Liderar sin ignorar
"Pilotar una empresa sin mirar lo que pasa alrededor es como volar un avión sin ventanillas. Y no ver la tormenta no la detiene".
Liderar sin observar lo que ocurre a nuestro alrededor es una forma muy sofisticada de ir directos al error sin darnos cuenta. El exceso de confianza, disfrazado de foco o agilidad, ha reemplazado en muchos casos a la escucha atenta, a la reflexión pausada y a la revisión crítica de lo que verdaderamente importa.
Aunque nunca tuvimos tantos datos a nuestra disposición, pocas veces ha habido tanta ceguera selectiva. Vivimos inmersos en un entorno saturado de estímulos, informes y métricas que, lejos de aclarar, muchas veces confunden, no por falta de información, sino por la incapacidad de filtrar y discernir qué merece nuestra atención. Esta “infoxicación”, como la definió Alfons Cornella, impide que los líderes distingan lo urgente de lo importante, y lo relevante de lo accesorio.
Los entornos empresariales actuales se parecen menos a autopistas rectas y más a laberintos en permanente movimiento. La complejidad del contexto exige una nueva forma de ver: no basta con tener visión estratégica, hace falta visión periférica. Detectar señales débiles antes de que se conviertan en crisis, interpretar los silencios antes que las palabras, leer los gestos antes que los datos.
Y aquí se plantea una verdad incómoda: la información, por sí sola, no es poder. Es poder potencial. Lo que marca la diferencia es la capacidad de interpretarla, de tomar decisiones valientes y coherentes a partir de ella. El verdadero riesgo no está en no saber, sino en ignorar lo que ya se sabe. Y en las organizaciones, esta ignorancia no siempre es involuntaria, a veces es una estrategia disfrazada de eficiencia.
Decidir en entornos inciertos no consiste en esperar a que todo se aclare. Consiste en avanzar con convicción, guiados por valores, principios y un propósito claro. Se requiere una brújula que no dependa de la moda ni de la presión del trimestre. Una brújula ética, estratégica, profundamente conectada con lo que somos como organización.
Algunos ejemplos de crisis reputacionales globales han demostrado que ignorar las señales de advertencia, las voces internas o los cambios sociales, tiene consecuencias mucho más costosas que anticiparse con honestidad. Y aunque los errores se pueden perdonar, la incoherencia sostenida no. La confianza, cuando se rompe, tarda años en reconstruirse.
En este sentido, desaprender se convierte en una competencia crítica. Soltar viejas creencias, procesos o formas de liderar que ya no funcionan no es solo una cuestión de eficiencia, es una cuestión de supervivencia. Las empresas que fomentan culturas abiertas al cuestionamiento y al cambio, son más ágiles, más resilientes y más atractivas para el talento. No se trata de renegar del pasado, sino de no convertirlo en una carga.
Por eso, el liderazgo actual no puede depender solo de la experiencia acumulada. Necesita incorporar apertura, humildad y coraje. Apertura para escuchar puntos de vista diversos. Humildad para aceptar que no se tiene siempre la razón. Y coraje para actuar cuando la comodidad sugiere mirar para otro lado.
La capacidad de ver lo que otros no ven —o no quieren ver— se entrena. No es innata, pero sí indispensable. Y su impacto en la cultura organizativa es profundo. Cuando una empresa decide no ignorar, se nota. Se nota en la calidad de las conversaciones, en la rapidez para detectar oportunidades o corregir errores, en la confianza que se respira en los equipos. La transparencia se convierte en una fortaleza, y la confianza, en una ventaja competitiva.
En cambio, cuando la organización normaliza la evasión, todo se contamina. El silencio reemplaza a la crítica constructiva. La rutina a la innovación. Y lo que hoy parece una decisión pragmática, mañana se convierte en un síntoma estructural.
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No se trata de vivir en estado de alerta constante, sino de incorporar un hábito de vigilancia estratégica. De mirar no solo lo que confirma, sino también lo que incomoda. De revisar con honestidad las grietas, antes de que se transformen en fisuras. Y de entender que ignorar no es pasividad, es una elección. Una elección con consecuencias.
La comodidad de mirar hacia otro lado puede ser seductora, pero su precio es alto. En talento, en reputación, en competitividad. Las organizaciones no caen por un gran error, sino por la acumulación de pequeñas señales ignoradas. Lo que no se atiende, se agrava. Lo que no se escucha, se va.
Por eso, el liderazgo más valioso no es el que tiene todas las respuestas, sino el que se hace las preguntas correctas. El que se atreve a mirar de frente, el que escucha incluso cuando la verdad incomoda y el que decide actuar, no porque sea fácil, sino porque es necesario.
No ignorar ya no es una opción. Es un acto de responsabilidad. Es una estrategia de futuro. Y es, sobre todo, una forma de respeto hacia las personas, hacia la empresa y hacia uno mismo.
Linkedin: Lucio Fernández



