Domingo, 07 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
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María Belén Albaladejo

Gestos

 

Es curioso percibir cómo nos cambia la cara, el cuerpo en general, según con quién hablemos, de lo que estemos hablando y lo que pretendamos.

 

Juego a averiguar de qué hablan las personas que pasan ante mí por sus expresiones y gestos. Es un pasatiempo para conocerme, para tratar mejor al prójimo, para conectar con el lenguaje no verbal que me fascina y bueno… ¡Algo de cotilleo puro y duro! Las microexpresiones, el baile corporal que acompaña al discurso, el tempo al caminar, los roces, me dan para, grosso modo, saber si están “peinando” a la vecina del cuarto, lamentando la mala suerte de la hija de la dueña de la tienda de lanas o alardeando de las notas de la nieta en la EBAU.

 

Definitivo ver cómo dos personas van andando y hablando, de pronto, la mano de una se posa en el brazo de la otra, es como una señal de STOP, frenazo, giro y  una frente a otra: “Peinado con raya en medio a algún conocido”, “Ni te imaginas lo que me hizo”.

 

Si ralentizan el paso sin llegar a parar, así como en señal de ceda el paso, el contacto es más breve, se acercan los rostros y mirada alrededor tipo periscopio: “Secreto sobre alguien”.

 

Si alzan los brazos al cielo, los ojos abiertos al máximo, el ritmo al caminar no varía, como una señal de obligado seguir por aquí: “No te vas a creer lo que me ha pasado”.

 

Si se miran y un brazo se eleva con la palma de la mano abierta frente al otro, así como en señal de prohibido y se acelera el paso: “Tengo un cabreo del quince”.

 

Si frenan un poco y de inmediato aligeran, vuelven a parar, una de ellas eleva los hombros, sonríe, gira la cabeza un poco con pudor, juntan sus manos con fuerza brevemente, como en una señal de inicio de autopista: “¡Pues sí! Y ya era hora de que me pasara algo bonico”.

 

Quizá no dé ni una en mi papel de intérprete de gestos, pero de lo que no hay duda es que nuestro cuerpo no calla opiniones, sensaciones, valoraciones ni sentimientos.

 

[Img #9889]

 

 Años de Torquemadas, años de educación judeo-cristiana, de nacional catolicismo, en este nuestro territorio, han podido sembrar silencios, domar movimientos corporales, congelar gestos, fingir conversaciones, impregnar de fango las relaciones, inocular la idea única, abonar el sentimiento de culpa, pero no han conseguido hacerlo “pa' siempre”.

 

Hete tú aquí y ahora. El gesto, si lo dejas suelto, no lo puedes domesticar. Sabe fingir pero, si se relaja, se enoja, se siente seguro, no perseguido por el censor, surge.

 

No siempre es conveniente dejarlo a su libre expresión por aquello de evitar un lío tonto, lastimar a alguien o ser demasiado frívola por no controlar las expresiones ni la interpretación que haga el receptor de lo que está ocurriendo con las manos, los tonos, los ojos, en fin, con todo nuestro yo, que, por más  que disimulemos con el paso básico de la bachata, por más que finjamos un bostezo, una contractura, un pinchazo en la sien, un retortijón, un tirón  de Totó, nuestro lenguaje no verbal ya ha escrito el párrafo entero.

 

Ese “ha engordado”, “está envejeciendo fatal”, “vaya modelo más mal combinado”, “a mí qué me cuenta de su perfecta nieta”, “¿feliz dice?, se ve de lejos que va de farol”, “menudo pánfilo lleva al lado, con lo que ella ha sido”, “ ya son ganas de aparentar”,” si piensa que me estoy creyendo algo del rollo que me está soltando va listo”,” toda la vida presumiendo”, “qué corte de pelo más horroroso”, que se dice sin fonemas; que recorre el camino por aire desde unos gestos al cerebro de la persona que escucha, tienen más peligro que una caja mistos en una gasolinera.

 

Con los telediarios también me entretengo una barbaridad  observando a algunos de los “elegidos en las urnas” y sus asesores (estos sin pasar por las urnas). Me fascina ver la discordancia entre lo dicho y lo mostrado. Vociferar frases emotivas, solidarias, de acogimiento al pobre, al débil, al migrante, palabras de reconocimiento de méritos del otro, comprensión al distinto, no llevan ni un ápice de verdad cuando los ojos, el rictus y la posición corporal expresan ambición, egoísmo, chulería, falsos éxitos propios e indolencia hacia el prójimo.

 

Lamentablemente, hete aquí y ahora, que otros, también “elegidos en las urnas” y sus palmeros, validados por “sus elegidos”, muestran una deleznable concordancia entre lo que dicen, sus gestos secundan y hacen, pero solo para el “asqueroso maricón de mierda, moro del capullo, pobre mal nacido, hijo de puta rojo, ahí te pudras, te voy a partir la cabeza”. En todas sus expresiones y con todas sus armas: bates, cadenas, puños americanos y   rostros, los de los palmeros, tapados (somos muy valientes, pero es que el covid es muy malo y me protejo). Al oírlos percibes hasta faltas de ortografía y un hedor a rancio mental que apabulla y da miedo.

 

Por suerte, la Fiscalía se ha atrevido a abrir diligencias para valorar si existen indicios de delito de odio en las palabras  (y los gestos añadiría yo) de un “alto” dirigente de un partido. No confío en que llegue a nada pero mi lenguaje verbal y no verbal, con solo esta admisión a trámite, se alegran.

 

Mientras, voy “disfrutando” de la interpretación, lectura y entendimiento del lenguaje no verbal sentada en un parque con Totó jugueteando y,  reconozco que, en muchos de los que se sientan en el Congreso, la concordancia que exhiben me da pánico y la discordancia me entristece.

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