficial. ¿Cómo hacerlo? Una opción es buscar la autosuficiencia económica y cultural: fomentar la producción local, intercambiar bienes reales en vez de depender de billetes fiat, y proteger economías paralelas basadas en la confianza mutua.
Otra vía es reforzar la familia y la comunidad como centros de apoyo: en lugar de delegar la educación y la moral al Estado, las familias y cooperativas pueden transmitir conocimiento clásico, saberes manuales y principios éticos profundos. Como recomendaban pensadores como Illich, debemos desescolarizar la sociedad y volver a aprender de la experiencia directa, cultivando la curiosidad libre más allá de los libros de texto oficiales.
También es vital formar ciudadanos críticos que no acepten ciegamente los “datos oficiales”. Conviene informarse por fuentes diversas (incluso locales), aprender idiomas, estudiar historia real y filosofía; en suma, recomponer el humanismo clásico. De este modo, crearemos una Sociedad Libre, una especie de resistencia moral: individuos irreductibles que huyen de las trampas mediáticas y se niegan a ser “tokenizados”.
Algunos, escribimos sobre ésto, incluso usamos criptomonedas descentralizadas, privadas, buscamos nuestra privacidad, ofrecemos el aprendizaje y la vida en entornos rurales o comunitarios alejados del control urbano.
No hay que subestimar el poder de la solidaridad. Naciones enteras fueron libres cuando sus ciudadanos abrazaron ideales nobles –la libertad, la dignidad, la justicia– por encima de cualquier promesa material. Hoy podemos rescatar ese espíritu: recordemos que Hitler y sus ideólogos tergiversaron la palabra “humanismo” para sus fines; la verdadera humanidad se reivindica en la comprensión, la empatía y el servicio mutuo, no en la obediencia ciega.
La combinación de ciudad 15′, crédito social y vigilancia digital es un experimento todavía en pañales, y es posible revertirla si actuamos como ciudadanos concienciados. Las CBDC podrían instaurar un Gran Hermano financiero que elige qué puedes comprar y qué no. Al mismo tiempo, leyes de eugenesia light (abortos médicos, muerte asistida, leyes LGTBI) llevan en el ADN la historia de la deshumanización.
Mientras, grandes empresas de datos observan nuestras vidas: repitiendo el patrón del Ministerio de la Verdad de Orwell, reescriben la realidad en tiempo real. Nos ofrecen dopamina rápida, likes y sonrisas vacias. De forma semejante a los cerdos de Animal Farm, pocos controlan la granja digital en la que trabajamos y consumimos, dictando reglas que inicialmente parecían igualitarias. Están convirtiéndo el mundo en una granja de personas vigiladas, con pensamiento único, obedientes.
Cada nuevo avance (CBDC, leyes bioéticas, algoritmos sociales) debe evaluarse con ojo crítico: ¿Protege a las personas o sirve al poder? Alzar la voz contra la vigilancia encubierta y pedir transparencia es imprescindible: necesario. Defender la privacidad y la integridad humana, nuestra empatía, nuestros rasgos plenamente humanos, exigen organización social y legal, no resignación.
Al igual que los héroes de los clásicos distópicos lucharon por ver la verdad, hoy debemos recordar que los derechos fundamentales comienzan donde el Estado deja de mirar.
Sólo así podremos frenar la deriva hacia una distopía real, donde el ciudadano es un simple engranaje —o peor, una caja vacía— que aplaude a las ocho lo dictado en lugar de vivir según su conciencia.
Qué no sé lo que he tomado hoy, pero recuerda que quien controla tus datos controla tu libertad.
Linkedin: Aquilino García