El sofá
Llevo unos días reflexionando sobre la manera en cómo se está incorporando la Inteligencia Artificial a nuestras vidas. No se trata de una reflexión técnica sino, más bien, filosófica. El caso es que, a través de diversas suscripciones y en mi obligación de estar a la última en esta tecnología, cada día recibo en mi correo las principales noticias relacionadas con IA en todo el mundo, aunque la mayoría se centra en los campeones actuales, EEUU y China. Europa está un poco en fuera de juego desde que alguien inventó la IA Generativa. Y, al leer cada una de estas noticias, no puedo resistirme a aplicar esta reflexión a la que me quiero referir.
Porque, resulta que el hombre lleva inventando tecnologías desde hace años. Y la velocidad de este desarrollo es exponencial, como ya vaticinaba Gordon Moore en su famosa Ley sobre el potencial crecimiento de los procesadores, publicada allá por 1965. Una curva que ha reproducido la realidad de la capacidad de computación de forma muy precisa durante años. Aunque se veía venir, pocos imaginábamos que 60 años después estaríamos inmersos en un panorama tecnológico como el actual. Una ley que impulsó muchos ámbitos de la innovación para anticiparse a este desarrollo y que, ahora, algunas empresas tecnológicas, como Nvidia, dan por derogada, al mismo tiempo que otras como Intel, la mantiene vigente. Igual tiene algo que ver que, nuestro ingeniero, químico y físico norteamericano, fuese cofundador de esta última compañía. No vamos a discutir por eso.
El caso es que mi reflexión sobre cómo interactúa la IA y el ser humano, en la actualidad, parte de una pregunta sencilla ¿El ser humano controla y condiciona el comportamiento de la IA o, por el contrario, es al revés? Esta pregunta puede parecer inocua, inofensiva. Pero a mí me parece que es importante, sobre todo, porque de la respuesta se concluye cómo reaccionamos frente a la IA o, aún más importante, cómo variamos nuestro comportamiento. Aquél que nos dicta nuestras actuaciones cada día. Ahí es nada.
Lo que parece evidente es que, si la IA nos utiliza a las personas, pues tenemos un problema. Porque si nos deja anclados al sofá mucho tiempo porque la necesitamos para ver películas, elegir viajes, jugar con el ordenador, generar los videos, fotos, dibujos, redactar cartas, informes o libros o esclavizarnos con las redes sociales o sitios de compras online, pues mal asunto. Ahí estamos dominados y eso lo notará nuestro sofá. Si, por el contrario, las personas somos capaces de aprovecharnos de la IA para ayudarnos en nuestra vida más natural y menos artificial, esto es otra cosa. Por eso, sigo pensando que estamos cerca de ese cruce de curvas de comportamiento que no debería producirse. Pero el mundo y las grandes empresas se empeñan en lo contrario.
Por eso, igual debemos darle importancia al tiempo que empleamos en nuestro sofá utilizando la IA, directa o indirectamente. Y no perdamos de vista el metaverso, que tarde o temprano llegará. Porque, a lo mejor, medir los tiempos mensuales que dedicamos a este mueble tan carismático de nuestra casa, nos puede arrojar sorpresas, como la que predijo Moore. Entonces, si ocurre que la IA llega a dirigir nuestros comportamientos, sólo tendremos dos opciones: o reducimos los hábitos de consumo de la IA, o guardamos nuestro sofá en el trastero. Sería una pena. Lo del sofá, claro está.
Linkedin: Juan Luis Pedreño