Sábado, 06 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNMar Menor
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María Belén Albaladejo

Mar Menor


Quién me iba a decir a mí que un recuerdo a gritos me despertaría, hace unos días, del letargo de la siesta: “Coge el ladrillo y el saco que nos vamos a La Puntica a pescar”. Ladrillo al fondo, rodillas hincadas, mano abierta cerrando los agujeros de un lado, los zorros entrando por el otro y…al cubo. El saco de arpillera, cogido por las puntas y arrastrado por la arena del fondo, entre algas, buscando caballitos, estrellas, langostinos y berberechos.

 

Quién me iba a decir a mí que el recuerdo volvería a gritar: “¡En marcha! Vamos de las charcas al tercer molino en busca de caracolas y chapinas para collares. Hoy toca excursión”. “¡Se hace tarde! Coge un cuchillo, unos guantes y vamos en bici a por trigueros a la carretera de Los Urrutias

 

Mi alma, ya cansada, me va a reventar los tímpanos un día de estos. La oigo perfectamente: “Agarra una bolsa, mete una camiseta, un pantaloncico y unas chanclas, levanta los brazos. Vamos a cruzar La Encañizada que llegamos a La Manga en ”.

 

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Mi niñez, en esta mi madurez, no para de recordarme: “Corre a la fábrica de hielo de Los Corales, un bloque entero para la nevera, que le den un mazazo y saquen trozos. Vamos con la zodiac de Aurelia a la Veneziola”.

 

Hoy no se sale, sopla un Lebeche desde El Carmolí que quema, viene revuelto. Saca el parchís.

 

Mis piernas, ya dibujando varices, me  advierten con melancolía: “Controla el aire de la rueda de la bici, así no llegas ni al Floridablanca y nos van a pillar. El guardia nos tiene “fichás”. Nada más pasar La Curva fijo que nos sigue para agarrarnos conquistando el balneario privado para darnos un chapuzón”.

 

Quién me iba a decir a mí que el recuerdo de  guarecerme de la lluvia, esa de septiembre, debajo de uno de los mil toldos que definían tu orilla y correr al Venezuela (con suerte estaban mi madre y mi padre y “pillaba” anchoa y cerveza) me iba a despertar  tantas y tantas noches ahora.

 

Nostalgia del  Citroen Dyane 6 azul de Keka, lleno de cabezas de verano. “Modernas” que buscábamos el oleaje de La Llana o de Río Seco (desdeñando  Villananitos), el concierto de Manzanita en Los Alcázares, la valla del aeropuerto militar para ver volar de cerca.

 

Aún hoy, cada vez que abrazo un quinto de cerveza, una sonrisa me recuerda beber rápido para soplar sobre la boca de la botella, emulando el sonido de un bote, de un laúd, de una plancha, de una mallorquina acercándose a la orilla tras tender sus redes, en busca de su amarre. Un muerto de cemento en el fondo con una boya atada. Sonaba una guitarra, cercando una hoguera revolucionaria nocturna, en la orilla del Menor o la melodía de los pajaritos desde el disco-baile del Alaska.

 

Un atardecer cualquiera de este tórrido verano, no cesa de evocarme esas “correntillas”, con las  horrorosas cangrejeras, para subirnos a  un patinete y ver ponerse el sol sobre la Perdiguera y El Barón. Pedaleando sin descanso hasta colocarnos en el camino de plata lunera sobre los flotadores y la tralla de las redes.

 

Mis ojos, ya con vista cansada, han vuelto a ver esa luna llena de julio. Embarcada en el Torpedo, el  entrañable “Serviola” de María y Juan Antonio, con su pabellón mecido por un suave Levante y una  fría botella ambarina en la mano.

 

Y, ahora, por unos y por otros y por otros y por unos, nado en líos de impotencia. Por el ansia de creerse impunes. Por no tener ni un solo apego que no sea el dinero y construir un futuro perverso, veo tu ahogo a diario.

 

Durante años, me he limitado a disfrutarte y a no gritar a tiempo por ti, a descuidarte.

 

Otros a utilizarte.

 

Tremendo que el corazón de muchos de nosotros se convierta en tu tumba. Despreciable que, en el de otros, permanezca su frialdad marmórea.

 

Y quién me iba a decir a mí que yo, de edad avanzada, iba a convivir con esta tristeza  y este miedo a perderte.

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