Sánchez pone a España de rodillas ante México
Pedro Sánchez ha vuelto a convertir la historia en su escenario favorito: el de la hipocresía. Esta vez no ha hecho falta volar a México ni postrarse ante un presidente extranjero. Le bastó con un atril, unas cámaras y el Instituto Cervantes de Madrid -como telón de fondo- para representar su nuevo número de redención. Allí, durante la inauguración de una exposición de arte indígena mexicano, el presidente pidió “perdón” por los supuestos abusos cometidos por España durante la conquista de América. Un gesto del todo innecesario, impostado y profundamente indigno.
Aunque la exposición no era un acto diplomático ni tampoco una ceremonia de Estado, sino una exposición cultural, Albares —su pequeño "Napoleuncho", el de mirada altiva y verbo hueco— corrió a secundar las palabras de su líder con la obediencia de quien teme perder el sillón antes que la dignidad. Albares, que presume de diplomático fino, repitió el guion servil de Sánchez: que España debe “asumir su pasado” y “reconocer los errores” cometidos durante la conquista. Lo dijo con esa solemnidad de burócrata que confunde la diplomacia con el servilismo y la política exterior con la pleitesía y el besamanos.
Pero Sánchez -siempre fiel a su megalómano ego- convirtió el evento en una tribuna política para humillarse y, con él a España, ante un relato ajeno, falso e inverosímil. Ni un solo segundo dedicó a reivindicar el legado civilizador de nuestro país, ni a recordar la gigantesca herencia religiosa, cultural, lingüística y científica que España dejó en América. No: lo suyo fue pedir perdón, ofrecer penitencia y alimentar la propaganda de la "leyenda negra" con el mántrico victimismo indigenista.
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Sánchez no pidió perdón por su mentira constante, por la ruina económica que ha dejado a millones de españoles en la cuerda floja, ni por haber fracturado el país con su política de enfrentamiento y cesión ante los separatistas. Tampoco por los abusos de poder, la manipulación institucional o el descrédito internacional de su Gobierno. No. Pidió perdón por algo que ocurrió hace quinientos años y en lo que él no tuvo ni arte ni parte. Esa es la talla moral del personaje: incapaz de asumir su culpa presente, pero ansioso por redimirse de culpas imaginarias del pasado.
El cinismo alcanza cotas delirantes cuando un presidente que jamás ha pedido disculpas a los españoles por mentirles en campaña —por decir que “nunca pactaría con Bildu” o que “respetaría la independencia judicial”— se arrodilla ante una ficción histórica diseñada por el populismo latinoamericano. Y lo hace para ganarse el aplauso fácil de la corrección política internacional, no por convicción ni por cultura. Porque si algo ha demostrado Sánchez es que la historia le importa menos que su imagen, y que la verdad solo le interesa si puede manipularla.
Su discurso fue un monumento al revisionismo. Presentó la conquista como una sucesión de abusos, sin una sola palabra sobre el proceso de integración, mestizaje y civilización que dio origen al mundo hispano. Olvidó que México, Perú, Colombia... existen tal como son gracias a España; que su idioma, sus universidades, su derecho y su religión nacieron de ese encuentro histórico. No hubo “colonización” —en el sentido inglés o francés—, sino una “fusión” descolonizadora que, pese a sus sombras, también les dio mucha luz.
Pero el presidente prefiere los dogmas del indigenismo más cicatero rencoroso. Es más cómodo pedir perdón por Hernán Cortés que rendir cuentas por Yolanda Díaz, por las mentiras de su ministro Torres o por el desastre sanitario que soporta España bajo la gestión de Mónica García. Es más fácil asumir culpas históricas que responsabilidades actuales. Lo suyo es pura impostura moral: un teatro de conciencia para consumo de su público progresista, que disfruta del látigo de la culpa mientras vive del presupuesto y de la mamandurria.
El Instituto Cervantes —creado para enseñar el español y difundir nuestra cultura— se convirtió en esta ocasión en el escenario de una ceremonia de autoflagelación. Sánchez no fue allí a ensalzar el idioma que une a más de quinientos millones de personas, sino a pedir perdón por quienes lo llevaron al otro lado del océano. Y lo hizo ante representantes del gobierno mexicano, cuya presidenta, Claudia Sheinbaum -heredera del victimismo de López Obrador- aplaude cada gesto que sirva para reforzar su relato anacrónico.
Sheinbaum y Sánchez son almas gemelas del populismo: ella reescribe la historia para ocultar sus fracasos presentes; él se arrodilla ante esa neohistoria para parecer moralmente superior. Ninguno busca la verdad; ambos se alimentan del teatro político. Ella culpa a los conquistadores de hace cinco siglos; él culpa a la España de Aznar, de Rajoy, de Feijóo e incluso de Franco de todo lo que ni puede ni sabe arreglar hoy.
La pregunta es sencilla: ¿qué gana España con todo esto? Nada. Lo pierde todo. Pierde dignidad, orgullo y credibilidad internacional. Un país que pide perdón por su historia es un país que ha renunciado a sí mismo. Nadie respeta a quien no se respeta. Y Sánchez, en su afán de quedar bien con todos, ha vuelto a quedar mal con lo esencial: con la verdad, con su pueblo y con su historia.
La conquista no necesita disculpas, sino estudio. Fue dura, sí, pero también fue el mayor encuentro cultural de la humanidad. Gracias a ella nació un continente mestizo, una religión, un idioma universal y una herencia común que nos une mucho más de lo que nos separa. De eso debería hablar un presidente español. Pero Sánchez no es un estadista: es un actor que usa la historia como su particular atrezzo.
Mientras pide perdón por Hernán Cortés, sigue sin pedirlo por sus propios desmanes y corruptelas. Y mientras agita las culpas del pasado, en el presente, sigue vendiendo la soberanía por siete míseros votos, degradando las instituciones y despreciando la memoria de una nación que, con sus errores, fue una, grande y libre. Quizás algún día, cuando España recupere la voz y el orgullo, alguien pida perdón —de verdad— por haber tenido un presidente así.
Linkedin: Pedro Manuel Hernández López



