Domingo, 07 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNIsla Mauricio y Pepe
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Gabriel Vivancos

Isla Mauricio y Pepe


Hace muchos años tuve la suerte de hospedarme en la playa de Flic en Flac, en Isla Mauricio. Esta preciosa localidad muy cerca de la ciudad de Quatre Bornes reúne todos los estándares occidentales para pensar que es el paraíso terrenal. Un hotel de superlujo, una playa prácticamente privada de fina arena blanca, una agua de color turquesa y una barrera de coral enfrente que te protege de visitantes acuáticos peligrosos y te permite bucear admirando las preciosidades que también encierra el paraje sumergido.

 

Desde el principio de nuestra estancia, varios vendedores ambulantes, eso sí, muy educados, paseaban por la playa ofreciendo a los turistas uno de los mayores tesoros que se suele buscar en la isla: maravillosas perlas naturales que los propios pescadores de ostras sacan con sus redes.

 

El primer día entablamos conversación con un vendedor que se llamaba Pepe al que le compramos algún que otro collar a un precio más que razonable.

 

Pepe era de piel muy oscura, con unos llamativos ojos verdes y nos enseñó desde el inicio a realizar dos simples pruebas para asegurarnos de que lo que comprábamos eran perlas y no imitaciones. Recuerdo que la primera comprobación era llevársela a los labios porque según contaba las perlas siempre están frías. La segunda verificación era pasar la perla por la llama de un mechero para asegurarse de que no estaban pintadas.    

 

La cuestión es que, tras los primeros días, Pepe hacía un descanso para charlar de diversos asuntos con nosotros.

 

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Me acuerdo que le pregunté por su nombre para saber si, en realidad, se llamaba José o si tenía ascendencia española.  A lo que me respondió que se llamaba Pepe, no José y que no tenía ni idea de su ascendencia pero que sabía que tenía ese nombre porque todos sus antepasados se habían llamado así. Obviamente me apresuré a comentarle que con bastante probabilidad sus antepasados eran españoles ya que aquella pequeña isla en el océano Índico había contado con numerosa presencia española en la época de las Españas americanas.

 

Sin embargo, de entre todas las conversaciones que mantuve con Pepe, me acuerdo de una que en diversos momentos de desánimo laboral la he tenido muy presente. Pepe nos comentó que quería emigrar con su familia a Canadá y adoptar el modo de vida occidental. Yo traté sin éxito de hacerle ver que nuestro estilo de vida no es tan bonito como lo pintan en Hollywood y que como todo tiene sus partes de sombra, pero Pepe, sin desanimarse un ápice me respondió:

 

“- Ustedes sí que tienen una buena vida, trabajan cinco días a la semana y descansan dos, trabajan ibce meses al año y descansan uno, tienen días libres en Navidad, Semana Santa y todo el año está salpicado de festividades y encima les queda dinero para viajar y gastar en caprichos. Yo por contra, trabajo todos los días del año vendiendo perlas, baratijas o cocos, me da igual si hace frío o calor, si estoy enfermo o sano, porque si no trabajo mi familia no come. Yo quiero ser uno de ustedes”.

 

La seguridad con que lo dijo me conmovió. Muchas veces he pensado que me encantaría saber si finalmente Pepe lo consiguió y ahora está rodeado de nieve en su anhelada Canadá, y me gustaría conocer, en tal caso, su opinión y si ha cambiado o no de parecer respecto de nuestro estilo de vida, pero en lo que a mí respecta, yo he conservado en mi memoria esa conversación en aquella maravillosa playa de arena blanca y cuando me llegan momentos de cansancio laboral, recuerdo a Pepe para animarme.

 

Él nunca sabrá que me ha servido de inspiración en muchos momentos de desánimo a lo largo de mi vida y ahora que estoy terminando mis vacaciones y llega el tan temido síndrome postvacacional, lo volveré a tener muy presente: Gracias Pepe.   

 

Línkedin: Gabriel Vivancos

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