La psicolingüística, un día de verano
Esto de la lingüística y todas las disciplinas asociadas siempre despertaron mi interés allá por los años del bachillerato y luego también en la carrera, donde una asignatura de Derecho del último curso, Filosofía del Derecho, recogía incluía algunos temas de hermenéutica que, por decirlo suavemente, dejaron en todo un recuerdo perfectamente borrable.
Desde entonces no ha sido un asunto que me apremiara. Es más, sin citar al profesor que impartía este contenido, si hubiera podido le hubiera retirado el pasaporte…hasta la fecha.
Sin embargo, tantas vueltas dan la vida que hace unos días durante un paseo con mi perro, me topé sucesivamente con dos mensajes diferentes, que me dieron qué pensar.
El primero era un cartel de la Administración local de la zona, que indicaba un sitio donde no se podía dar comida a los gatos. Cuestión normal, salvo por el estilo de mensaje utilizado: 'Punto Controlado de Alimentación Felina'. Demasiado estructurado para un tema que toda la vida la gente ha entendido.
Lo que ya no alcanzo a saber es si los destinatarios -transeúntes- lo han terminado de captar. He visto pararse a mucha gente de distintas nacionalidades con distintas reacciones al respecto.
De hecho, el aviso ha tenido un efecto diametralmente opuesto al objetivo público perseguido: no hay ni un gato, ni comida, ni ancianitas inglesas esperando para dar de comer a los gaticos lo cual nos debe hacer reflexionar sobre la neurolingüística, en su caso. De ser un punto controlado, el mensaje lo que ha logrado es que sea un emplazamiento exento de gatos que, por otra parte, se han ido a otro lugar cercano, sin limitaciones regulatorias.
Luego, seguí avanzando y de vuelta me acerqué a una zona guiri, para que Orfeo (mi perro) se vaya soltando y no se limite a los paisanos del Sureste.
Esto de las áreas guiri en la zona en donde mi familia y yo pasamos las vacaciones es, bueno, clasificable. Todos los años el mismo sitio se transforma, y de ser un hindú pasa a ser un sport bar, o un breakfast and lunch donde los ciudadanos británicos en camiseta sin mangas se calzan a las 11:00 de la mañana unas alubias con bacon con cuarto y mitad de mermelada.
Bien.
En este itinerario, que ya daba por concluido me detuve, junto al perro, en la puerta de un local. La oferta gastronómica incluía prácticamente todas las opciones, el desayuno británico, el sport bar, algo de hindú, chili, y bajo pedido, carne argentina. El tema es que me sorprendió, y al perro.
El establecimiento no superaría, incluida la mini terraza y sin incluir la cera, unos 50 metros cuadrados. El titular, efímero o precarista en mi opinión, captó mi simpatía. Unos 60 años, pelirrojo y poco cuidado. Me dio la impresión de que estaba ahí destinado o cautivo hasta probablemente octubre.
Tal vez para el otoño o el invierno lo trasladarían a Mil Palmeras para algo relacionado con la brasa. Me saludó en inglés y yo le respondí. Por detrás, al fondo, se asomaba lo que podríamos denominar su esposa. Recelosa, también se acercó y acarició al perro.
Y ahí estábamos Orfeo, Daniel, que supongo era el locatario, la esposa que no entendí el nombre, y yo. Una escena inesperada.
Y de pronto me quedé mirando el cartel que estaba fijado en la puerta.
Y pensé entonces en que no sé si ellos o los de los servicios municipales tenían presente lo de la psicolingüística, pero el mensaje, el aviso, no ofrece interpretación, es económico, y no he visto nada más sinóptico y concluyente.
Me dijeron de volver a probar el amplio menú, pero me da que no saldría bien.
Linkedin: Francisco Martínez Ruiz