Domingo, 07 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓN¿Hubo una vez en Murcia una calle de Stevie Ray Vaughan?
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Rafael García-Purriños

¿Hubo una vez en Murcia una calle de Stevie Ray Vaughan?

 

Pues sí. Aunque no era una calle oficial, claro. Apareció de la noche a la mañana, en septiembre de 1990.

 

En un callejón de las tascas, que hoy se llama calle Luisa Aledo, alguien pintó un rótulo sobre la pared, imitando los del callejero municipal: “Calle de Stevie Ray Vaughan”, decía.

 

La noticia de la muerte del guitarrista, a finales de agosto, había dejado helado el fin de verano murciano. El accidente de helicóptero en Wisconsin, tras un concierto con Eric Clapton, se llevó a Stevie con solo 35 años. Y la música en Murcia, que en aquel entonces tenía una escena blues muy notable, con salas, conciertos, guitarristas, grupos, bares, cantantes y armonicistas, blues de medianoche y discos de vinilo, sintió la pérdida casi como propia. La pintada no era un acto vandálico. Era un homenaje. Un gesto sincero, urgente y real.

 

Y es que este fabuloso guitarrista tejano había hecho algo que parecía imposible: traer de vuelta el blues en plena década de los 80, en plena invasión de sintetizadores, corbatitas de cuero, cardados imposibles y baterías electrónicas.

 

En 1983, ‘Texas Flood’ fue un cañonazo que tronó sin pedir permiso. Grabado en tres días, con Double Trouble —su trío explosivo con Tommy Shannon y Chris Layton—, el disco no sonaba moderno, pero sí nuevo. Lo que ofrecía era una sacudida. Un blues eléctrico pero clásico, vino viejo en odres nuevos. Con solos que no eran sólo técnica, sino pura víscera.

 

Vaughan bebía de los grandes: Albert King, B.B. King, Otis Rush, Howlin’ Wolf… pero también de Jimi Hendrix, del que pidió prestado el fraseo psicodélico, el rugido sucio, el riesgo. Tenía, además, algo propio, único, más seco, más directo, como quien toca con rabia, pero sin perder el swing. Tenía lo que no se aprende: una voz inconfundible en la guitarra, hecha de técnica, talento, buen gusto y velocidad.

 

En los conciertos era un vendaval. Aparecía con su Stratocaster ‘Number One’ destrozada por el uso, con las letras ‘SRV’ en grande, y el sombrero calado. Utilizaba cuerdas más pesadas y de calibre más ancho de lo habitual, y una afinación medio tono debajo del estándar (afinaba todas las cuerdas medio tono más abajo para mantener un sonido grave). Le sangraban los dedos, rompía cuerdas en mitad de los solos, seguía como si nada. En el estudio era más contenido, más elegante.

 

Lo llamaron “el último grande del blues eléctrico”, pero en realidad fue un renovador. No copiaba. Cruzaba el blues con el soul, con el rock, con el country incluso. Fue invitado por David Bowie para participar en la grabación de su disco “Let’s Dance”.

 

No miraba atrás con nostalgia, sino hacia adelante con respeto. Eso lo aprendió también de su hermano, Jimmie Vaughan, otro referente del blues tejano y fundador de The Fabulous Thunderbirds. Juntos grabaron ‘Family Style’, un disco que parecía el principio de una nueva etapa. Lo fue, pero sólo para uno. Stevie murió antes de que saliera.

 

No estuvo solo en esa tarea de recuperar el blues para las nuevas generaciones. A su lado, aunque más en la sombra, estaba Lonnie Mack. Guitarrista de culto, pionero del blues-rock instrumental en los años 60, fue una especie de maestro para Stevie, que lo veneraba. En 1985, cuando casi nadie se acordaba de Mack, fue él quien le produjo el disco ‘Strike Like Lightning’. Es una obra maestra poco reivindicada. Mack, armado con su legendaria Gibson Flying V, escupía solos de otro tiempo, crudos, sin adornos. Stevie hacía coros, añadía arreglos, y se notaba que estaba disfrutando como un niño. No era el jefe en ese estudio: era el alumno orgulloso de poner la alfombra roja a su ídolo.

 

Stevie también pasó sus años duros en los que cayó en el alcohol, en la droga, en los excesos. Su manera de tocar era tan intensa como su vida. Pero salió. Se limpió. Volvió a tocar con más fuerza, más vivo, más centrado. En sus últimos conciertos, ya sobrio, parecía haber alcanzado un nuevo nivel. Por eso dolió tanto su muerte: porque venía lo mejor. No fue sólo la pérdida de un guitarrista brillante. Fue el corte abrupto de una historia que aún estaba empezando a escribirse.

 

En Murcia, aquel callejón pintado a mano con el nombre de Stevie, no salió en los periódicos, no hubo actos oficiales. Pero los que pasaban por allí sabían. Era un guiño. Una señal. Una forma de decir “aquí también te escuchábamos”. Hoy esa pintada ya no está. Pero el gesto queda.

 

Y quizá, si pasas por ahí alguna noche, con ese aire que huele a cerveza, y crees escuchar una guitarra llorar, aún puedas imaginarlo. A Stevie, cruzando la esquina, hacia El Álamo, hoy Boca del Lobo, con su Stratocaster colgada al hombro, persiguiendo el siguiente solo.

 

Porque sí, hubo una vez en Murcia una calle de Stevie Ray Vaughan. Y algunos seguimos caminándola.

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