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REPORTAJE

El 'trash streaming' o infligirse dolor y degradarse en directo para obtener ingresos

Los ‘creadores’ se someten a actos degradantes para conseguir seguidores y recompensas económicas

Núria Bigas Formatjé | UOC Sábado, 15 de Noviembre de 2025

 

Beberse su propia orina, volcarse un cubo de vómito en la cabeza o soportar golpes y humillaciones son escenas que circulan en las profundidades de algunas plataformas de streaming¿Pero el problema está en quién se expone o en quién observa? El francés Jean Pormanove o Simón Pérez son dos de los muchos ejemplos de personajes que han expuesto su humillación al público, animados por likes, visualizaciones y recompensas económicas.

 

El trash streaming se refiere a contenido transmitido en internet considerado de baja calidad, que explota lo bizarro, lo absurdo o lo polémico. "El creador de contenido o streamer se somete a actos degradantes, vejatorios y humillantes que son recompensados con donaciones económicas por parte de los usuarios", explica Pablo Romero, profesor de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y del grado de Criminología. "La principal diferencia con otros contenidos polémicos es que estos centran su objetivo en estos actos denigrantes y humillantes, que se convierten en el foco principal y el objetivo del canal", añade.

 

¿Por qué consumimos trash streaming?

 

"El interés por el sufrimiento o la humillación ajena no es algo nuevo", comenta Sílvia Martínez, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC y directora del máster universitario en Social Media: Gestión y Estrategia. Sin embargo, el entorno digital ha multiplicado la exposición: millones de publicaciones compiten por captar una atención cada vez más efímera; se calcula que la duración media de visualización de un vídeo en redes sociales es de 16 segundos, según el informe Video Attention Span Statistics de WifiTalents Report.

 

"Ante este contexto, algunos usuarios recurren al sufrimiento como recurso para atraer visitas. Para lograr atención, hay que arriesgar más que el resto o ser más disruptivos", detalla Martínez. Romero, investigador del grupo VICRIM, añade que las consecuencias psicológicas pueden ser graves para quien se expone: "en función del nivel de severidad, pueden aparecer trastornos de estrés postraumático, depresión o ansiedad".

 

El bucle de la recompensa

 

En este escenario, el directo multiplica el impacto y los likes, comentarios y donaciones funcionan como recompensas inmediatas. "Se genera una espiral en la que hay que cruzar cada vez más límites, ofrecer algo más en el siguiente vídeo o conexión, aumentando los actos destructivos o denigrantes", puntualiza Martínez, investigadora del grupo GAME.

 

Para los espectadores, "el atractivo radica en una mezcla de emociones intensas —morbo, tensión, sorpresa— y la interacción en tiempo real activa el mismo circuito de recompensa cerebral que otras adicciones", explica Juan Luis García, neuropsicólogo y profesor de los Estudios de Salud de la UOC.

 

Tampoco ayuda la desinhibición en línea que permite la pantalla: reduce el anonimato y aumenta la sensación de impunidad. "El entorno virtual contribuye a una mayor falta de empatía, sensación de irrealidad y distanciamiento emocional que se ven impulsados por comentarios, memes o reacciones del público que minimizan la gravedad de los actos", apunta Martínez.

 

Cuando la humillación se cobra

 

El funcionamiento de este tipo de plataformas varía de unas a otras. Algunas pagan más proporción al creador de contenido y otras menos; en algunos casos, como por ejemplo en Kick ―donde el streamer francés Pormanove hizo su letal directo―, se dice que pueden llegar a pagar el 95% para el creador contra el 5% para la plataforma, lo que contrasta con otras como Twitch, que pagan el 70% para el creador frente al 30%. Esta estructura económica premia el riesgo y alimenta el círculo de exposición y recompensa.

 

"Cada vez que la audiencia paga o reacciona, el cerebro recibe un 'chute' de dopamina y aprende que exponerse y degradarse funciona para obtener recompensa positiva rápida", comenta el neuropsicólogo. "Esa gratificación refuerza la conducta de volver a hacerlo", añade.

 

En el caso de Pormanove, estuvo más de 12 días en directo, lo que equivale a unas 298 horas, en los que estuvo sometido a humillaciones y abusos.

 

Las recompensas también varían, dependen tanto del dinero que se queda la plataforma como del número de seguidores. Solo como ejemplo, por 80 euros los streamers españoles ofrecían la oportunidad de raparse o tatuarse la cabeza. "En muchos casos, se combina impulsividad y falta de regulación conductual: se actúa primero y se piensa después. Prima el '¿qué me da ahora la audiencia?' frente al '¿qué me está pasando como persona?'", advierte García.

 

Los likes y las recompensas, algunas veces de tres cifras, amplifican la espiral. "Estas prácticas fomentan la normalización de dinámicas profundamente tóxicas en estos entornos, lo que a su vez conduce a aceptar comportamientos moralmente reprobables. Es necesario abordarlas desde una perspectiva ética sobre el uso de las redes sociales y de internet", comenta el criminólogo.

 

El impacto psicológico en la audiencia

 

En diciembre de 2017, Simón Pérez y Silvia Charro hicieron la entrevista para el medio Periodista Digital sobre la conveniencia de las hipotecas fijas, que hoy tiene más de 6 millones de visualizaciones. A partir de ahí, y tras perder sus trabajos, iniciaron una carrera en el mundo del streaming marcada por la autodegradación, seguida por miles de personas en YouTube, Instagram o Kick.

 

¿Pero qué consecuencias tiene consumir trash streaming para los espectadores? "El cerebro reduce progresivamente la respuesta emocional frente a estímulos violentos; la amígdala, la ínsula y el córtex prefrontal, involucrados en el procesamiento del dolor y la empatía reducen la activación. Así, el cerebro percibe ese nivel de violencia como normal, como un contenido sin implicación emocional", explica García.

 

La repetición de estas escenas refuerza la normalización. "El cerebro interpreta que estas conductas son socialmente aceptables, sobre todo cuando reciben refuerzo positivo (risas, recompensas económicas o soporte del chat), como una nueva norma social aceptada", añade el neuropsicólogo.

 

La audiencia principal de la modalidad de streamings es joven: el 52 % del público tiene entre 18 y 34 años, según un estudio sobre audiencias. "Los adolescentes y jóvenes son los más vulnerables a este tipo de contenidos", advierte el neuropsicólogo. "Durante la adolescencia, el cerebro funciona con el acelerador muy activo —los circuitos de recompensa—, mientras que los frenos —propios del córtex prefrontal— aún están en desarrollo, un proceso que se prolonga hasta aproximadamente los 25 años", explica García. "Estas experiencias pueden dejar huella en la manera en que el joven aprende a gestionar su propio malestar y a relacionarse con el dolor ajeno, con efectos que pueden persistir hasta la edad adulta", añade.

 

Normas que llegan tarde

 

Algunos de los directos de Pormanove llegaron a más de diez mil personas. "Desde el punto de vista legal, deberían valorarse las conductas llevadas a cabo, tanto por parte del streamer, valorando si tienen un impacto en terceras personas, como por parte de los usuarios, que fomentan mediante donaciones según qué comportamientos", apunta Romero.

 

Aunque Kick, por ejemplo, afirma en sus términos de uso una serie de prohibiciones en la materia, como el uso de su servicio para cualquier tipo de actividad ilegal, fraudulenta, abusiva o de explotación. Tampoco permite la publicación o difusión de contenidos que incluyan pornografía o material sexualmente explícito, discursos de odio, amenazas, ataques personales, acoso, invasiones de la privacidad sin consentimiento, violencia extrema o actos de autolesión. "En muchos casos, estas prácticas de trash streaming vulneran las normas de las plataformas, pero al tratarse de contenidos en directo, las medidas se toman a posteriori, cuando el contenido se ha emitido y ha sido consumido por otros usuarios. Así, se observa que algunas cuentas o perfiles son suspendidos o eliminados", comenta Martínez.

 

Recientemente Kick ha expulsado a Simón Pérez y Silvia Charro de la plataforma, justo después de la muerte en directo del streamer francés. "Aunque los suspendan, esto no impide que creadores y seguidores busquen otras plataformas donde relacionarse", añade la experta. De hecho, la pareja ha vuelto a YouTube y ha abierto un canal en Trovo, propiedad de la compañía china Tencent.

 

Mientras las plataformas reaccionan tarde y los contenidos se multiplican, el espectáculo del dolor sigue acumulando visitas. "Por ello, es fundamental desarrollar campañas de educación mediática y sensibilización para entender las dinámicas y los efectos de nuestras acciones en el uso y consumo de contenidos en las plataformas sociales", concluye Martínez.

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