Domingo, 07 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNArder sin desaparecer: la otra cara de los incendios
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Soledad Díaz

Arder sin desaparecer: la otra cara de los incendios

 

Este verano los incendios han reducido a cenizas muchos pueblos de esa España ansiosa de que se acuerden de ella siempre.

 

Yo recuerdo con especial nostalgia un pueblito de la zona de Sanabria, que hicimos una parada de dos días por su maravillosos parajes y tranquilidad  extrema.

 

El día empezaba sin prisa en el pueblo, calles vacías y silenciosas sin apenas movimiento, esperan el primer rayo de sol para iluminar los tejados rotos y las paredes agrietadas de las casas.

 

Nadie se asoma a las ventanas, y el aire huele a humedad, a maderas viejas. En este rincón de esta España olvidada, el paso del tiempo ha ido desgastando las fachadas y el ánimo de sus pocos habitantes como si la vida misma se hubiese ido desvaneciendo, igual que una campana ha dejado de su función. Sonar y llamar a los vecinos.

 

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En la única tienda del pueblo, la que vale para todo y cualquier cosa puedes encontrar, Chelo, la dueña, levanta la persiana y echa un vistazo rápido al pasillo de latas y botellas polvorientas. Sólo repone lo indispensable,  sabiendo que las ventas serán como ayer y anteayer, y todos los días, son mínimas y las mercancías tardan semanas en acabarse.

 

Chelo, cada mañana hace estos mismos pasos mira hacia la calle y cada mañana piensa lo mismo. Es un pueblo envejecido .Cada persona que pasa por la tienda tiene una rutina inamovible, que parece más un acto de resistencia que de costumbre.

 

En la plaza, la fuente está seca, y los bancos de piedra tienen grietas. En una esquina un par de hombres de avanzada edad charlan en voz baja. Hablan de cómo los pueblos van quedándose sin habitantes, de las familias que se han ido a la ciudad, de las casas abandonadas que nadie quiere ya. En sus palabras hay una especie de resignación, como si el deterioro del lugar algo inevitable. Uno de ellos se rasca la barba y comenta que el año pasado el Ayuntamiento apenas pasó por allí para revisar las calles, que en invierno las nevadas habían hecho aún más daño dejando muros caídos y techos hundidos.

 

En una mirada larga y desde la misma plaza también se puede ver que las tierras de cultivo están completamente abandonadas Hace demasiados años que nadie las trabaja y las hierbas y matojos han crecido hasta cubrir lo que alguna vez fueron hileras de cultivos .Aquí el silencio es distinto, como más denso y pesado como si la naturaleza misma llorara. Se escucha el crujido de un poste de la luz que se balancea con el viento.

 

Con el atardecer, un grupo de vecinos entran en el único bar que queda abierto. Es un espacio oscuro, pequeño, donde el mobiliario parece tan antiguo como los mismos clientes. El bar es el último vestigio de vida comunitaria, el único lugar donde se encuentran las mismas caras de siempre. Aquí se habla poco, y cuando lo hacen, los temas son repetitivos: el precio del aceite, las pensiones, los impuestos y las promesas de mejora que nunca llegan. Y eso les lleva a mirar el viejo colegio, un edificio de partes sucias y ventanas rotas. Fue cerrado hace años, cuando el último niño del pueblo se fue con sus padres. La verja oxidada chirría al viento, y en el patio solo quedan restos de juguetes olvidados y plantas que crecen entre las grietas del pavimento.

 

Empieza a caer la noche, con la nostalgia y tristeza en el  alma, los vecinos se despiden deseándose un buen descanso y soñando que el día que está por venir, les traiga ruido, bullicio, ajetreo, risas, brindis. VIDA.

 

A menudo recuerdo a Chelo y sus paisanos, ¿qué habrá sido de ellos? De sus rutinas y costumbres diarias? incluso pienso sí ellos pensaran en algún momento el refrán castellano de “más vale malo conocido que bueno por conocer “.

 

El fuego ha borrado lugares, pero no ha podido apagar la emoción que despierta su recuerdo. La responsabilidad ahora es no resignarnos. Si seguimos pensando en estos pueblos como reliquias del pasado la lista de los desparecidos crecerá. Miremoslos como oportunidades para un futuro más equilibrado y quizás aún estemos a tiempo de encender la luz del progreso y dinamismo  que regresa, la de la España RURAL que se niega a rendirse.

 

El más sincero recuerdo de todos los que pululamos por esta querida España nuestra.

 

Linkedin: Soledad Díaz

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