Jueves, 20 de Noviembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNVoy a ser franco (con minúscula)
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Pedro Rodríguez Molina

Voy a ser franco (con minúscula)

 

Nací en 1969 y sí recuerdo a Franco: su voz aguda y nasal diciendo “españoles…”, su cara en blanco y negro en la tele y el 20 de noviembre de 1975.

 

Recuerdo también la España de mi infancia: mi padre recogiéndome en una Vespa roja del colegio algunas veces íbamos hasta tres, jugar en la calle hasta la noche sin miedo, la primera televisión en color como un milagro y el respeto absoluto a mayores, profesores y policías. Para un niño, era un país seguro, sencillo y feliz.

 

Franco ya estaba amortizado mucho antes de morir. Él mismo lo amortizó al nombrar en 1969 a Juan Carlos sucesor “a título de rey” y al abrir España al mundo. En los sesenta y setenta llegaron millones de turistas, inversiones extranjeras, miles de kilómetros de carreteras, pantanos que acabaron con las sequías, barrios de pisos de protección oficial, la Seguridad Social, las pensiones, los subsidios y la paga extra. Muchos de esos ladrillos y derechos los seguimos usando hoy.

 

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Pero todo tuvo un precio altísimo: no había libertad. La mujer era menor de edad legal hasta 1975, necesitaba permiso del marido para trabajar o tener cuenta bancaria y no votó en igualdad hasta después de muerto el dictador. No existían partidos, sindicatos libres ni libertad de expresión; había censura, presos políticos y tortura.

 

Cuando en 1978 votaron la Constitución —derechas, izquierdas y nacionalistas juntas— enterramos el franquismo de forma definitiva y sin desenterrar cadáveres. Durante casi treinta años aquello funcionó: ni vencedores ni vencidos, reconciliación real.

 

Hasta que la Ley de Memoria Histórica de 2007 y la posterior de Memoria Democrática reabrieron la herida. Con buena intención o con afán revanchista —según se mire—, lo cierto es que volvieron a dividirnos.

 

Ninguna guerra civil empieza de golpe. La nuestra se gestó en la República fallida: la Revolución de Asturias de 1934, los asesinatos políticos de 1936, la quema de conventos y una parte de la izquierda que quería repetir aquí la revolución bolchevique. Eso no justifica el golpe ni los cuarenta años de dictadura, pero explicarlo es tan necesario como condenarlo.

 

Hoy, cincuenta años exactos después de su muerte, Franco sigue siendo un negocio político para algunos y un trauma para otros. Pero el franquismo como régimen murió en 1978, cuando España se miró al espejo y dijo “basta”.

 

Enterremos de una vez al dictador y a sus fantasmas. Dejemos de usar el pasado como un ariete, y hagámonos la única pregunta que importa este noviembre de 2025:

 

¿Qué España queremos dejar a nuestros hijos?

 

Esa es la memoria que de verdad merece la pena recuperar.

 

Linkedin: Pedro Rodríguez Molina

 

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