Domingo, 07 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNITV
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María Belén Albaladejo

ITV

 

Tener el mismo coche más de 20 años significa un nivel alto de estrés cuando se acerca la fecha de la revisión anual… Bueno, escribo esto para disfrazarme, realmente la ITV es algo que me ha puesto nerviosa desde la primera vez que tuve que ‘pasarla’. Los años que tiene el coche han afectado poco o nada a mi nivel rojo de ansiedad.

 

Me encanta la expresión “pasar la ITV”, es como pasar ‘El Tourmalet’ en el Tour de Francia, el ‘Paso del Stelvio’ en el Giro de Italia o la subida a los Lagos de Covadonga en nuestra Vuelta.

 

También me encanta cuando hacemos de esa expresión algo propio, y la usamos como un eufemismo para nuestros recomendables controles médicos o pruebas puntuales. Una ‘ITV’ completa te tiene todo el año corriendo desde el hospital de referencia a las clínicas concertadas entre TAC, citologías, endoscopias, resonancias, colonoscopias, etc.

 

Voy al grano con esto de la revisión anual de mi coche.

 

Me entran los siete males nada más ponerme en la cola: “¿Oiré si me llaman?, ¿lo hacen por matrícula, por nombre? ¡Matrícula!  ¿Cuál es? ¡Siempre la bailo! Esto de la reserva online y póngase en la fila, ¿funcionará? No me creo que no tenga que pasar por ninguna ventanilla”.

 

Un brazo anexado a un señor me hace un gesto inequívoco de “venga hacia mí” y en ese preciso momento elevo a la enésima potencia mis palpitaciones y bajo a la caverna platónica mi percepción de la realidad.  No comprendo las órdenes que me dan, no oigo al que se me ha presentado como “soy el ingeniero”. Dejo de saber distinguir entre izquierda y derecha, abra el capó es el valor desconocido en la ecuación, ¿dónde está el dichoso mando para abrir eso de ahí delante?; la indicación “sitúe el neumático en los rulos”, es como un logaritmo neperiano;  “ponga marcha atrás”, una ecuación de segundo grado; “pulse avería” una derivada; “marque la larga” es un monomio; “eche el freno de mano” se me antoja  un polinomio que mezclo con el monomio de la luz larga y la cago en una operación con permutaciones y combinaciones que no vienen al caso. Me dan ganas de gritar: “Oiga que soy de letras puras”; callo, no vaya ser que empiece a decirme “cosas” para hacer un análisis lingüístico, y a la primera frase me líe con los planos morfosintácticos, fonéticos, semánticos, etc. La vergüenza va a ser de portada dominguera.

 

Intermitente derecho, izquierdo, parabrisas delantero, trasero, punto muerto, acelere, ponga primera, frene, es una coreografía descoordinada en mi cerebro. No soy de la generación de las extraescolares, así que, de baile (gracias al año de danzas regionales con la Srta. Patricia en el gimnasio del cole) sé lo justo para sacar el ‘chirripirrín’ en ridículo medio.

 

No atino, se me traba la lengua de tanto preguntar ¿qué?, mis brazos no dan tregua al “mueva las ruedas”, ¡fijo que amanezco con una tendinitis de hombro de tanto girar el volante!

 

A La voz de “continúe recto por el foso” mi agobio es infinito, soy consciente de que voy por un escueto sendero metálico y que en el centro hay un señor… Como se me vaya el coche me cargo al ingeniero. El acelerón que meto en primera es de garrulo motorista a las cuatro de la mañana, todo sea por no verme en prisión por homicidio involuntario.

 

Al: “Saque el coche, aparque ahí y espere”, mis palpitaciones se revolucionan. Saque el coche ¿de dónde?; aparque ahí ¿dónde es ahí?; espere ¿a quién?, ¿a la Guardia Civil, al juez de guardia?

 

Como un ovillo espero dentro del coche en un “ahí” aparcada. Empieza otro tembleque, ¿estorbo aquí?, ¿tengo que ir a la oficina o viene el señor? ¡Anda que como sea joven y recto el muchacho y tenga que hacer puntos me va a fulminar! ¿Salgo, me quedo? ¡Puff, que no me vea nerviosa, ni lo miro, no se vaya a pensar que quiero chantajearlo!

 

Veo al señor ingeniero acercarse, mi cabeza desarrolla: ‘Veracruz’, duelo final, Burt Lancaster, Gary Cooper. Viene con papeles en la mano, un Colt 45 (Sé que es difícil de creer, pero juro que hasta oigo la música), observo algo semejante a una sonrisa en su rostro…que se transforma en carcajada cuando me ve intentar salir del coche con el cinturón puesto… ¡Ímpetu convertido en moratón!

 

“Señora (el respeto a las canas), el  coche presenta una deficiencia grave en la revisión del sistema de frenado. Observamos que las pastillas de freno delanteras presentan un desgaste superior al 50%, tiene dos meses para solventarlo. Si la para la policía tiene que demostrar que iba al taller a solucionarlo o volviendo aquí para que comprobemos que esta solventado. Así que, le recomiendo que no lo mueva de aquí, que llame a alguien que la recoja y a la grúa para ir a su taller, buenos días”.  Me veo con un negativo en la mano, sin la pegatina tan cuqui que me daban hasta ahora, con un moratón en la clavícula y la bala del Colt 45 en mi autoestima. 

 

A mis ‘itves sanitarias’, no voy como Heidi bailando y cantando por los Alpes, pero no me tiembla nada en la sala de espera ni suelo tener pesadillas la noche anterior. En el último TAC, a la orden de “procure no moverse nada”, me dormí y probablemente hasta ronqué. En una analítica estoy de lo más tranquila y sin interaccionar con quien maneja la aguja para no ponerla nerviosa cuando vea mis venas complicadas de atrapar. Atiendo, entiendo y cumplo con las indicaciones que me dan los profesionales sanitarios.  

 

En esto de la ITV, cuando oteo a mi alrededor, escucho voces: “Voy, vale, tira, aprieta, quema, a tope, al derrape, revoluciona, vamos tío” y empiezo a temblar ante ese ejercicio de maestría y exhibición de testosterona entre acelerones y frenazos.

 

Con pudor reconozco que he llegado a la conclusión de que, en mi caso particular, es cuestión de mi identidad de género, mujer, el pavor que siento cuando me acerco a esa nave que pone ITV. Es como entrar en un túnel que me absorbe la autonomía, el saber hacer, la serenidad, el entendimiento y ya, en tono dramático, la dignidad.

 

¡Algo tiene la ITV que me pierde, me anula, me desintegra!

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