Viernes, 05 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNTáctica y estrategia (con permiso de Mario Benedetti)
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María Belén Albaladejo

Táctica y estrategia (con permiso de Mario Benedetti)


Mira que no quería yo entrar en eso de la edad, pero me la veo cada vez más en según qué cosas.

 

No me importa, no me da vértigo cumplir años. Pero tengo que ir reconociendo que la ilusión por concursar, con alguna opción de éxito, en Pasapalabra o en el eterno Cifras y letras, va alejándose de mi realidad. 

 

La pista de que me distancio de la plenitud memorística me la da la habilidad que estoy desarrollando  para realizar requiebres lingüísticos, cambios de conversación, improvisaciones, etc. En resumen, tácticas para salir de atolladeros, olvidos, aprietos, ridículos y momentos comprometidos, con la única y noble estrategia de que no se note que: “Hasta que equilibre el hipocampo, no me acuerdo ni de tu nombre ni del 'mostrador' dónde colocarte”

 

Definitivamente lo de dejar de “hablar de corrido” es lo que marca el punto de inflexión. Pasar de reconocerme suelta y sin esfuerzo para mantener una conversación con otros o… conmigo, a  pasar a notar que farfullo palabras a medio y que me puedo pasar un ratito definiendo la palabra, por ejemplo, puente y cruzarlo varias veces, sin que “puente” acuda al instante, ha sido “un bofetón” a mi juventud (escrito esto con toda la ironía de la que soy capaz).

 

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Este escalón al cielo del bofetón se repite cada vez que me enfrasco en conversaciones tipo: “Síííí, ese actor que hizo esa película con aquella chica de la serie basada en el libro que escribió esa mujer que nació por el Norte, pero no el Norte de Europa, el Norte nuestro. ¡Buenísimo ese chico actuando! ¿Sabes quién te digo, verdad? ¡Leche, Asier, Asier…no me viene el apellido!”.

 

La performance de hacer chasquear los dedos en un compás de 3/4 para convocar, de forma divina, a la memoria, es lo que le da a la escena un punto operístico digno de La Callas.

 

Cuando me escuché nombrando todos los electrodomésticos, como si estuviera haciendo el  inventario anual de Navedo, para decir microondas, fue la constatación de ese algo que da (o quita) la edad. Es fantástico empezar a recitar: lavadora, secadora, tostadora, plancha, horno, lavavajillas, cafetera, minipímer, yogurtera… ¡Pijo, microondas!

 

Pásame el tene, la cuchara, el cazo, el vaso, el pla, la rasera… ¡Puff  el cuchillo! Es un punto de no retorno del farfulleo diario.

 

Sonrío recordando cuando mi madre empezaba a nombrar, por riguroso orden de nacimiento, a todos sus descendientes, acabando en mí para reñirme por dejarme la luz encendida o la toalla húmeda sin tender.  “Es que os llevo a todos en el corazón y en la cabeza” solía decir después de soltar la retahíla de seis nombres… ¡Sí, sí! En el corazón no lo dudo pero, en la cabeza… Ahora que me veo como me veo, sé que esa frase era su táctica.

 

Adquirí conciencia de que debía empezar a construir tácticas el día que me pregunté: ¿Quién es? Me suena pero, ¿cómo se llama?

 

 Suelo llegar antes al quién es que al cómo se llama. El diálogo es, más o menos, así:

 

  • ¡Hola guapa! (lo puedo sustituir por bonita, corazón, amiga, preciosa, bombón).

 

  • ¡Hola Belén! — empezamos mal, se acuerda de mi nombre y yo en la inopia.

 

Acto seguido me lanzo al vacío con preguntas  “trampa” para que suelte pistas que me ayuden:

 

  • Cuánto tiempo sin vernos. ¿Cuándo fue?—

 

Mirada rápida a las manos en busca de anillo o marca de haberlo llevado. Revisión detallada de arriba abajo, ropa, bolso, zapatos, peinado, maquillaje, etc. ¡Con esto puedo inferir un montón de datos!

 

Otro recurso muy socorrido para ir abriendo camino, si no recojo información y no suelta “prenda” que me ayude, es lanzarme a tripa abierta: (a riesgo de encontrarme con fallecidos)

 

  • ¿Cómo están tus padres?

 

El constructo “Tus padres” es variable, puedo recurrir a esposa, marido, hermanas, sobrinos, nietos, primos, tíos, parientes, etc.

 

Lo que sea necesario para llegar hasta el nombrecito escondido en las profundidades de mi lóbulo temporal.

 

Todo esto aderezado con mi particular manía de “renombrar” a las personas por razones misteriosas. Como allá en los años noventa rebautizara, por algún motivo mágico, a alguien llamada María José, con un sonoro Virginia; ya puede ser famosa y salir en los periódicos, que con Virginia se ha quedado.

 

Si alguien me pregunta por mi último viaje y yo  pretenda quedar finamente ofreciendo pelos y señales de sitios y bares, los giros e improvisaciones son tremendos.

 

“Maravilloso el pueblo,… luego te mando el nombre. No dejes de ir al bar… al bar…, la barra y las mesas son azules. Lo busco… ¡Ah! pide las flores de calabacín. Bueno, mira, mejor te mando por email una cosa que hice en PDF. El tren que va de ese pueblo al…, al otro, es fantástico”.

 

Decir: “tengo que llamar a la UGT” cuando en realidad, debía decir: “tengo que  llamar a la BMW”; abrir el frigorífico y no saber  para qué, disimular y ordenar las zanahorias; cerrar la televisión y enchufar el grifo del lavabo, me parece -de momento- hasta gracioso.

 

Gracioso porque mi amígdala, esa estructura con forma de almendrita, situada en mi cerebro, que otorga valor emocional a los recuerdos, al amor, a la alegría, al dolor, al miedo a perder a los que quiero, permanece -de momento- intacta. Aunque farfulle, titubee, recite el ajuar completo de la casa y no pare de chasquear mis dedos en un homenaje a… ¡La música! (táctica).

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