
Las víctimas mortales de la dana de 2024 en Valencia recibieron toda la atención mediática tal y como merecían, pero casi un año después, cabe también centrarse en asuntos no poco importantes como los daños económicos y sociales, que fueron demoledores.
Con la intención de profundizar en ellos y conocerlos mejor, Iván Kataryniuk, subdirector de análisis de la economía española del Banco de España y Alejandro Fernández Cerezo, del departamento de política monetaria, han publicado casi un año después un estudio que arroja luz sobre el asunto.
En él hablan en primer lugar de un impacto económico inmediato sobre el patrimonio de los afectados. De un lado, la disrupción de la actividad económica que supuso la paralización de sectores como el comercio, el transporte, el turismo o la construcción en las semanas posteriores a la dana provocó una caída transitoria del PIB.
El acceso de los trabajadores a sus centros de trabajo se vio dificultado por las restricciones a la movilidad, interrumpiendo la producción de numerosas empresas. Además, las dificultades de acceso a los servicios bancarios y a los medios de pago (incluyendo el deterioro de billetes) obstaculizaron la actividad.
Los daños en carreteras y líneas férreas provocaron interrupciones en el transporte de mercancías. Por ejemplo, el desvío de la circulación por el cierre de autovías supuso retrasos de suministros y mayores costes de producción.
Los daños en las infraestructuras y establecimientos turísticos y en las playas redujeron las reservas de hoteles y restaurantes en la zona.
Por otro lado, el informe señala también como relevante la destrucción del stock de capital y riqueza: las inundaciones dañaron o destruyeron todo tipo de activos físicos en las zonas afectadas, golpeando la riqueza de las familias (como viviendas y vehículos), las empresas (locales comerciales, fábricas, camiones, maquinaria) y las infraestructuras públicas (redes de transporte, centros educativos o administrativos).
El PIB no recoge esta pérdida de capital y patrimonio, según los analistas, de hecho, la caída en el stock de riqueza es mucho mayor que el impacto de la dana reflejado en el PIB, de apenas unas décimas. Aun así, algunas estimaciones sitúan en más de 17.000 millones de euros la pérdida de riqueza para la provincia de Valencia, lo que supone más del 20% de su PIB en 2023.
Una pérdida escandalosamente preocupante y que a corto plazo supone un mayor gasto para la reposición de bienes duraderos dañados, pues tras los desastres naturales aumentó el gasto de empresas y familias para reparar o sustituir bienes dañados, lo que en cierto modo impulsa algunos negocios.
Los damnificados por la dana han tenido que reparar y reconstruir domicilios y establecimientos, impulsando la demanda de la construcción y los servicios profesionales. Asimismo, el reemplazo de electrodomésticos, muebles o automóviles incrementó el gasto privado, revitalizando la economía local.
También a corto plazo el esfuerzo privado está respaldado por medidas públicas de apoyo. Se han movilizado recursos extraordinarios que incluyen ayudas directas, indemnizaciones del Consorcio de Compensación de Seguros, avales públicos para empresas y moratorias en préstamos. Estas medidas suponen transferencias fiscales importantes. De hecho, la evidencia de situaciones parecidas, según los analistas, señala que estas transferencias son esenciales para la recuperación económica tras una catástrofe.
Finalmente, a medio y largo plazo, la pérdida de capacidad productiva y riqueza está limitando la actividad de la provincia. El daño a los activos de las empresas y familias puede afectar negativamente a su solidez financiera e, incluso, llevar al cierre de negocios.
Estas pérdidas también suponen más dificultades para acceder a financiación externa y el resultado es una menor capacidad, no solo productiva, sino de gasto y de consumo. Todos estos factores pueden tener un impacto negativo duradero sobre el PIB.
Sin embargo, los analistas del Banco de España arrojan algo de esperanza, pues afirman que a más largo plazo aún, las inundaciones podrían tener un impacto positivo sobre la productividad, cuando las empresas supervivientes reemplazan el capital viejo por uno más moderno y productivo. Por ejemplo, una fábrica podría sustituir sus líneas de producción deterioradas por nuevos robots automatizados e incorporar la inteligencia artificial para optimizar la producción.



