Cenizas del mal liderazgo
Imagina esta situación: una mañana cualquiera observas cómo un pequeño foco se convierte en un incendio de grandes dimensiones, engullendo bosques centenarios y avanzando sin barreras. Así han sido los incendios recientes en España: como una alerta brutal y urgente que nos interpela.
Nos dicen, sin medias tintas, que el abandono del entorno —ya sea nuestro entorno físico o humano— es combustible para crisis incontrolables.
Este verano de 2025 se ha convertido en el peor de las últimas décadas en materia de incendios forestales. España ha perdido cerca de 400.000 hectáreas en una combinación dramática de ola de calor, sequía histórica y masas forestales sin gestionar correctamente. El cambio climático y el abandono rural han creado condiciones propicias para lo que se conoce como incendios de “sexta generación”: imprevisibles, poderosos y casi imposibles de contener.
Pero tras esta catástrofe hay una pregunta esencial: ¿qué fuego antecede estos incendios? ¿Acaso no estamos olvidando que la prevención —tanto en el bosque como en las organizaciones— es el único modo efectivo de evitar llamas devastadoras?
Se ha dicho en multitud de ocasiones que “limpiar los montes en invierno” no es capricho ni estorbo burocrático: es una estrategia vital. El pastoreo controlado, el desbroce sistemático, las quemas prescritas, el uso de contrafuegos… Todas son herramientas de gestión del terreno que reducen el combustible antes de que llegue el fuego. Y si esto funciona, ¿por qué no aplicar esa lógica con las personas?
Un equipo desmotivado, mal formado y sin sentido de pertenencia es la chispa perfecta para una crisis organizativa. Cuando no hay rotación de talento, cuando no hay intercambio de conocimiento dentro de la organización, cuando no hay cultura de fidelización y aprendizaje continuo… se construye un paisaje obsoleto, lleno de zonas secas. Y tarde o temprano, una llama —un imprevisto, un fallo, una urgencia— encontrará su camino.
La formación, por su parte, es ese “desbroce interno” tan necesario. En el terreno de incendios, se sabe que “una correcta selección de personal, junto con su adecuada formación y capacitación, son imprescindibles para asegurar la seguridad y mejorar la eficacia en la prevención y extinción”.
Traduce eso a una empresa: repensar cómo seleccionamos, cómo entrenamos, cómo actualizamos competencias, cómo rematamos el talento. Porque si permites riesgo en invierno (un equipo perdido, que no entiende su propósito), pagarás en verano (la crisis estalla).
Aquí no basta con limpieza ni con formación; hace falta fidelización. Que ese equipo sienta que tiene un lugar, que confía en el liderazgo, que no teme al futuro, que ve sentido. Cuando la rotación es alta, el compromiso bajo, y la cultura frágil… estamos generando espacios que están a un paso de incendiarse.
En los incendios de este verano, hemos visto cómo muchos de ellos han sido provocados por el ser humano, bien de manera intencionada o por alguna negligencia. Ese dato hiere: no sólo representan resolver situaciones ya activas, sino cómo las personas actúan cuando falta conexión, formación e identificación con algo más grande que su rol individual.
Fidelizar el talento es construir devotos de la cultura, defensores del territorio (del bosque organizativo), agentes de cambio. Cuando cada integrante entiende que forma parte de una misión común, es mucho más difícil que provoque el fuego o lo deje arder.
Y sin embargo, ni los montes ni las organizaciones se limpian solos. Se necesita liderazgo, aquel que convoca, que anticipa, que une. Sin él, las brigadas llegan tarde, los equipos actúan aislados, y el fuego avanza. Y eso, lamentablemente, este año es lo que ha sucedido.
En Castilla y León, región que ha concentrado casi la mitad de las horas de vuelo estatales para apagar incendios, aún no se reforzó la flota aérea pese a episodios graves como el de la Sierra de la Culebra en 2022. Esa falta de proactividad habla de ausencia de visión estratégica. Como si mantuviéramos los medios solo en invierno, sin pensar en el verano.
Es la muestra de lo que ocurre cuando hay fracturas en el liderazgo: cuando la lucha entre instituciones —central y autonómica— oculta el objetivo común, cuando el ego compite frente a la colaboración, los incendios tardan más en apagarse.
Ahora intenta, por un momento, intentar trasladar lo que ocurre en el bosque a un equipo. Es necesario actuar ahora para prevenir crisis futuras y, para ello, podemos actuar desde distintos focos:
1. Prevención como cultura. Así como en el monte se desbroza y se gestiona combustible, en la empresa hay que construir espacios seguros: procesos formativos, revisión de roles, identificación de riesgos. Asegúrate de no tener “hoja seca acumulada” que pueda arder ante cualquier chispa.
2. Formación constante. No basta un curso inicial: debe haber reciclaje, actualización, simulacros. En materia de incendios, ya vemos cómo capacitar es salvar vidas y actitudes. En la empresa, es preparar a las personas para emergencias, para tomar decisiones bajo presión, para adaptarse a entornos adversos.
3. Fidelización radical. Si quieres que tu gente actúe como guardianes, debes ofrecerles pertenencia, propósito, desarrollo. Que sepan que su trabajo importa. Que sean custodios, no solo trabajadores. Y en ese vínculo emocional está la chispa que permite prevenir negligencias y terrenos baldíos emocionales.
4. Liderazgo unificado y audaz. Un buen líder ve el verano en invierno, y actúa. No espera a que el monte arda, ni deja que el equipo se fragmente. Preside con visión, anticipa crisis, construye alianzas. Lo contrario —cuando el liderazgo distraído engaña con gestos o se pierde en luchas— frena la respuesta y aviva la llama.
Te habrás dado cuenta de que el verdadero incendio no empieza cuando arde, sino mucho antes: en los meses silenciosos, en los equipos que no son entrenados, en las culturas que no se limpian. El monte no se incendia anunciando avisos: arde por acumulación de descuidos. Igual pasa con las organizaciones.
¿Y si cultivamos jornadas de invierno emocionales, formativas y estratégicas que fortalezcan el terreno humano y profesional? ¿Y si prevenimos a través del cuidado, entendiendo que motivar, formar y fidelizar el talento es tan vital como limpiar el monte?
Ese es el liderazgo al que aspiras: el que construye bosques resilientes, comunidades capaces, equipos que no se incendian… y cuando brilla el sol más feroz, tienen algo más que extinguidores: tienen raíces, sentido, propósito y unión.
No permitas que tu organización se incendie, pon en marcha todos los mecanismos preventivos que impidan que el fuego, que tarde o temprano aparece, arrase con todo lo que has construido. Si no lo haces, será demasiado tarde.
Linkedin: Lucio Fernández