Viernes, 31 de Octubre de 2025
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OPINIÓNHarvest: Neil Young y su bendita lesión de espalda
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Rafael García-Purriños

Harvest: Neil Young y su bendita lesión de espalda

 

A comienzos de los años setenta del siglo pasado, mientras muchos artistas buscaban refugio en la nostalgia o el virtuosismo, un canadiense delgado y taciturno, con voz quebrada y aspecto desaliñado, encontraba en el dolor físico y la fragilidad su mejor fuente de inspiración.

 

Una lesión de espalda le obligó a dejar de tocar la guitarra eléctrica y recluirse en su rancho de California. Este dolor transformaría su manera de tocar, de escribir y de mirar el mundo. Derivó en el sonido acústico, íntimo, rural, que acabaría definiendo esa obra maestra titulada Harvest, su obra más luminosa y melancólica. Sin duda uno de los mejores discos de la historia del rock.

 

Convaleciente, Neil encontró refugio en Nashville, donde reunió a los Stray Gators, una banda de músicos curtidos en el country-rock. En ese entorno, lejos de la electricidad de Crazy Horse, el canadiense halló una calidez nueva. Las canciones comenzaron a brotar con sencillez, con la pureza de quien toca para sí mismo, sin pensar en las listas ni en los críticos. Y esa autenticidad, paradójicamente, fue el camino hacia el éxito masivo.

 

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De aquellas sesiones surgieron clásicos inmortales: 'Heart of Gold', 'Harvest', 'Old Man', 'Out of the Weekend', 'Harvest', 'Alabama', 'Are You Ready for the Country?', 'The Needle and the Damage Done'. Cada una suena como una confesión dicha al oído, llena de ternura, desencanto y lucidez.

 

'Heart of Gold' nació casi por accidente. Durante su convalecencia, incapaz de soportar el peso de una guitarra eléctrica, Young se sentaba a tocar una acústica y una armónica, buscando alivio en la simpleza de los acordes. De ese gesto surgió su primer y único número uno en Estados Unidos, una canción que habla del deseo de encontrar algo puro en medio del desencanto.

 

El álbum suena a madera, a polvo y a cielo abierto. Jack Nitzsche, viejo colaborador de Young y discípulo del 'Wall of Sound' de Phil Spector, aportó los arreglos orquestales que envuelven el disco con delicadeza cinematográfica. Entre violines, banjos, pianos y pedal steels, la voz frágil de Young parece quebrarse a cada palabra, como si temiera que las canciones se le escaparan de las manos.

 

La portada, sobria y elegante, refleja esa misma sencillez. Un fondo beige, el título escrito en cursiva negra y naranja, sin artificios ni fotos. Era casi una declaración de principios: la música no necesitaba adornos, bastaba con la verdad que contenía.

 

En Harvest también resuena la presencia de sus amigos y cómplices: James Taylor, Linda Ronstadt, David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash, quienes aportaron coros que suenan como un eco lejano, una comunidad de enormes talentos que creía en el poder de las canciones. En ese equilibrio entre la soledad del cantautor y la calidez del grupo de amigos está gran parte de la magia del disco.

 

Pero más allá del éxito y la belleza, Harvest encierra una tensión interior. Young nunca se sintió cómodo con la fama, y su mirada crítica hacia Estados Unidos se hace evidente en canciones como 'Alabama' o en la desnudez de 'The Needle and the Damage Done', grabada en directo en UCLA. En ella, solo con su guitarra acústica, rinde homenaje a su amigo Danny Whitten, guitarrista de Crazy Horse, devorado por la heroína. Cada nota es un lamento, un grito ahogado ante una generación que se desangraba lentamente. 'I sing the song because I love the man', dice, y su voz parece quebrarse bajo el peso de la pérdida.

 

El éxito le asustó tanto que, durante años, se dedicó a huir de él. 'Fue como estar en medio de una autopista con un camión viniendo hacia ti', dijo. Y así, fiel a su naturaleza impredecible, decidió girar en la dirección opuesta, alejándose de esa suavidad que le había hecho popular para adentrarse en terrenos más oscuros y desafiantes.

 

Dos décadas más tarde regresaría a ese territorio con Harvest Moon (1992), una especie de secuela espiritual, con los Stray Gators y el grupo de amigos de nuevo. Allí estaba otra vez la calidez acústica, pero con una serenidad distinta: las cicatrices seguían ahí, pero ya no dolía tanto.

 

Entre medias, Neil Young siguió escribiendo capítulos esenciales del rock, desde la tormenta eléctrica de Rust Never Sleeps hasta la ternura otoñal de Comes a Time. Pero Harvest quedó como el punto de equilibrio perfecto entre el ruido y el silencio, entre la herida y la curación. Más allá del country, del folk o del rock, lo que suena en Harvest es el temblor de alguien que canta no porque quiera ser escuchado, sino porque necesita hacerlo.  Quiero vivir, quiero dar ('I wanna live, I wanna give') comienza esa obra de arte titulada 'Heart of Gold'.

 

'Harvest' sigue brillando, como un pequeño milagro nacido de un dolor de espalda. Si Neil Young no se hubiera lesionado aquel día moviendo madera en su rancho, quizás el rock se habría quedado sin uno de sus discos más cálidos, más sinceros, más humanos.

 

Como se suele decir, 'lo que pasa, conviene'. Así que, bendito dolor de espalda.

 

Linkedin: Rafael García-Purriños

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