Deacon Blue: la dignidad del trabajo y la fuerza de un sueño
A mediados de los años ochenta, Glasgow era una ciudad que todavía llevaba las cicatrices de la reconversión industrial. La lluvia, el acero y el humo eran parte del paisaje cotidiano. Las máquinas paraban, los empleos escaseaban. Allí, un joven profesor llamado Ricky Ross escribía canciones que hablaban de sus calles y de quienes las caminaban. Canciones que mezclaban melancolía y ternura, que miraban de frente a la vida, con esa mezcla de orgullo y tristeza tan escocesa. Así, en 1985, nació Deacon Blue, una banda que debía su nombre a “Deacon Blues”, una canción del dúo Steely Dan.
“Dignity” fue una de las primeras canciones que Ross escribió para el grupo. De hecho, la demo de esta canción les valió su primer contrato. Habla de un hombre que trabaja recogiendo basura, y que sueña con comprarse un pequeño barco y llamarlo Dignity. Un hombre que, con el dinero que va ahorrando, imagina navegar por la costa oeste de Escocia, lejos de las calles grises, libre por fin. Un sueño sencillo, doméstico, pero lleno de belleza. Porque en el fondo, todos aspiramos a eso: a encontrar un rincón donde sentirnos dignos, donde la vida tenga un sentido propio.
En una entrevista, Ricky Ross contaba que había conocido a personas como ese hombre. Trabajadores anónimos, de manos curtidas y sonrisa discreta, que no tenían grandes ambiciones más allá de poder mirar al mar sin sentir que la vida se les había escapado. Esa humanidad y esa empatía están en el corazón de Dignity, y también en toda la obra de Deacon Blue. Esta canción, en especial, según cuenta su compositor, en una época de desempleo masivo, hablaba sobre lo que el empleo aporta a la gente: la dignidad del trabajo.
El debut del grupo, Raintown (1987), fue una carta de amor -y también de reproche- a su ciudad. “Raintown” es el apodo de Glasgow, la ciudad de la lluvia, y ese clima impregna todo el disco, desde su portada. Pero incluso entre la niebla, brilla la esperanza. Dignity se convirtió en el alma del álbum, y con el tiempo, en un himno. No de estadios, sino de corazones. Una melodía limpia, sostenida por el piano de James Prime, la voz cálida de Ross y, sobre todo, el contrapunto mágico de Lorraine McIntosh.
El éxito de Deacon Blue fue tan inesperado como merecido. Con su segundo álbum, When the World Knows Your Name (1989), alcanzaron el número uno en Reino Unido. Real Gone Kid se convirtió en un éxito rotundo, pero la banda nunca perdió su humildad, ni ese sentido de honestidad.
Su historia tuvo pausas y pérdidas. En 1994 se disolvieron temporalmente, agotados por el ritmo y los cambios de la industria. Volvieron a reunirse en 1999, como quien vuelve a casa después de un largo viaje, y siguieron grabando y actuando. La muerte del guitarrista Graeme Kelling en 2004, y más recientemente la del teclista James Prime, dejaron un vacío doloroso. Pero Deacon Blue siguió adelante, fieles a la idea que los vio nacer: que la música es un acto de esperanza.
En Escocia, Dignity se canta en bodas, en funerales, los aficionados del Dundee United la cantan en el estadio, la gente la tararea sin pensar en quién la escribió. No habla de una persona concreta, sino de todas. Es una canción sobre el respeto propio, sobre el valor de los sueños pequeños, sobre la certeza de que la dignidad no depende del dinero, sino de la mirada con la que uno enfrenta la vida. Es una canción que une. Una oración laica que celebra la nobleza de lo sencillo, la fuerza callada de los que madrugan, la belleza que se esconde en lo pequeño.
En uno de los versos, el protagonista imagina que todos seguirán con sus rutinas mientras él navega: “I’ll be on my holidays, they’ll be doing their rounds”. No hay resentimiento, ni envidia, solo serenidad. La libertad no como huida, sino como recompensa interior. La dignidad de todo trabajo, por duro y humilde que sea.
Quizá por eso Dignity emociona. Porque todos hemos sentido alguna vez la necesidad de construir un barco imaginario y dejar que el viento nos lleve lejos del ruido. Deacon Blue supo darle música a ese impulso y convertirlo en algo universal. En tiempos en que el éxito parece medirse solo en cifras, nos recuerdan que la verdadera grandeza está en otra parte: en la capacidad de soñar, de creer en algo, de mirar al horizonte y seguir adelante, aunque la lluvia no pare nunca. Porque la música de Deacon Blue, como la vida, va de eso: de resistir con esperanza. De buscar, entre tanto gris, destellos de azul.
Dignity sigue siendo un faro para quienes creen que soñar, aun en mitad de la tormenta, es una forma de resistencia. Porque, como las mejores canciones, no pertenece solo a quien la escribió, sino a quien la necesita.
Y cuando suenan las voces de Rick y de Lorraine, cuando la melodía se eleva como una promesa, parece que todo vuelve a tener sentido: que aún hay tiempo, que siempre es posible, que todavía podemos construir ese pequeño barco y llamarlo, con orgullo, Dignity.
Linkedin: Rafael García-Purriños