David Bowie: vender tu futuro para recuperarlo
David Bowie no solo fue un genio de la música y un camaleón artístico, sino también un estratega brillante e imaginativo cuando se trató de proteger su bien más preciado: su obra.
Como muchos otros artistas, bien por no ser consciente de las consecuencias, bien por no tener otro remedio, firmó contratos que a la larga jugaron en su contra. Así, a pesar de ser el genio detrás de clásicos como 'Space Oddity', 'Starman', 'Heroes' o 'Life on Mars?', gran parte del poder sobre sus canciones quedó en manos de terceros.
Pero Bowie no estaba dispuesto a rendirse. En un movimiento tan audaz, imaginativo e inteligente como sus cambios de estilo, a finales de los años 90 decidió financiar sus nuevos discos —'Earthling' y 'Hours'— vendiendo participaciones en las ganancias futuras.
En sentido figurado, les dijo a los fans (y a posibles inversores): "Si queréis apostar por mi música, podéis hacerlo, y juntos ganaremos". Para él, no solo era una forma de conseguir dinero rápido para producir y lanzar su música sin depender del todopoderoso sello, sino también una estrategia para recuperar el control sobre sus canciones.
Además, Bowie no solo apostó por discos nuevos. En su intento por tener el control, regrabó algunas de sus canciones clásicas. Por ejemplo, versiones nuevas y más limpias de 'Space Oddity' y 'Changes' sirvieron para tener material bajo su control directo, una táctica que años después utilizan artistas como Taylor Swift. Una forma de decir: "Ésta es mi música, se hace a mi manera, y en mi talento mando yo".
¿Funcionó esta apuesta? Sí, aunque con sus altibajos. Los álbumes 'Earthling' y 'Hours' tuvieron un éxito moderado, y las participaciones generaron ganancias reales que Bowie y sus financiadores compartieron.
No fue un pelotazo, pero sí un modelo que permitió que su música siguiera siendo suya, y que sus inversores pudieran confiar en un proyecto musical con base sólida. Un win-win donde todos ganaron, pero sobre todo ganó Bowie, recuperando algo que para él era sagrado.
Hoy, en una industria musical que ha cambiado por completo —donde las ventas de discos físicos son casi un recuerdo (o un lujo para minorías en el mercado de reediciones en vinilo) y el streaming domina— la estrategia de Bowie podría parecer anticuada si solo se piensa en el mercado discográfico.
Pero la esencia sigue vigente: financiarse y recuperar derechos de forma creativa, abriendo nuevas vías. Ahora, los artistas no solo venden participaciones en álbumes, sino en giras, merchandising, licencias para películas o incluso experiencias exclusivas para fans.
Acciones como que un fan pueda apostar por la gira de su banda favorita, y cobrar un porcentaje de lo que esa gira recaude. O que pueda comprar un NFT (activo digital conocido como token no fungible), que le dé acceso a contenido exclusivo y parte de los ingresos futuros (por ejemplo, un NFT que da acceso exclusivo a una canción inédita o incluso entradas especiales para conciertos, y el comprador tendría un certificado digital que demuestra que es dueño de esa pieza única).
Bowie abrió el camino con su intuición de negocio, su inteligencia y su amor por la música. David Bowie, en esto, como en su música y su imagen, era más de ser pionero y marcar modas que de apuntarse y seguirlas.
Lo que hace esta historia muy especial es la confianza que Bowie depositó en sus seguidores al ofrecerles ser parte de un futuro incierto. No se trataba solo de dinero, sino de un acto de fe mutua, donde Bowie creía en su arte y en el apoyo de su comunidad. Esa conexión auténtica con sus fans es parte esencial de su legado, y quienes formaron parte de esas participaciones pueden sentirse orgullosos de haber acompañado a un artista que no temía arriesgarlo todo por su obra.
Porque Bowie no solo brillaba en el escenario o en los negocios; también fue una persona de gran humanidad. De forma discreta, ayudó a la pareja y al hijo de su amigo, el malogrado Marc Bolan, demostrando su lealtad y generosidad. Renunció a su título británico, reafirmando su espíritu libre e independiente porque, decía, su música no era para lograr premios, pero sin hacer de ello una bandera o un escándalo. Estas acciones, junto a muchas otras causas que apoyó a lo largo de su vida, muestran un lado personal y comprometido que honra su memoria tanto como su música.
Incluso su nombre ha servido para bautizar a un ejemplar de araña que solo se encuentra en una isla de Malasia y que por consenso científico se llama Heteropoda davidbowie.
Es inspirador saber que detrás de ese puñado de magníficas canciones hubo un luchador que no dejó que otros se quedaran con lo que él creó. Su historia nos enseña que la música no solo se disfruta, sino que también se defiende, con inteligencia y pasión.
David Bowie fue mucho más que un artista revolucionario: fue un mago que vendió su música para recuperar su alma, y nos mostró que, a veces, la música puede ser algo personal y, también, negocios.
No es siempre algo en lo que hay que elegir, don Vito.
Linkedin: Rafael García-Purriños