Kurt Cobain, el ángel que dibujaba monstruos
A mediados de los años 80, en Aberdeen —un lugar húmedo y gris del estado de Washington— dos adolescentes, Kurt Cobain y Krist Novoselic comenzaron a coincidir entre discos, conciertos locales y casas donde siempre sonaba algo que la mayoría no entendía. Eran hijos de un sitio donde la gente parecía resignada a vivir, no a soñar. Pero ellos encontraron un resquicio: los Melvins, The Pixies, Black Flag, todo ese ruido que, para los demás, era desorden, y que para ellos era una forma de respirar.
Cobain, extremadamente tímido, pero con una determinación que solo se comprende conociendo su biografía, pasó meses intentando convencer a Novoselic para formar una banda. Krist dudaba, hasta que un día escuchó una maqueta grabada por Kurt: su voz quebrada, su guitarra, y esa mezcla de dolor y belleza que siempre le acompañó.
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Tras probar varios músicos, en 1990 apareció Dave Grohl, y todo encajó. Escogieron llamarse 'Nirvana': una palabra que habla de paz, de liberación del sufrimiento. Cobain la escogió buscando la paradoja. Porque mientras llenaba sus cuadernos de dibujos oscuros, grotescos, casi infantiles —monstruos, cuerpos fragmentados, caricaturas feroces— mientras trabajaba como conserje limpiando suelos para poder pagar los ensayos, su interior seguía siendo un huracán. Era un chico que dibujaba demonios para poder acallar a los suyos.
Su primer disco, Bleach (1989), editado por Sub Pop, era un álbum rabioso: guitarras afiladas, ritmos pesados, un sonido sucio lleno de furia y supervivencia. Pero en medio de la tormenta brillaba algo distinto: 'About a Girl'. Una canción limpia, melódica, casi pop, escrita después de que Kurt escuchara Meet the Beatles! entero. Él lo negaba con su habitual timidez, pero adoraba a los Beatles, especialmente a Lennon. 'About a Girl' fue la primera prueba de que Cobain no solo sabía gritar: sabía escribir melodías inmortales. Era el aviso de que, en su música, incluso en su crudeza, había algo único.
Finalmente estalló la bomba: Nevermind (1991). Con auténticos himnos como 'Smells Like Teen Spirit', 'Come as You Are', 'Drain You', 'Lithium', 'in Bloom', 'On a Plain'. La anécdota de 'Smells Like Teen Spirit' lo resume: Kathleen Hanna, de Bikini Kill, pintó en su pared 'Kurt smells like Teen Spirit' como una broma sobre una marca de desodorante. Kurt, que no conocía esa marca, creyó que era una consigna revolucionaria. Y, al final, lo fue. Un sonido que, entonces, era asombroso, diferente, casi marciano. Una extraña mezcla de ternura y fiereza. Un antes y un después en la historia del rock.
Kurt tituló el disco Nevermind porque, como explicó, la mayoría de la gente prefiere hacer como que no ve lo que le duele: decir 'no importa' antes que rebelarse, antes que coger un spray de pintura, formar una banda o enfrentarse al mundo. El título era una crítica a la apatía general. Y, sin embargo, fue el disco que hizo despertar a toda una generación.
En cuestión de meses, la banda pasó de tocar en garajes a llenar estadios. Kurt nunca lo asimiló. Él solo quería paz, y la fama era ruido multiplicado por mil. Un ruido que desató todos sus demonios.
Intentó exorcizarlos con In Utero (1993), un puñetazo directo. Un disco sin maquillaje, áspero, oscuro, contestatario. Con canciones como 'Heart-Shaped Box' o 'Rape Me'. Mientras tanto, su vida personal era un torbellino: Courtney Love, su hija Frances Bean, la presión mediática, las adicciones. Kurt era un hombre que intentaba sostenerse mientras casi todo le empujaba hacia abajo.
Y en medio de esa tormenta grabaron MTV Unplugged in New York (1994). Un concierto que hoy suena como una carta de despedida. Cobain versionó a Leadbelly, a Bowie, a los Vaselines, a los Meat Puppets, con una fragilidad que traspasaba la pantalla. Dave Grohl, acostumbrado a golpear con furia, tocó con escobillas para no romper la atmósfera. Fue un adiós en vivo y en directo.
El 5 de abril de 1994, Cobain decidió marcharse. En su nota incluyó la frase de Neil Young: 'It’s better to burn out than to fade away.' Mejor quemarse que apagarse lentamente. Una frase que había resonado en él desde que escuchó 'Hey Hey, My My (Into the Black)' siendo adolescente.
Neil Young quedó devastado. Había intentado contactar con Kurt semanas antes para ayudarle. No llegó a tiempo. Su reacción quedó plasmada inmediatamente en un disco profundamente marcado por la muerte de Cobain: Sleeps with Angels (1994). Un álbum que respira tristeza contenida. Al año siguiente, Neil grabaría Mirror Ball (1995) acompañado por el otro emblema del 'Grunge', Pearl Jam, dedicándole 'Peace and Love' y hablando de él (o con él) en 'Fallen Angel'. Fue la manera que tuvo de despedir a un espíritu que siempre sintió como afín.
Dave Grohl volcó su dolor construyendo canciones luminosas con Foo Fighters, Krist Novoselic siguió ligado a la música y a iniciativas sociales, siempre de manera discreta.
Y Nirvana quedó ahí: suspendido entre la furia y la ternura, entre la distorsión y la melodía. Fueron el refugio de los que no encajaban, la prueba de que incluso desde un pueblo olvidado se puede cambiar la historia del rock.
Kurt pensaba que era mejor quemarse que apagarse lentamente.
Pero su música —y su luz—nunca se apagaron.
Porque, y él lo sabía, claro que importaba.
Linkedin: Rafael García-Purriños



