Sábado, 06 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNBilly Joel: Nueva York y el alma de un pianista
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Rafael García-Purriños

Billy Joel: Nueva York y el alma de un pianista

 

Entrado el atardecer en Nueva York, una persona toma el metro, entra a un bar saluda al camarero y le cuenta qué tal ha sido su día.

 

Ese camarero podría muy bien ser William Martin Joel, un chico del Bronx que iba a ser boxeador, pero terminó convirtiéndose en el cronista que recoge todas esas confidencias, y las convierte en canciones.

 

Describe escenas de bares con gente triste y derrotada, habla de restaurantes italianos llenos de vida, donde unos amigos se reúnen para revivir recuerdos y nostalgias entre platos y risas, en un lugar que es refugio y memoria. Habla de calles que laten con el pulso urbano, barrios que viven a pesar de las dificultades, donde el mar y la lucha cotidiana se entrelazan en la vida de pescadores que no abandonan sus sueños.

 

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Sus canciones fotografían en claroscuro su ciudad y sus habitantes. Aparecen amores que se resisten a morir, chicas del barrio alto cansadas de su mundo superficial, personas que expresan sus sentimientos y otras que simplemente escuchan, quienes ríen con esperanza y quienes lloran en la soledad de sus habitaciones. Personajes cansados pero desafiantes, como The Entertainer, que enfrenta las presiones de un mundo que exige espectáculo constante, o jóvenes que se van dejando atrás su juventud, recordándonos el paso del tiempo y las oportunidades que, en ocasiones, dejamos escapar.

 

Billy canta de personas llenas de proyectos, como el joven soñador que quiere conquistar el mundo, y otras llenas de desilusión, como aquellos atrapados en trabajos rutinarios que parecen devorar sus días. Personajes que son, en esencia, reflejos de la condición humana, como tú y como yo. Como él. Puede que un día seamos uno, y que al día siguiente nos transformemos en el otro.

 

Así, en Piano Man, su canción más conocida, no habla solo de sí mismo. Relata la vida de todos.  Del camarero que quiere ser actor. Del marinero que nunca dejará su oficio. Del vendedor de bienes raíces que escribe una novela que nunca termina. Del anciano que bebe para recordar mejor. De la camarera y el hombre de negocios que beben juntos y se hacen compañía. Y de la música como consuelo de todos ellos. De todos nosotros.

 

Esa canción -basada en su experiencia tocando en bares con el seudónimo Bill Martin, para recuperar su libertad tras un mal contrato- se convirtió en un himno. Un retrato de almas solitarias que, por unos minutos, se sienten menos aisladas. Como si cada nota del piano fuera una caricia, un alivio, una nueva oportunidad.

 

El fondo es real, nos cuenta esa época en que era pianista de bar, cuando los parroquianos le decían que era muy bueno, que tenía que salir de ahí y triunfar.

 

En España se hizo conocida por la versión de Ana Belén, El hombre del piano, adaptada al castellano por Víctor Manuel. Aunque sigue siendo una canción muy bella, y magníficamente interpretada, cambia el enfoque: convierte la narrativa coral en un monólogo melancólico sobre un pianista derrotado por el amor. Y en ese cambio, se pierde gran parte de la riqueza emocional del original. Porque Piano Man no era una tragedia individual, sino un reflejo colectivo. Una canción para todos los que alguna vez se sintieron invisibles.

 

Y si Piano Man nos habla del alma de la gente, New York State of Mind nos muestra el alma del lugar en el que habita. Billy la escribió en un tren, al volver a casa. No quería Hollywood ni limusinas. Quería el Hudson, el humo, el jazz de los bares. Esa canción no presume de Nueva York: la comprende, la ama y la abraza, con todas sus luces y con todas sus sombras.

 

Décadas más tarde, cuando la interpretó en el homenaje a los héroes del 11-S con un casco de bombero sobre el piano, esa canción se convirtió en una plegaria. Un recuerdo agradecido a esas personas que dieron la vida para ayudar a otros a sobrevivir. Y una invitación a un enorme abrazo colectivo.

 

Parte de su autenticidad viene también de su estilo, mezcla de géneros que él mismo definió como “una síntesis de todo lo que amo: clásica, rock and roll, jazz, blues… lo que sea”. Como Nueva York: un melting pot donde todo se mezcla, se transforma, se humaniza. Su música suena a esa ciudad no solo porque hable de ella, sino porque está hecha como ella.

 

Y así, entre discos, giras y noches de llenos en el Madison Square Garden, Billy Joel fue dejando de ser solo el chico que un día fue boxeador, para convertirse en algo más grande: el pianista que nunca tiró la toalla. El que cambió los puños por acordes. El que golpea, sí… no al mentón, sino directo al alma de su ciudad, de su público, de todo aquel que escucha sus canciones.

 

Nueva York, con sus rascacielos, sus barrios y su mezcla de culturas, vive y respira en la música de Billy Joel. Y su música, a su vez, bucea en el alma de esa ciudad que, aunque nunca duerme, nunca deja de soñar.

 

Como dice una de sus canciones, “puede que esté loco, pero también puede que sea un lunático lo que estás buscando”.

 

Linkedin: Rafael García-Purriños

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