Miércoles, 10 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNEje Pekín-Moscú-Nueva Delhi: un desafío directo a Occidente
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Pedro Manuel Hernández López

Eje Pekín-Moscú-Nueva Delhi: un desafío directo a Occidente

 

La reciente cumbre celebrada en China -con Xi Jinping, Vladímir Putin y Narendra Modi como protagonistas- es algo mucho más que un mero encuentro protocolario entre tres super potencias. Es un pulso abierto contra Occidente, un desafío a las democracias liberales y un aviso de que el tablero geopolítico está girando hacia un bloque alternativo que no tiene reparos en presentarse como contrapeso al mundo libre.

 

China, con su aspiración hegemónica global, ofrece la plataforma y la narrativa. Pekín se presenta como el arquitecto de un orden distinto, con instituciones paralelas a las occidentales, con un comercio regido por la subordinación política y con la promesa de inversiones sin exigencias democráticas. Rusia, debilitada por la guerra en Ucrania y sancionada hasta el límite, aporta el músculo nuclear y la amenaza de la inestabilidad permanente. Y la India de Modi, mucho más ambigua, se convierte en el comodín de este eje jugando a a dos barajas: recibiendo capital, tecnología y defensa de Occidente, mientras se presta a dar oxígeno a Putin y a aceptar el abrazo estratégico de China, cuando le conviene.

 

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La fotografía de estos tres líderes juntos encierra un mensaje inquietante: el de un nuevo orden mundial en construcción, cimentado en el desprecio por la libertad individual, el control férreo de la información, la represión interna y la política de los hechos consumados. Xi Jinping no oculta que su objetivo es desplazar a Estados Unidos como primera potencia económica y militar. Putin, -arrinconado por sus crímenes de guerra en Ucrania-- necesita con gran desesperación de aliados poderosos que le garanticen su supervivencia política y comercial. Y Modi- bajo la bandera del nacionalismo hindú-- está dispuesto a alinearse con quienes le den ventaja en su pugna con Pakistán y en su carrera por consolidar a la India como superpotencia regional y, a medio plazo, global.

 

Occidente, mientras tanto, sigue enredado en debates internos, obsesionado con la corrección política y paralizado por esos gobiernos que carecen de estrategia a largo plazo. Europa continúa dependiendo de las energias de países poco fiables, sin un plan sólido de defensa común y con una tibieza vergonzosa frente a los regímenes autoritarios. Washington --enfrascado en su polarización interna y en una permanente distracción electoral-- da señales de debilidad que son interpretadas por Pekín y Moscú como vía libre para avanzar en sus ambiciones. La desunión y la complacencia occidental se han convertido en el mayor regalo para la "triada autocrática"

 

La cumbre no ha sido un simple gesto social. Es la escenificación de un eje que busca expulsar a Occidente de regiones enteras de influencia: África, Oriente Medio, Asia Central y, más recientemente, América Latina. Con múltiples proyectos de infraestructuras, suministros energéticos y acuerdos militares, pretenden imponer un modelo en el que el comercio, la tecnología y hasta la seguridad se subordinen a la lealtad política. En ese esquema, las democracias quedan relegadas a una frágil irrelevancia frente a un bloque triangular de autócratas coordinados que venden estabilidad a cambio de sumisión.

 

El gran error de Europa y Estados Unidos sería minimizar lo que representa este triángulo de intereses. Rusia, China e India -que no son socios naturales ni amigos sinceros- se recelan, compiten y hasta se odian en algunas codiciadas fronteras. Pero han entendido que, para debilitar a Occidente, deben presentarse unidos. Y esa alianza táctica --aunque frágil y contradictoria-- basta para complicar el equilibrio global, alterar las rutas comerciales, manipular los mercados energéticos y poner en jaque a las democracias occidentales.

 

No conviene engañarse: Pekín quiere controlar las cadenas de suministro, la energía y la tecnología de vanguardia. Moscú quiere romper la cohesión de la OTAN y debilitar a Europa hasta convertirla en un cliente cautivo. Y Nueva Delhi pretende que su ambigüedad le permita extraer ventajas de ambos mundos: de Occidente, inversiones y legitimidad; de Rusia y China, espacio de maniobra y apoyo en sus disputas fronterizas y regionales. 

 

La respuesta occidental no puede seguir siendo la de la ingenuidad diplomática, las sanciones a medias y la retórica vacía de repetidas cumbres intrascendentes. Hace falta firmeza militar, inteligencia estratégica, reforzar alianzas reales y asumir que el siglo XXI no se juega con sonrisas ni con tratados que los autócratas jamás piensan respetar. Se juega con poder, con visión y con determinación. Y hoy, lamentablemente, Occidente parece haber olvidado esa histórica lección.

 

Porque mientras Pekín, Moscú y Nueva Delhi mueven piezas para disputar la hegemonía mundial, Europa sigue entretenida en su narcisismo político y en su obsesión ideológica, y Estados Unidos da la impresión de un gigante distraído y cansado. Esa es la grieta por la que se cuela el eje de autócratas: no su fuerza interna, sino nuestra debilidad. Y mientras no lo entendamos, el mundo libre seguirá cediendo terreno a quienes no creen ni en la libertad, ni en la democracia, ni en la justicia y ni en la dignidad humana.

 

El reciente encuentro entre Rusia, China e India en suelo chino -no es un simple foro económico ni un intercambio diplomático rutinario- es, en realidad, la escenificación de un cambio del eje geopolítico que desafía abiertamente a Occidente y cuestiona la hegemonía que durante décadas se consideró incuestionable. Tres potencias con intereses distintos, pero unidas por un denominador común: el hartazgo hacia un orden internacional dominado por Estados Unidos y la Unión Europea y, un sistema que ya no responde a los equilibrios reales de poder del siglo XXI.

 

China, con Xi Jinping a la cabeza, lleva años construyendo una alternativa global basada en la Ruta de la Seda -su músculo tecnológico y su capacidad de financiación-; Pekín ya no se conforma con ser “la fábrica del mundo” y ahora quiere dictar las normas del comercio, la tecnología y la seguridad. Rusia, -debilitada por las sanciones internacionales y aislada por Occidente- encuentra en esta alianza un salvavidas estratégico que le permite vender energía, mantener influencia militar y proyectar una imagen de resistencia frente al cerco occidental. India -por su parte, juega a la ambigüedad- y mantiene relaciones con Estados Unidos, pero sabe que su futuro económico y geopolítico pasa por convertirse en la tercera gran pata de un bloque euroasiático que concentra población, recursos y capacidad industrial.

 

Occidente asiste a este movimiento con una mezcla de incredulidad y arrogancia. Bruselas sigue enredada en debates internos, atada a dogmas verdes que destruyen competitividad y confiada en la protección militar de los EE.UU. Washington -en plena crisis de liderazgo social, económico y politico- no logra contener la erosión de su influencia ni en Asia ni en África. Mientras tanto, Moscú, Pekín y Nueva Delhi trazan su propio tablero, al margen de las reglas fijadas en Bretton Woods o en la OTAN. El mensaje es claro: ya no aceptan que la agenda mundial se dicte desde Washington, Berlín o Bruselas.

 

Lo peligroso es que este bloque no se limita a desafiar en lo económico o lo diplomático, sino que plantea una narrativa alternativa: la de un mundo multipolar en el que Occidente ya no es el centro, sino un actor más, con menos peso y menos legitimidad. Es un golpe directo al corazón del proyecto europeo y a la pretendida superioridad moral estadounidense. Y es aquí donde radica el verdadero terremoto: en la batalla de los relatos, China, Rusia e India ya han empezado a ganar terreno.

 

La ingenuidad occidental ha sido pensar que el tiempo jugaba a su favor, que las sanciones hundirían a Moscú, que la deslocalización mantendría a Pekín como simple proveedor y que India quedaría atrapada en su propia fragmentación. La realidad es la contraria: Moscú resiste, Pekín lidera y Nueva Delhi avanza. Tres movimientos estratégicos que, juntos, dibujan un futuro donde la supremacía occidental se resquebraja.

 

La historia ya dejó escritas sus advertencias: Napoleón nos alertó que “dejaramos dormir a China, porque cuando despierte el mundo temblará”; Bismarck recordó que “Rusia nunca es tan fuerte como parece, ni tan débil como se cree”; y Churchill reconoció que “ la India es un gigante dormido y, que si alguna vez despierta unido, cambiará el curso de la historia”. Hoy, esas tres profecías laten al unísono: China ya no duerme, Rusia nunca se resigna y la India empieza a reclamar el papel que la demografía y la tecnología le otorgan. Occidente debería tomar buena nota, porque lo que antes eran meras advertencias, ahora son graves realidades que marcan el rumbo del nuevo orden mundial.

 

Linkedin: Pedro Manuel Hernández López

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