Lo mejor de un concierto
El 17 de mayo pasado tuve la suerte de ir con unos grandes amigos al concierto de homenaje a los Dire Straits en el Murcia Parque. Fue magnífico, me encantó, aunque tengo que reconocer que iba con mucha gana porque esa banda ha marcado mis gustos musicales desde que un amigo de la playa me lo enseñara allá por los años 1986-1987.
Recuerdo que entonces, grabé el Alchemy en una cinta de radio cassette y ha sido la música, que pese a su escasa calidad de sonido, he escuchado más en mi vida.
Lo cierto es que los Greats Straits suenan muy muy parecidos a los Dire Straits y yo vi cumplida mi ilusión de adolescente de asistir a un concierto de mi grupo favorito. Cerraba los ojos y me transportaba a mi juventud con toda aquella pasión por la vida y con toda la ingenuidad propia de un chico de 15 o 16 años. La música sonaba tan bien que mi oído inexperto era incapaz de distinguir la copia del original.
Pero, esta transportación a otro tiempo se rompía cuando observaba a las personas que me rodeaban.
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El público era todo mayor, incluso muy mayor, lo que imagino explicaba por qué mis amigos y yo fuimos de los pocos en levantarnos de nuestros asientos para bailar en un lateral y no molestar a los que, como asisten a una representación teatral, aguardan el momento para aplaudir.
Más allá del éxtasis por la música que sonaba, tuve tiempo de observar que había mucho extranjero, presumiblemente ingleses afincados en nuestras costas que, sin saber cómo, se habían enterado del concierto y vinieron a recordar viejos tiempos.
Específicamente me llamó la atención un grupo de ingleses que estaba en la fila de la izquierda. En concreto, me fijé en la 'típica abuelita inglesa' con su pelo corto y cano, de aspecto frágil y apariencia agradable.
La señora muy de vez en cuando se levantaba para, de forma fugaz, acompañar los acordes de la música con unas palmadas y un suave baile mientras miraba con ternura a su marido, el cual también se levantaba para acompañarla.
Sinceramente, no fui muy consciente en el concierto de aquel momento puesto que mi mente estaba en el espectáculo, pero de alguna manera, en segundo plano mi cerebro capturó aquella imagen y de vez en cuando me la trae al presente.
No sé muy bien qué significado darle a esa estampa capturada furtivamente, pero cuando lo pienso me suena al principio del final de una época, de un tiempo en el que los protagonistas, poco a poco, como antes los seguidores de Jorge Negrete, van desapareciendo.
El tiempo vuela, y los que vivimos en el presente, pronto seremos los olvidados del pasado, pero lo digo desde la aceptación tranquila. De alguna forma, se ha decidido que sustituir lo viejo es más fácil que repararlo y todos, en algún momento, debemos dejar nuestro espacio para que sea ocupado por el que llega.
Siempre ha sido así y espero que no cambie. Lo único que deseo es que mientras no tenga que ceder mi lugar, mi mente siga despierta y no deje escapar momentos tan mágicos como el que viví en ese concierto: una mirada nostálgica de complicidad, cargada de vivencias en común, mientras suena el Sultans of Swing.
Linkedin: Gabriel Vivancos



