Mi origen no me resta, me construye
Este texto nace desde una reflexión personal y profesional. A lo largo de mi carrera profesional he tenido la oportunidad de formarme para atender al talento humano en Talasur, empresa donde pertenezco desde hace más de 24 años, tanto en herramientas de desarrollo organizacional enfocada en recursos humanos, inteligencia emocional y comunicación, y a la vez centrándome en el detalle de algo más difícil de medir: la sensibilidad hacia las personas y sus historias.
En estos días participo en un curso de comunicación que me ha invitado a reflexionar sobre los factores limitantes que nos impiden conectar de verdad con los demás y condicionan por ende nuestra forma de relacionarnos y expresarnos. Me he dado cuenta de que, durante años, arrastré la idea de que para que me tomaran en serio como directiva debía suavizar mis orígenes, como si ser hija de personas humildes fuera una desventaja, un prejuicio que he ido arrastrando yo misma a lo largo de mi trayectoria.
Recuerdo perfectamente mi primera reunión en el Consejo de Administración. Me senté a la mesa con la seguridad de quien sabe hacer bien su trabajo… y con la intranquilidad de quien siente que no encaja del todo. No por falta de preparación, ni por falta de méritos, sino por algo más invisible, más sutil: no vengo de una familia de renombre, no estudié en una universidad extranjera, no tengo un máster de esos que se escriben en inglés aunque se paguen en euros, ni experiencia en una multinacional de renombre.
![[Img #9779]](https://elnuevodigitalmurcia.es/upload/images/07_2025/846_silvia.jpg)
Vengo de una familia humilde. Mi padre trabajaba con las manos. Mi madre sabía lo que era estirar el sueldo y el tiempo. En mi casa no se hablaba de networking, se hablaba de madrugar, de ayudar en casa, de “haz las cosas bien aunque no te vean”. Crecí aprendiendo a mirar a la gente a los ojos, a escuchar con respeto, a no rendirme aunque el panorama estuviese negro.
Y sin embargo, durante mucho tiempo sentí que debía disimular mis orígenes, como si fueran una mancha. Me esforzaba el doble. Hablaba con palabras que no sentía mías. Me vestía con trajes que no reflejaban quién era. Todo para parecer lo que a mi imaginario entender era ser un directivo de éxito.
Con el tiempo —y no sin antes tropezar muchas veces— he entendido que mis orígenes no han sido un lastre, sino una brújula. La experiencia es una forma de conocimiento que no aparece en los CVs. La empatía, la capacidad de sacrificio, el saber trabajar en equipo son precisamente las que más valor aportan cuando lideras personas. Y esas, las aprendí antes de pisar una oficina, las aprendí en mi hogar, las aprendí de mi familia.
Hoy, desde mi puesto en Talasur, defiendo activamente el talento que nace de la experiencia, no solo de los títulos. Cuando entrevisto a alguien, me fijo más en cómo cuenta sus fracasos que en cómo enumera sus logros. Me interesa más cómo se relaciona con los demás que cuántos idiomas habla. Porque el talento no siempre viene con corbata. A veces llega en forma de resiliencia, de una historia difícil, de un currículum sin adornos pero con mucha alma.
Hoy tengo claro que no hay nada que esconder. Al contrario: es precisamente esa historia la que me ha dado las herramientas que más valoro en mi trabajo. Soy hija de personas que me enseñaron a luchar sin ruido, a dar siempre lo mejor, a tratar a todo el mundo con respeto y dignidad. Y eso me conecta profundamente con una convicción que en Talasur llevamos muy dentro y que nuestro CEO repite a menudo: todos somos iguales.
Porque liderar no va de títulos ni de apellidos, sino de saber mirar a los demás de tú a tú, reconociendo el valor de cada persona. Y esa mirada, creo, empieza por reconciliarnos con nuestra propia historia y sentirnos orgullosa de ella.
Linkedin. Silvia Esteban García



