Miércoles, 26 de Noviembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNEl olvido de los recuerdos
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Gabriel Vivancos

El olvido de los recuerdos

 

El 21 de septiembre, día mundial del Alzheimer, leí en el diario ABC un artículo titulado: '¿Quién soy yo? No sé quién eres pero te quiero' que me conmovió por la gran carga de humanidad que provoca esa maldita enfermedad. Cuando digo humanidad me refiero a la acepción más amplia de la palabra, es decir, a la cantidad de emociones buenas y malas que puede experimentar un ser humano.

 

El artículo giraba en torno a varias vivencias de familiares que cuentan su experiencia con sus seres queridos aquejados de esa enfermedad.

 

A mí, la que más me estremeció fue la que relató una psicóloga de un centro especializado. Contaba que todos los días el marido de una interna cogía el tren para visitarla sin importarle si hacía frío, calor, llovía o granizaba y que cuando la pareja se encontraba, las caras de ambos se iluminaban. Todos los días el marido formulaba la misma pregunta ¿quién soy yo? pero ella cercana a la fase de afasia no respondía, hasta que en una ocasión, la señora respondió: “no lo sé, pero te quiero”.

 

El olvido en vida es muy duro porque es como si dejáramos de existir, nuestra mente se atrofia y quedamos huecos. Lo que de verdad nos hace únicos es nuestra mente y si ésta se pierde tan sólo queda el envoltorio.

 

En mi opinión, lo más duro es para los familiares porque se encuentran en una constante despedida de su ser querido. Está pero no está, lo que se transforma en hacer un duelo pero sin poder hacerlo. Quiero pensar que el enfermo, en verdad, se encuentra en otro mundo distante, anestesiado y que no sufre, al menos tanto, como los que le rodean.

 

Pero lo que más me llama la atención es que pese a que los pensamientos se hacen incoherentes y vacíos, lo último que suelen perder los enfermos que padecen deterioros cognitivos son los sentimientos, quizá porque éstos, en efecto, no vengan de la mente sino del corazón.

 

Recuerdo también un caso que me emocionó. Cuando yo estudiaba en el colegio había un sacerdote llamado D. Miguel Ángel Cárceles que era nuestro preceptor espiritual. Antes de que yo finalizara mis estudios se marchó del colegio y durante mucho tiempo no supe de él. Un día alguien me comentó que celebraba misa en la catedral los domingos a las 8.00 y una mañana decidí ir a escucharlo.

 

El hombre, aunque muy mayor, aún  conservaba cierta agilidad en sus palabras. Comenzó la homilía y todo iba bien hasta que de pronto se paró, observó a los fieles con mirada perdida y tras unos segundos, con la mayor naturalidad dijo: “A veces me pasa. No recuerdo lo que quería decir, pero da igual, porque lo importante es que nuestra señora la Virgen María nos ama a todos”.

 

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De alguna forma, los sentimientos son los últimos que abandonan el barco y por eso quiero animar a los familiares que cuidan a estos enfermos, porque su labor es encomiable, porque sólo ellos saben lo que sufren día a día viendo a su ser querido marcharse. No están seguros nunca de si lo que hacen es suficiente o apropiado, se recriminan así mismos cualquier mal gesto, o reacción impaciente (pero muy humana) hacia el enfermo y en definitiva necesitan de una gran fortaleza, una paciencia infinita y sobre todo un amor profundo para sobrellevar la carga.

 

Por eso, los familiares, también necesitan ayuda, porque están lidiando consigo mismos, porque están entregando amor y necesitan reponerlo, en especial, de los que les rodeamos. También me preocupan ellos, porque en ese estado doliente las decisiones siempre son difíciles, sobre todo las que se toman con la razón en vez de con el corazón.

 

Esperemos que esos cuidadores afligidos sepan también descansar, llorar, pedir ayuda y respirar porque desde luego, tienen toda mi admiración.         

 

Linkedin: Gabriel Vivancos        

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