Sábado, 06 de Septiembre de 2025
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OPINIÓNLas grabaciones crepusculares de Johnny Cash: El dolor del Hombre de Negro
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Rafael García-Purriños

Las grabaciones crepusculares de Johnny Cash: El dolor del Hombre de Negro

 

Cuando Johnny Cash grabó Hurt, en 2002, su cuerpo estaba ya vencido por la enfermedad, pero su voz seguía afilada como una cuchilla. Su versión de la canción de Nine Inch Nails no solo sorprendió al mundo: lo conmovió hasta lo más hondo. Porque aquel hombre que había cantado ante lo más peligroso de la sociedad en la prisión de Folsom ahora confesaba su dolor con una desnudez y una sinceridad casi insoportables.

 

La canción formaba parte de una serie de discos, conocidos como American Recordings, que devolvieron a Johnny Cash a la primera línea de la música, en el ocaso de su vida.

 

Detrás de esa resurrección artística estaba Rick Rubin, el productor más improbable para un viejo vaquero. Rubin era famoso por trabajar con los Beastie Boys, Slayer, Run-DMC y Red Hot Chili Peppers.

 

Cash venía de años de decadencia y rechazo por parte de la industria musical. Y Rubin lo vio claro: quería grabarlo solo, con una guitarra, dejando que su voz lo dijera todo. “Es como un predicador del fin del mundo”, diría luego. Y tenía razón. Solo hay que escuchar The Man Comes Around, esa joya con la que abre el cuarto volumen de la serie, una canción escrita por el propio Cash donde habla de los jinetes del Apocalipsis, trompetas del juicio final y el retorno del Mesías. Es uno de sus últimos grandes temas originales, parte poeta, parte predicador, anunciando el final de los tiempos y, de paso, el suyo propio.

 

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Nacido en 1932 en Kingsland, Arkansas, con el nombre de J.R. Cash. A los 12 años, perdió a su hermano Jack en un accidente con una sierra mecánica, un hecho que lo marcó para siempre. Un sentimiento de pérdida, culpa y destino que marcó el tono sombrío y espiritual de muchas de sus canciones. En cierto modo, el dolor de Hurt, de The Man Comes Around y tantas otras, empieza allí, en esa tarde de 1944 en Arkansas.

 

Sirvió en la Fuerza Aérea en Alemania, donde compró su primera guitarra y comenzó a escribir canciones. Fue entonces cuando, al alistarse, el ejército le exigió un nombre completo —ya que en su partida de nacimiento solo figuraban las iniciales J.R.—, y él improvisó “John R. Cash”. Años más tarde, cuando firmó su primer contrato discográfico, se decidió que “Johnny” sonaba mejor para un cantante de country joven, y así nació el nombre que lo acompañaría toda la vida.

 

En 1968, grabó At Folsom Prison, un disco en vivo ante presos reales, que lo convirtió en leyenda. Allí, entre aplausos feroces y miradas endurecidas, Cash interpretó sus mayores éxitos. Un año después, también se presentó en San Quentin, otra de las prisiones más conocidas de California,

 

El vínculo entre Cash y los presos no era una pose: venía de una empatía profunda por los marginados y una identificación con su sufrimiento. En sus conciertos en las prisiones, Cash estaba dando voz a aquellos que habían sido olvidados por la sociedad. Vistiendo siempre de negro, se presentó como portavoz de “los pobres y los vencidos”. “Hasta que las cosas cambien, seguiré vistiéndome así”, escribió en su canción-manifiesto.

 

Con los años, cayó en adicciones, su salud se resintió, su estrella comercial se apagó. La industria lo fue dejando de lado. En los años 80 y parte de los 90, parecía una reliquia del pasado. Hasta que apareció Rick Rubin.

 

El primer disco de su colaboración, American Recordings (1994), fue un experimento íntimo: solo Cash y su guitarra, grabado en la sala de estar de Rubin. Fue un éxito inesperado. Le siguieron Unchained (1996), con músicos como Tom Petty y los Heartbreakers; American III: Solitary Man (2000); y American IV: The Man Comes Around (2002), que incluye Hurt. En ellos, no solo revisaba su repertorio, también interpretaba temas ajenos —de Nick Cave, Depeche Mode, U2, Soundgarden— como si fueran suyos. Y de alguna manera lo eran.

 

Pero ninguna como Hurt. Originalmente escrita por Trent Reznor como un lamento desde la adicción, la canción encontró en Cash un nuevo significado. El videoclip, dirigido por Mark Romanek, mostró imágenes de un Cash anciano, enfermo, mezcladas con recuerdos de su gloria y su caída. Repleto de símbolos: la mesa del banquete cubierta de polvo, imágenes religiosas, trofeos oxidados, su esposa June mirándolo con ternura y miedo. Reznor confesó que, al ver ese video, se sintió “como si me hubieran arrancado el alma del pecho”. “La canción ya no es mía”, dijo. “Pertenece a Johnny.”

 

Un hombre que, a las puertas del final, decidió cantar a lo esencial: el amor perdido, las dudas de fe, el remordimiento, las huellas del tiempo. No hay en esos discos arrogancia ni espectáculo. Hay confesión. Hay despedida. Hay humanidad, hay redención.

 

Johnny Cash murió en 2003, pocos meses después que su esposa June. Rick Rubin siguió editando material póstumo de esas sesiones. En total, fueron seis álbumes —el último en 2010— que dejaron una marca imborrable en la historia de la música.

 

Durante décadas, subía al escenario con una sonrisa ladeada, y decía simplemente: “Hello, I’m Johnny Cash.” Fue su saludo ritual, su firma, su manera de presentarse al mundo.

 

Y en estos últimos discos, se fue diciendo “adiós, fui Johnny Cash”.

 

Y se quedó para siempre.

 

Linkedin: Rafael García-Purriños

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