La caverna
Hace ya muchos, muchos años, que vino al mundo un tal Platón. Un chaval que nació 428 años antes de Cristo y al que, al parecer, no le fue mal la vida. Nacido en Atenas, en la antigua Grecia, se dedicó a estudiar y, sobre todo, a pensar y a reflexionar, algo por desgracia, cada vez menos habitual en nuestros días. Y, así, se convirtió en uno de los grandes filósofos de la historia que, además, se involucró en la enseñanza, creando la Academia de Atenas. Un centro de referencia que tuvo, más tarde, de alumno a otro grande como Aristóteles. Y claro, igual no es ninguna tontería concluir que, un hombre que llegó a vivir más de 80 años en una época que sobrevivir cada día era el deporte nacional, el tiempo dedicado a filosofar fuese su motor. No sé si esto de pararse a pensar, alarga la vida. Igual no, pero es más práctico, desde luego. Todo más controlado, supongo.
Hoy traigo a Platón porque me parece un visionario. Porque en la nueva época digital que nos ha tocado vivir, resulta que una reflexión de hace casi 2.500 años es válida hoy, en el mundo de la tecnología, los móviles y la inteligencia artificial. Y es que nuestro filósofo griego era un hombre acostumbrado a enseñar con mitos y fábulas. Algo no apto para todos los públicos, ni antes ni ahora. Y entonces llegó su famoso mito de la caverna. Una especie de historia agónica en la que Platón proponía imaginarse una cueva, con personas encadenadas que nunca conocieron otro entorno. Allí encerrados, de espaldas a la luz de un fuego, mirando una pared y viendo las sombras de los objetos que se proyectaban en esa gran pantalla de piedra. En este mito, nuestros personajes siempre crecieron viendo las sombras que se proyectaban y, para ellos, esa era la realidad. Pero con el tiempo, uno de ellos consiguió liberarse y salir de esa caverna. Y se encontró con el cielo, los árboles y los animales. Al volver a contarlo nadie le creyó, obviamente. Conoció la realidad. Una realidad distinta para el resto, pero la auténtica, al fin y al cabo.
Entonces resulta que podemos trasladar este mito a nuestros días y, en concreto, a cómo vemos el mundo ahora con la inteligencia artificial. La realidad es lo natural. Lo artificial es una adaptación, pero con sesgos. Alguien decide qué objetos entrenan los modelos de IA y éste es el sesgo que vivieron los pobres encadenados. Porque ellos entrenaron su vida y su aprendizaje con las sombras. Las que para ellos configuraban la realidad. Y así aprendieron. Y hoy hacemos algo parecido. Con menos oscuridad, pero todos dentro de esa caverna gigante que es la inteligencia artificial donde el entrenamiento y, por tanto, su resultado, parece confundir a muchas personas con la realidad. Porque cada día es mas complicado saber si la inteligencia artificial nos condiciona la vida de manera similar a como les pasaba a nuestros cavernarios. Y esta visión de Platón, la generó sin ordenador, ni internet, ni ChatGPT, que tiene más mérito. Ojalá no perdamos la perspectiva de lo real con esta nueva inteligencia que nos ampara y nos cubre. Por eso se llama artificial ¿no les parece?
Linkedin: Juan Luis Pedreño