Un trilero en la Comisión del Senado
Pedro Sánchez compareció este jueves ante la Comisión del Senado que investiga la trama de corrupción que salpica a su e exntorno más cercano. Lo hizo —una vez más con ese tono entre chulesco y de buenismo franciscano-- que ya ha convertido en su marca oficial. Y, fiel a su estilo, en lugar de responder, acusó; en lugar de aclarar, confundió; y en lugar de dar explicaciones, se dedicó a repartir estopa. Calificó la comisión de “difamación", de "circo" y de "aquelarre”, tres palabras que definen mejor su propio comportamiento político que el trabajo de los senadores de la Comisión y que --por mandato constitucional-- intentan arrojar luz sobre una presunta corrupta red de favores y contratos bajo su gobierno.
Su intervención fue un ejemplo del perfecto manual de 'cinismo político'. El presidente compareció con la impostada serenidad del que se sabe protegido por una mayoría comprada a golpe de cesiones y chantajes. Cada vez que abría la boca, convertía la rendición de cuentas en una representación teatral. Se victimizó como si fuera una pobre víctima de una conspiración, olvidando que el único motivo de su presencia en el Senado es la sombra de corrupción que se cierne sobre su propio entorno: su esposa investigada por tráfico de influencias, su hermano bajo sospecha por contratos públicos, y varios amigos personales en el foco judicial, e incluso, uno encarcelado.
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Pero Sánchez prefirió eludir la sustancia y centrarse en el relato. Esa palabra mágica —el “relato”— con la que su maquinaria de propaganda intenta convertir cada escándalo en una epopeya de persecución. No contestó a las preguntas más básicas, no aportó un solo dato verificable y, por supuesto, no asumió ni una pizca de responsabilidad política. Su estrategia fue la de siempre: acusar al adversario de lo mismo que le reprochan a él. Así, los que investigan son “difamadores”, los que piden transparencia son “sectarios”, y los que exigen explicaciones son “inquisidores”. El perfecto manual del trilero político: señalar con una mano mientras esconde la otra debajo de la mesa ocultando el cubilete.
Llamar “circo” a una comisión parlamentaria revela, además, un profundo desprecio por las instituciones democráticas. Y lo dice alguien que ha degradado el Parlamento a plató de propaganda, que ha gobernado a base de decretazoss y que ha convertido el Consejo de Ministros en un gabinete de activistas subvencionados. El mismo que habla de “aquelarre” mientras pacta con quienes quemaban banderas y atentaban contra las "casas- cuartel" de la Guardia Civil. El sarcasmo alcanza niveles de tragedia cuando quien dirige el país confunde el control parlamentario con un ataque personal.
Su actuación de ayer fue la del actor principal que ya no distingue entre el personaje y la realidad. Sonrisa forzada, frases ensayadas, y esa mirada calculada y reforzada por unas gafas "vintage" con las que pretendió dominar la escena. Pero detrás del gesto había miedo. Miedo a que la verdad termine por imponerse, miedo a que las piezas del puzzle encajen y dejen al descubierto el verdadero retrato de su poder: una red clientelar que huele a favoritismo, a contratos amañados , a tráfico de influencias y corruptelas.
El cinismo de Sánchez no es nuevo, pero su descaro ya alcanza cotas inéditas. Habla de “difamación”... quien lleva años difamando a jueces, periodistas y opositores. Habla de “circo”... quien se rodea de ministros que confunden la tribuna con un plató de televisión. Y habla de “aquelarre” ... quien gobierna en coalición con los herederos políticos de quienes sembraron la muerte , el odio y la división en España. Cada palabra suya fue una bofetada a la normai inteligencia de los ciudadanos que aún creen en la decencia y en la nobleza de la política.
Lo peor, sin embargo, no es lo que dijo, sino lo que dejó de decir. Ni una sola explicación sobre los contratos adjudicados a empresas vinculadas con su entorno familiar. Ni una palabra sobre las investigaciones abiertas en varios juzgados. Ni un gesto de respeto hacia los ciudadanos que merecen saber la verdad. Todo lo que ofreció fue un nuevo ejercicio de escapismo, un número más de su repertorio de ilusionista del poder.
Pedro Sánchez se ha convertido en el "Houdini" de la política española: escapa de cada escándalo con un discurso de victimismo, un tuit de propaganda y una rueda de prensa cuidadosamente coreografiada. Pero como todo trilero, vive del engaño. Y los trileros, tarde o temprano, acaban pillados con las manos bajo el cubilete.
Ayer no compareció un presidente digno ante una institución democrática. Compareció un profesional del engaño, un actor de sí mismo, un hombre dispuesto a negar la evidencia con tal de mantener su sillón. Llamar “circo” a quienes le piden cuentas es su manera de decirnos que ya no reconoce límites. Que el poder lo es todo. Que las instituciones son un decorado en el teatro del absurdo y los ciudadanos el público llano.
Pero el público, señor Sánchez, a veces se levanta y deja de aplaudir. Y cuando eso ocurre, el espectáculo se acaba y hay que bajar el telón
Linkedin: Pedro Manuel Hernández López



