Sábado, 06 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNTurismofobia: la muerte por éxito de la turistificación incontrolada
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Pedro Manuel Hernández López

Turismofobia: la muerte por éxito de la turistificación incontrolada

 

Durante décadas el turismo ha sido vendido como la panacea del desarrollo económico para ciudades y países enteros. "Pan para hoy y pan para mañana", repetían políticos, hoteleros y agencias de viajes. Sin embargo, en los últimos años, el turismo masivo ha comenzado a mostrar su cara más oscura: la turistificación incontrolada, un proceso que ha convertido barrios enteros en parques temáticos, ha expulsado a los vecinos de sus casas y ha alterado la vida cotidiana de miles de ciudadanos. La consecuencia directa: la turismofobia, una respuesta cada vez más generalizada de rechazo —cuando no de abierta hostilidad— hacia los turistas, que encarna la frustración de unas poblaciones que ven cómo su entorno es colonizado por intereses ajenos.

 

La paradoja del éxito: ¿crecimiento económico o decadencia social?

 

No hay duda de que el turismo genera riqueza: empleos, ingresos fiscales, actividad empresarial y reconocimiento internacional. Pero, ¿a qué coste? Las ciudades españolas, especialmente las más turísticas como Barcelona, Palma de Mallorca, Madrid, Málaga o San Sebastián, están sufriendo un fenómeno de muerte por éxito. El modelo basado en la llegada masiva de visitantes está llevando al colapso de infraestructuras, a la pérdida de identidad urbana y a la expulsión de la población residente.

 

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Mientras las estadísticas macroeconómicas sonríen, los vecinos lloran. La proliferación de viviendas turísticas —legales e ilegales— ha disparado los precios del alquiler y de la vivienda en general, imposibilitando el acceso a un hogar para miles de familias. Los comercios de toda la vida son sustituidos por cadenas internacionales y tiendas de souvenirs. El empleo que se genera, en muchos casos, es precario, temporal y mal remunerado.

 

Ventajas para unos pocos, desventajas para muchos

 

En términos sociolaborales, el turismo masivo crea empleos, sí, pero también destruye tejido productivo estable. El modelo basado exclusivamente en el turismo convierte a ciudades enteras en monocultivos económicos, extremadamente vulnerables a crisis externas (como se evidenció durante la pandemia). Además, fomenta el trabajo temporal, estacional y con peores condiciones laborales.

 

Los beneficios se concentran en manos de grandes empresas hoteleras, plataformas digitales como Airbnb, y fondos de inversión inmobiliaria. Mientras tanto, los trabajadores y vecinos ven cómo se degradan sus condiciones de vida. La turismofobia no es irracional: es una respuesta lógica al abandono institucional y al desequilibrio de intereses.

 

La política del laissez-faire: cuando gobernar es rendirse

 

La inacción —o complicidad— de los poderes públicos ha alimentado esta bomba de relojería. Las administraciones locales, regionales y estatales han sido incapaces —o no han querido— poner límites al crecimiento descontrolado del turismo. En muchos casos, los gobiernos han priorizado la recaudación fiscal, el voto fácil del sector hostelero y la foto con el récord de turistas, por encima de los derechos de sus propios ciudadanos.

 

La ausencia de una política urbanística clara, la permisividad con las licencias de pisos turísticos y la falta de inspección han creado una tormenta perfecta. Se han legislado moratorias a medias, impuestos tímidos y regulaciones cosméticas. El resultado: barrios gentrificados, centros históricos vacíos de vecinos y una población local convertida en figurante del decorado.

 

Impacto medioambiental y agotamiento de recursos

 

A todo esto se suma el deterioro ambiental. La turistificación implica una presión constante sobre recursos naturales: agua, energía, transporte, residuos. Ciudades como Barcelona o Palma enfrentan restricciones hídricas mientras los hoteles llenan piscinas y los cruceros vacían sus tanques. Las emisiones asociadas al turismo global son otro factor que choca frontalmente con cualquier agenda climática.

 

El rechazo crece: no es odio, es supervivencia

 

En este contexto, las protestas y manifestaciones contra el turismo no son una moda ni un capricho ideológico. Son un grito de auxilio. Lejos de ser un rechazo irracional al visitante, son una denuncia contra un modelo que ha convertido el derecho a la ciudad en un privilegio para el turista y un calvario para el residente.

 

No se trata de cerrar las fronteras ni de demonizar al turista individual. Se trata de repensar el modelo turístico desde la sostenibilidad, la equidad y la convivencia. De imponer límites razonables, de proteger el derecho a la vivienda, de garantizar empleos dignos y de diversificar la economía.

 

Hacia un turismo con sentido

 

La turismofobia es el síntoma. El diagnóstico es claro: turistificación salvaje. Y la cura pasa por una voluntad política firme para reconducir el modelo hacia parámetros sostenibles. Zonas de capacidad limitada, regulación real de pisos turísticos, impuestos progresivos a grandes operadores, defensa activa de la vivienda habitual y promoción de actividades económicas complementarias.

 

España no puede seguir siendo el parque temático low-cost de Europa. Si seguimos por este camino, el turismo —que un día fue bendición— se convertirá en su propia maldición.

 

Porque cuando una ciudad deja de ser habitable para sus vecinos, deja de ser también deseable para los visitantes. La turismofobia no es el problema: es el aviso. Y más vale escucharlo antes de que sea demasiado tarde.

 

Linkedin: Pedro Manuel Hernández López

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