Only the Lonely: El alma irrepetible de The Big O
"Cuando me fui al estudio para grabar el álbum Born To Run, quise escribir letras como las de Bob Dylan pero que sonaran con el estilo de Phil Spector… también quería cantarlas como Roy Orbison. Pero nadie canta como Roy Orbison".
Con estas palabras, pronunciadas en marzo de 1987 durante el discurso con el que Bruce Springsteen introdujo a Roy Orbison en el Rock and Roll Hall of Fame, el Boss no estaba haciendo un cumplido, estaba mostrando una verdad: un estilo puede copiarse, una fórmula puede estudiarse… pero no hay manera de imitar un alma.
Roy Kelton Orbison, The Big O, nunca fue la clase de artista que uno imaginaría como estrella del rock. No era guapo, ni proyectaba un gran carisma sobre el escenario. Era un hombre delgado, retraído, refugiado tras unas gafas oscuras. Parecía contradecir todos los mandamientos del rock. Y, sin embargo, cuando abría la boca, la apariencia se desvanecía y quedaba solo la voz: una voz que no necesitaba grandes artificios para estremecer. El mismísimo Elvis Presley lo presentó en Las Vegas como 'el mejor cantante que ha pisado un escenario'.
Sus primeros años no fueron sencillos. Tenía talento para el rock and roll, pero, tras unos singles de éxito discreto y un breve paso por RCA, parecía que su destino sería el eterno segundo plano.
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Hasta que, en 1959 apareció Fred Foster, dueño de Monument Records, con una idea fija: debía dedicarse a las baladas. Y acertó. 'Only the Lonely', en 1960, lo llevó directo al número uno. Dos millones de copias vendidas. Su primer LP para Monument consolidó ese estilo: 'Only the Lonely', 'Blue Angel' y otras flechas que apuntaban directamente al corazón.
Su voz y su sensibilidad no eran impostadas. Cantaba desde lo más profundo. Y así nacieron obras inmortales: 'Running Scared', 'Crying', 'In Dreams', 'Leah', 'it´s Over'. Cuando cantaba, su fragilidad era su fuerza.
Su vida, sin embargo, fue dura. Al final de los años 60 y durante los 70 se vio desplazado de la industria; los problemas contractuales lo arrinconaron; y las tragedias personales lo golpearon con una crueldad insoportable. Durante más de una década, The Big O fue lo más parecido a esas leyendas olvidadas que salen en las películas.
Y una película, precisamente, ayudó a corregir esa injusticia. En 1986, David Lynch redescubrió la preciosa 'In Dreams', en la banda sonora de Blue Velvet. Y de pronto, nuevas generaciones se acercaron a esa voz irrepetible.
Poco después, Roy recibió un homenaje sin precedentes: el concierto Roy Orbison and Friends: A Black & White Night. Allí estaba él, vestido de negro, rodeado no de estrellas, sino de fans. Bruce Springsteen, Elvis Costello, Tom Waits, Bonnie Raitt, Jackson Browne, k.d. lang, T Bone Burnett, J.D. Souther… una constelación de artistas reunidos para acompañarlo con un respeto reverencial. Fue un reconocimiento en vida, más valioso que cualquier premio: el cariño y la admiración de sus iguales. Y mi primer disco en formato CD.
Y entonces se consumó la resurrección: George Harrison y Jeff Lynne le invitaron a un experimento que sería historia, los Traveling Wilburys. Como Lefty Wilbury, brilló de nuevo junto a Dylan, Petty, Harrison y Lynne, como si regresara de un largo sueño.
El milagro definitivo llegó con You Got It. Escrita junto a Jeff Lynne y Tom Petty, sonaba como si el Roy Orbison de los primeros sesenta hubiera renacido en plena modernidad. Era luminosa, radiante, juvenil, y al mismo tiempo profundamente suya. Una canción donde su timbre, a sus 52 años, se escuchaba igual de puro, igual de único, igual de milagroso que siempre. 'You Got It' no era solo un regreso: era una prueba de vida. The Big O aún tenía mucho por ofrecer.
Y recomenzó con Mystery Girl, producido por Lynne, un disco lleno de vida que prometía un futuro luminoso. El álbum, con el single 'You Got It', entre otras joyas ('A love so beautiful', 'California Blue' 'Dream You', 'She`s a mistery to me','The Comedians'), se convirtió en un éxito mundial.
Pero el tejano no llegó a verlo. Murió de repente, el 6 de diciembre de 1988, con apenas 52 años, justo cuando su estrella volvía a elevarse. Fue un golpe inesperado e injusto… aunque la historia le guardaba un último acto de justicia poética.
En 1990 la película Pretty Woman arrasó en todo el mundo. Y con ella, su canción 'Oh, Pretty Woman' volvió a sonar en radios, televisiones, tiendas, bares. Una generación entera descubrió a Roy, aunque muchos ni siquiera sabían que él ya no estaba. Fue la resurrección definitiva: su nombre volvió a brillar aún más que en los años sesenta.
Roy Orbison es la prueba de que las apariencias no hacen al artista. No tenía el físico ni transmitía la fuerza del ídolo. Pero irradiaba algo más raro, más profundo y eterno: alma. Y la voz que viene del alma no puede copiarse. No puede imitarse. No puede repetirse. El hombre que cantaba a la soledad ya no estará nunca solo, pero será siempre único.
Porque el alma, como ponía Calderón en boca del alcalde de Zalamea, sólo es de Dios.
Linkedin: Rafael García-Purriños




