The Velvet Underground & Nico. Demasiado ruidosos, demasiado sinceros
En 1967, mientras el mundo abrazaba flores, melenas largas y sueños de amor, en un rincón sombrío de Nueva York nacía The Velvet Underground & Nico. No prometían paz ni viajes psicodélicos amables; hablaban de heroína, prostitución, dolor, oscuridad. En una época en la que todo el mundo parecía sonreír, ellos mostraban la cara destemplada del sueño americano.
Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison y Moe Tucker se movían en la escena underground del Lower East Side, actuando en happenings improvisados y musicalizando en vivo películas experimentales. Andy Warhol los descubrió. Buscaba un grupo para su proyecto multimedia Exploding Plastic Inevitable, una orgía de luces, proyecciones y danza experimental que estaba a años luz de cualquier concierto de rock tradicional. No solo los apadrinó, también les impuso, casi como un capricho de mecenas renacentista, una nueva integrante: Nico. Alta, gélida, enigmática, bellísima, Nico no era sólo una modelo que había trabajado con Fellini o conocido a Dylan; era la encarnación misma de la distancia emocional que The Velvet Underground quería transmitir.
Grabado en apenas unos días en The Factory -el taller creativo de Warhol-, The Velvet Underground & Nico estuvo a punto de no ver la luz. Nadie sabía cómo venderlo. El sello Verve, especializado en jazz, fue quien finalmente se atrevió, más por compromiso que por convicción.
El álbum apareció con una de las portadas más icónicas de la historia de la música: un simple plátano amarillo sobre fondo blanco, obra de Warhol. No era un plátano cualquiera. En las primeras ediciones, el plátano venía con una pegatina: debajo, al despegarla, se revelaba una imagen de la fruta en tonos rosados, mucho más provocadora. El gesto de "pelar el plátano" no era inocente; era una declaración de principios: sugerente, transgresor. Representaba todo lo que el disco contenía dentro: una invitación a mirar lo que otros preferían tapar. Incluso la producción del vinilo fue una odisea: hubo que fabricar una máquina especial para crear esa cubierta interactiva, lo que retrasó meses su publicación.
Cuando por fin salió, el 12 de marzo de 1967, apenas alcanzó el puesto 171 en las listas. Las radios lo ignoraron; las revistas especializadas no sabían cómo abordarlo. Era demasiado sucio, demasiado real, demasiado incómodo. Mientras discos como el Sgt. Pepper’s de los Beatles pintaban un mundo psicodélico de colorines, Lou Reed susurraba con voz cortante sobre yonquis buscando su dosis en Harlem o sobre relaciones marcadas por la dominación y la sumisión.
El disco era, y sigue siendo, un collage imposible: del pop melancólico de "Sunday Morning" a la crudeza desgarradora de "Heroin"; del retrato cruel de una estrella fugaz en "Femme Fatale" a la angustia contenida de "All Tomorrow’s Parties"; del rock garajero de "There She Goes Again" al caos absoluto de "European Son". Reed escribía letras como nadie se atrevía a hacerlo entonces: directas, líricas, brutales. John Cale aportaba ese zumbido experimental, un eco del lado más oscuro de la ciudad. Y Nico, con su voz grave y desapegada, dotaba a las canciones de una belleza distante.
Apenas un año después, Lou Reed despidió a Andy Warhol como manager. Nico fue la siguiente en irse. No quedó muy claro si se marchó o la invitaron a marcharse, pero según la propia Nico, Reed se encargó personalmente de apartarla. Tal vez la magia solo podía durar un instante.
La Velvet Underground siguió por senderos cada vez más extremos. En 1968 publicaron White Light/White Heat, un álbum todavía más ruidoso y experimental. Poco después, John Cale -el arquitecto de ese caos- también abandonó, dejando a Reed como el capitán absoluto. Sin Cale, The Velvet Underground (1969) mostró un sonido más íntimo, casi susurrante, y Loaded (1970) trató de conquistar el gran público con canciones como "Sweet Jane" o "Rock & Roll", pero ya era tarde.
Lou Reed se marchó en 1970 para iniciar una carrera solista que lo consolidó como uno de los grandes cronistas urbanos del rock. John Cale siguió explorando y colaboró con artistas como Brian Eno. Sterling Morrison dejó la música para convertirse en profesor universitario. Moe Tucker, la baterista que rompió moldes con su estilo, siguió tocando de manera esporádica. Y Nico, la musa melancólica, inició una carrera solista marcada por la oscuridad y la adicción.
En 1967, el año del Verano del Amor, mientras la cultura popular predicaba la expansión de la mente a base de LSD y comunas hippies, ellos narraban una ciudad herida, solitaria, peligrosa, abordando temas que, cincuenta y tantos años después, siguen sonando igual de incómodos y poderosos.
Lo que entonces fue un fracaso comercial rotundo acabó convirtiéndose en una piedra angular del rock. Brian Eno lo resumió mejor que nadie: “El primer álbum de Velvet Underground vendió solo 30.000 copias en su momento, pero todos los que lo compraron formaron una banda”. La influencia de The Velvet Underground & Nico se filtra en el punk, el indie, el rock alternativo, el art rock y prácticamente cualquier música que no se conforme con complacer.
En la basura pueden nacer flores, pero seguramente no sirven para el sombrero, ni para poner en el pelo, como exigía aquella canción de Scott McKenzie, si querías ir a San Francisco, capital del mundo hippie.
Linkedin: Rafael García-Purriños